| Entrevista

“Robar está muy mal”, dice el ingeniero del robo del siglo

Sebastián García Bolster, condenado por el robo al Banco Río de Acasusso, está en libertad. Inisiste en que es inocente. Le dieron un crédito que no pidió.

García Bolster dice que siempre trabajó de lo que quiso.

García Bolster dice que siempre trabajó de lo que quiso.

Por Rodolfo Palacios.

Alguna vez soñó con inventar un auto diesel y un pequeño helicóptero  que sólo tuviera capacidad para el piloto, pero esos proyectos quedaron truncos. Sebastián García Bolster no se hizo conocido por sus inventos, sino por ser presunto miembro de la banda que el 13 de enero de 2006 robó 19 millones de dólares del banco Río de Acassuso y huyó en dos gomones por un desagüe. Pero el “ingeniero” siempre lo negó.  “Espero que el verdadero ingeniero de la banda aparezca y dé la cara”, dijo.

A una semana de que su abogado Sergio Samuel Arenas lograra su libertad condicional, García Bolster recibió a CyR en su casa. Era el único de la banda que no tenía antecedentes penales. Siempre vivió en San Isidro. Su historia era parecida a la de cualquier hombre decente de clase media que aspira a tener una casa, un auto, vacaciones r y la posibilidad de poder ahorrar.   Pero para la Justicia, García Bolster se había convertido en millonario. Cuando lo detuvieron en Villa Gesell, la Policía descubrió que guardaba 20 mil pesos en la heladera. Después de ser condenado, García Bolster pasó casi cuatro años en la cárcel. Allí no perdió el tiempo: hizo diez cursos y dio clases a los otros presos. En el expediente aparece mencionado además de otras dos maneras: el ingeniero o el marciano.

“¿Ven que soy pobre? Ando con harapos”, dijo García Bolster, de 44 años, cuando le abrió la puerta de su casa a CyR. Vestía jeans gastados y con agujeros. Ante la prensa siempre negó haber robado el banco. Pero en la banda era una especie de Walter White, el protagonista de la serie Breaking Bad, el hombre honesto de clase media que un día decide entrar en el delito a partir de sus conocimientos y su inteligencia. Según los pesquisas, García Bolster había sido una pieza clave del gran golpe. El primer reclutado del líder, el que tiró muchas ideas, el que diseñó el dique y planificó el túnel, el que esperó del otro lado del boquete.

–Pedí cerveza pero no tomo alcohol –dijo y acaso sin saberlo dio pie para un comentario.

–Sí, no tomás alcohol, no fumás, no te drogas. Por eso en la banda te decían marciano porque no tenías las necesidades básicas de un ser humano.

García Bolster puso cara de sorpresa, como si no esperara esa frase, hizo una pausa, tomó aire y al fin respondió:

–No, no, no. Marciano no. Nací acá en la tierra, obviamente soy terrícola. Nunca nadie me dijo marciano, ni en mi infancia, mi juventud ni ahora. Lo que sí es cierto es que estoy imputado en el robo al banco Río por haber hecho un dibujito.

–Un dibujito que según los investigadores se parecía al dique que diseñó el “ingeniero” de la banda.

–El dibujo es de un cobertor de una pileta. Que sea parecido al dique que anda por ahí es distinto. Las medidas corresponden a la pileta, no al dique.

El “ingeniero” respondía con ironía y buen humor. Como si le gustara jugar al juego del “no fui” pero que el resto pensara que había sido. Una especie de histeria o ambigüedad.

–Para la Justicia, la Policía y hasta para el imaginario popular, sos uno de los hombres que robó el banco. 

–Soy un mecánico. Un simple mecánico. Me sorprende muchísimo lo que piensa la gente. Una vez estuve en una empresa de correo y se me acercó una persona y me felicitó. No entendía el motivo. ¿Habrá quedado conforme porque atendí bien a algún familiar? Pero no, pensaba que yo había sido uno de los ladrones del siglo. Qué equivocada estaba. Capaz que me felicitó por otra cosa…

–¿Habrá sido por el cobertor de la pileta?

Bolster se rió, pero enseguida volvió a su discurso.

–Hay gente que me juzga sin conocerme. No saben quién soy.

–¿Y quién sos?

–Un mecánico que se especializó en reparar motos, luego pasó a arreglar motos de agua. Trabajé toda mi vida, tengo un buen pasar…

–¿A qué llamas tener un buen pasar?

