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¿Qué pasaría si los animales tuvieran derechos?

Por Matías Pandolfi*

Los primeros movimientos ambientalistas surgieron en los años 50, con un sentido estético, espiritual, bajo el lema de cuidar la naturaleza. Esos movimientos defendían una naturaleza que expulsaba a los seres humanos y protegía paisajes sin intervención. Se caracterizaron también por usar como emblemas especies carismáticas: osos panda, ballenas o grandes simios. A partir de los años 80 surge un concepto más realista del cuidado de la naturaleza a través de la biología de la conservación que, con una visión científica, busca entender la naturaleza para controlarla y explotarla de modo sustentable, sin expulsar a los seres humanos.

En los últimos años, representantes de las ciencias jurídicas comenzaron a trabajar con ambientalistas en relación con los derechos animales. Muchos juristas plantean que los derechos van más allá de las personas físicas y que podrían aplicarse a los grandes simios por el alto grado de identidad genética con los humanos. Por eso, Sandra, la orangután del Zoo porteño, fue declarada persona no humana por la Cámara Federal. Sin poner en duda las buenas intenciones de quienes luchan contra el encierro de animales, quiero expresar mi desacuerdo con el abordaje de esta problemática y manifestar cierta preocupación por los alcances que podría tener.

Argumentando similitud genética, se porta de más derechos sólo a los grandes simios. Se argumenta que tienen una gran capacidad cognitiva y una gran depresión por el encierro. Cuando me preguntan si un simio o cualquier ser vivo es persona, respondo: «La biología no puede argumentar si un organismo vivo es o no una persona. Es un concepto correspondiente al mundo cultural y al marco legal de los humanos».

Todos los animales son seres sintientes, se deprimen por el cautiverio y se inmunodeprimen y enferman por el estrés. ¿No se estará generando desigualdad con estos fallos? La biología no otorga derechos, pero estudia la diversidad en el marco de la teoría de la evolución, dentro de la cual no existen conceptualmente animales superiores (ahora con más derechos) ni inferiores (ahora con menos derechos). Se entiende la evolución como la serie de procesos que generan la diversidad biológica y no como progreso. El hecho de que algunas especies muestren mayores grados de complejidad no indica superioridad alguna ni las hace merecedoras de portar más derechos que otras. En estos temas se mezclan definiciones y postulados científicos erróneos y arcaicos con definiciones legales, lo que genera una gran confusión. La centralidad que se les da a los grandes simios, excluyendo a otras especies que pueden sufrir aún más el cautiverio, es algo difícil de revertir ahora en el imaginario social. Esta estrategia se parece más al «cuidemos la naturaleza» de los años cincuenta que a la visión moderna y científica que protege la biodiversidad.

Me pregunto qué pasaría al irnos al otro extremo. Si extendiéramos por lógica estos fallos a todos los animales, ¿qué sucedería con los animales utilizados para experimentación? Muchas veces los biólogos somos blanco de ataque de grupos fundamentalistas que repudian con violencia la experimentación con animales. Estudiar la naturaleza de los seres vivos es el único modo que tenemos para entender cómo funcionamos y eso es lo que nos permite vivir más y mejor. Se ataca la experimentación con animales, pero se quiere vivir más de 80 años y tener los mejores recursos para cuidar la salud y aliviar los dolores. ¿Qué pasaría si estos fallos que transforman en personas portadoras de derechos a los grandes simios se extendieran a todos los mamíferos? ¿Se dejarían de testear drogas en animales antes de ser aplicadas en humanos? ¿Se dejaría de comprobar el efecto tóxico de muchísimas sustancias que podrían afectar nuestra salud? Los experimentos con células que, muchos creen, son la solución no reflejan para nada lo que sucede en un organismo entero. Gran parte de los avances para mejorar la vida de las personas se han hecho experimentando con ratas, gatos y monos. Las prácticas de laboratorio siguen protocolos estrictamente controlados por rigurosos comités de ética.

Estoy en desacuerdo con el uso de animales para espectáculos y con la existencia de zoológicos sin infraestructura adecuada, que no colaboren de manera comprobable con el estudio de fauna autóctona. Creo que es hora de establecer nuevas relaciones entre las ciencias naturales y las ciencias sociales. La separación y los desacuerdos entre ambas ciencias son una de las causas de la crisis ambiental que vivimos.

Doctor en Ciencias Biológicas

Fuente: La Nación


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