Por Rodolfo Palacios.
Como en casi todas las profesiones, los hay buenos y malos, honestos e inescrupulosos, serios y escandalosos. Algunos diagnostican a acusados desde los estudios de televisión, sin siquiera haber leído más que la información de los diarios. Otros buscan embarrar la cancha, ya sean peritos de la defensa o de la querella. Sus dictámenes son decisivos para que los jueces liberen o procesen a un detenido.
“Parece que ahora la culpa de todo la tenemos los peritos”, le dijo Roberto Locles a CyR. Es uno de los más polémicos. Esta semana comenzó a ser juzgado por el Tribunal Oral en lo Criminal Número 16 de Capital Federal. Lo acusan de haber deformado la bala que mató al militante del PO Mariano Ferreyra. Enfrenta una pena máxima de cuatro años de prisión.
Ocurrió el el 22 de febrero de 2011, durante la reunión de los peritos que buscaban debatir la trayectoria que había hecho el proyectil. Según testigos, Locles tomó la bala y la golpeó sobre la mesa varias veces con la presunta intención de demostrar que había rebotado contra el piso antes de impactar en la víctima. Era perito de la defensa de Armando Uño, uno de los acusados de integrar la banda de mafiosos que mató a Ferreyra, que en el juicio fue adsuelto.
–A usted se lo acusa de embarrar la cancha.
–Mire, llevo 54 años como perito y mi trayectoria es impecable –le respondió a CyR.
–¿Niega haber manipulado esa prueba?
–¡Pero claro! No hice eso. Para los jueces, la culpa de todo la tienen los peritos.
–Pero un perito balístico de la Policía Federal también lo acusó de arruinar la bala...
–Voy a demostrar que no lo hice. Sólo tomé la bala para indicar que había rebotado.
–¿Nunca la golpeó?
–De ninguna manera.
–Hay seis testigos que dicen lo contrario.
–Están equivocados. Y son cuatro, no seis.
–¿Usted había pedido autorización para tocar la bala?
–Mire, las explicaciones se la voy a dar a la Justicia.
–En muchos casos, da la sensación de que hay peritos que pueden cambiar de opinión según quien los contrate: el asesino o la familia de la víctima.
–Yo hablo por mí. Estudié ocho años en la facultad, en algunos casos hasta trabajé gratis. Para mí, ser perito es un sacerdocio. Algo inmaculado. Pero hay peritos que trabajan por la plata y son capaces de mentir por plata. Y hay peritos oficiales que mienten por ascensos. No espere que dé nombres.
–¿Qué opina del perito de la defensa del portero Jorge Mangeri, Adolfo Méndez, que vinculó a las lesiones de Ángeles Rawson con supuestas prácticas sadomasoquistas?
–Creo que habló de más. Pero no tuvo ninguna mala intención.
Los peritos parecen haber quedado en medio de la polémica. No es la primera vez. Un perito que intervino en el crimen de Nora Dalmasso, ocurrido el 26 de noviembre de 2006 en Río Cuarto, dijo en off a un grupo de periodistas que la mujer pudo haber muerto durante una práctica sexual denominada asfixiofilia: buscar orgasmos más largos a través de maniobras de ahorcamiento. Esa hipótesis fue refutada con rapidez.
“Hay peritos prestigiosos que no mancharon su nombre. Esos aparecen en los medios cada tanto. Los que están opinando todos los días no son serios. Un caso policial no es un partido de fútbol como para que cualquiera opine con liviandad. Y hay informaciones que no deben ser ventiladas”, dijo un perito que trabaja en el Ministerio de Justicia de la Nación a CyR.
“Hay quienes trabajan con impericia y otros intencionadamente. Hubo casos de peritos que le han dado clases de actuación a los acusados para que fingieran locura o inventaran una declaración. Está el caso de un perito oficial bonaerense que fue descubierto siendo perito de parte en otra provincia. Como perito de parte se gana, por lo menos, cinco veces más que como perito oficial”, contó la fuente.
Acostumbrados a ser los que dictaminan sobre la suerte de un acusado, esta vez los peritos parecieran estar del otro lado. Del lado de los acusados.