–Antes del robo tenía casa, auto, varias propiedades que alquilaba para vivir de rentas. Ese es mi negocio. Soy un iluminado porque hago lo que a mí me gusta, trabajo y encima me pagan. Me gusta todo lo que es mecánica, lo disfruto mucho. Hago lo que quiero, cuando quiero, y como quiero. Me puedo dar el lujo de elegir los clientes. Hago mecánica, electricidad, electrónica y reparación de cascos de fibra de vidrio. Me doy maña para esas cosas. Hasta construí mi casa. Siempre me gustó poder hacer cosas. Hice muchas locuras. Cuando tengo un buen pasar y estoy con tiempo hago muchas cosas.

–¿Por ejemplo?

–Una vez inventé un auto diesel. No consumía nada, hasta lo hacía andar con aceite quemado. Me encanta fabricar cosas. Una vez boceté la construcción de un helicóptero personal. Es invento de un japonés. Se llama GEN H–4. Viene con un asiento y un tren de aterrizaje. Está impulsado por 4 motores de 125 centímetros cúbicos. Puede volar a una altura máxima de 1000 metros y desarrolla una velocidad máxima de 90 kilómetros por hora.

–Puede ser una buena idea para escapar si decidís robar otro banco. La primera vez se fueron por abajo, ahora podrían irse por arriba.

–Eso decíselos a los verdaderos ladrones. Yo no robé nada. Lo mío es el trabajo y el ensayo. Todo lo que uno hace en la vida es por prueba y error. Te casas una vez, te va mal con esa mujer y entonces te casas con otra. Me caigo, me duele, no me caigo más. Hago una cagada, me pegan, no la hago más. A no ser que seas muy tonto y lo sigas haciendo. Todo es prueba y error. Hay que practicar todo antes de ejecutarlo.

–¿Robar un banco es algo que se practica?

–No tengo ni idea. No te sabría decir porque no es mi rubro.

–¿Cuál es tu rubro?

–Ya lo dije. Me dedico a la mecánica. Legal, como todo lo que hice en mi vida.

–Decís que no fuiste el ingeniero de la banda. Sin embargo, en el grupo había un hombre con tus características. ¿Es un clon, un imitador, un alma gemela, un hombre parecido a vos?

–No sé. Sólo le pido por favor a ese hombre que se entregue a la justicia, aunque ahora debe estar disfrutando lo que me habría tocado a mí si yo hubiese sido esa persona.

 –¿Nunca tuviste la fantasía de robar un banco?

–No, jamás. Pero no critico a los que tengan esa fantasía ni a los que la hayan cumplido.

–¿Tenés alguna fantasía?

–No sé si es fantasía, creo que es un sueño o deseo. Toda mi vida quise tener un helicóptero. Tengo vértigo, recuerdo que cuando iba a visitar a mi abuela, que vivía en un piso muy alto, salía al balcón y comenzaba a transpirar.

–No sólo decís que no robaste el banco, sino que considerás que está muy mal hacerlo.

–Robar está muy mal. Soy una persona educada, trabajé toda mi vida y me han robado varias veces a mano armada. Han entrado a mi casa, se han llevado mi moto, han asaltado también a mis padres. Lo he sufrido, no es algo bueno robar. No creo que sea la solución a nada. No necesito robar, a mí me traen la plata a mi casa. Yo vivo así. Trabajo en mi casa y con eso soy feliz.

–¿No tomás alcohol porque no te gusta?

–No tomo nada. Ni bebidas cola, ni droga ni cigarrillo. Igual estoy a tiempo, podría empezar en cualquier momento. Alcohol no tomo porque cuando no soy consciente de mis actos y mis movimientos, me pongo violento. No me gusta. Pierdo el dominio y me pongo agreta. En mi estado natural estoy joya. Siempre apuesto a la razón.

–No fumás, no tomás alcohol, no tenés vicios. Por eso te dicen marciano.

–¿Viste alguna vez un marciano? ¿Y si ellos fuman y se drogan? No sé qué experiencias tiene la gente que ve a los extraterrestres.

¿Te arrepentís de algo en tu vida?

–Uno siempre hace algo que por ahí no están del todo bien, creo que son cosas que uno se las tiene que perdonar a sí mismo. Pagué esa parte de mi vida, lo poco malo que hecho. Para algunos fue malo, para otros no. Nada que ver con robar bancos, lo digo por las dudas. Nunca maté, no tengo armas, no me gustan las armas, estoy en contra de todo tipo de violencia, no robo bancos.

–Pero tenés la costumbre de guardar dinero en la heladera…

–Guardar dinero en la heladera es muy buena forma mantenerlo congelado, de frenar la inflación. No, hablando en serio. Guardé pesos en la heladera.  No sé por qué eso extraña tanto a una persona. El capital que tuve lo utilicé siempre o lo prestaba. Para qué hacer negocios con el banco si cuando te llevás la plata te piden hasta el grupo sanguíneo, pero cuando se la das vos te dan un papelito. ¿Y si quiebra? Si pierdo la plata, prefiero perderla yo, no a manos del banco.

–¿Rescatás algo positivo de tu experiencia en la cárcel?

–Fue como pagar para hacer un safari, la diferencia es que yo lo tuve gratis. Es como aprender a vivir de nuevo en un ambiente muy hostil, a medida que vas aprendiendo vas dejando de temer. Mentiría si dijera que no entré con miedo. Uno teme a lo que no conoce. Logré estar cómodo, no a gusto pero cómodo. Me dediqué a estudiar y a dar clases de electrónica, alfabetización, computación e inglés. La clave era mantener la cabeza ocupada. Porque cuando estás aburrido pensás mucho y no sale nada bueno. En el penal de Urdampilleta fabricaban baldosones y yo les organizaba todo.

–Llegaste a la cárcel con la fama de haber construido un túnel. ¿El director del penal pensó que podías construir uno para fugarte?

–Algo así. Estaba considerado de alta peligrosidad. Cuando le pregunté al jefe de la unidad por qué me habían catalogado de esa manera, me respondió: “Sos el único que me puede dar vuelta el penal”. A veces, pensar puede ser un peligro. Más allá de eso, en la cárcel descubrí actos solidarios.  Hay hombres que dividen un pan entre cuatro. Siempre está el tarado que se quiere comer tu pan y el del otro. Todo se potencia ahí adentro. Si ves que la puerta se cierra, no te quedés mirándola y lamentándote, focalizá en otra cosa. No mires más esa puerta. Yo buscaba evadirme del encierro a través de la lectura. Leí “Cuentos para pensar” de Jorge Bucay, un libro que me ayudó mucho. También leí “Menos Prozac y más Platon”, “El filosofo y el lobo” y “La sociedad de las nieves”, que narra la caída del avión que llevaba a los rugbiers uruguayos en Los Andes. Me sentí muy identificado porque yo estaba en un medio muy hostil, donde las cosas dejaban de valer o no valían nada. En la supervivencia, la plata no tiene calor y una lamparita puede ser cuestión de vida o muerte.

–¿Sos religioso?

–Gracias a Dios soy ateo. De chico fui a misa obligado. Si Dios existiera, no me hubiese hecho vivir todo esto.

–¿Y si te lo hizo vivir como una prueba?

– Se hubiese buscado a otro para hacerle vivir todo esto. Creo que lo importante en la vida es divertirse. Tenemos que valorar la felicidad. Uno se acuerda de las cosas malas y hay que hacer ejercicio para acordarse todo lo bueno. A mí me ayudaron los cursos de la Fundación El arte de vivir.  Me movilizó mucho. Gracias a la relajación y a la respiración pude experimentar algo increíble: en el aula de la cárcel sentí que podía tocar la arena y escuchar el mar.

–Los desagues por donde fugaron los ladrones fueron construidos cuando vos eras chico. ¿Recordás a los obreros trabajando en la zona?

–Viví en Martínez toda mi vida y de chico vi cómo construían los túneles. Además solía andar por el río y conozco las desembocaduras. Eso no quiere decir nada.

–¿Eras cliente del banco Río?

–Sí, tenía una cuenta pero me la cerraron arbitrariamente sin darme una explicación razonable. Al menos me devolvieron plata.

–La explicación razonable es que fuiste juzgado y condenado por robar un banco.

–Sin pruebas, y no hay sentencia firme. Sigo procesado. Pero lo curioso es que después de que me echaron del banco Río me llegó una carta en la que me notificaban que me habían dado un crédito a mi nombre. Raro. Muy raro.

 

 

 


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