Mariano Macri describe a su hermano Mauricio, el ex presidente, como una persona “capaz de engañar a cualquiera”, que nunca en su vida lo trató en forma cariñosa y que sólo comenzó a hacerlo cuando entró en la política.
El libro que se publicó este fin de semana, escrito por Santiago O´Donnell después de varias entrevistas con 17 horas de grabaciones, intenta despegar a Franco, el padre, de los negocios ilícitos y lo presenta como un emprendedor que se dedicó a generar empresa y dar trabajo.
Describe una relación muy tortuosa con sus hermanos mayores, Maurico y Gianfranco, quienes de chicos vivían peleándose y rescata la figura de Sandra, la hermana ya fallecida, espiada por Macri cuando era jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires.
Respecto de Florencia, la hermana menor, productor del segundo matrimonio de Franco, se refiere a una relación distante, de poco trato, que mejoró cuando ella estuvo en pareja con el empresario italiano Salvatore Pica.
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El siguiente es un fragmento en el que Mariano describe la personalidad de Mauricio, en la vida y en los negocios:
“Yo lo veía a Mauricio como el promotor del bullying, esa forma de desgaste, de pinchar al otro, de provocarlo, de estresarlo, de llevarlo al límite, que después también yo sufrí en muchas instancias. Eso me daba bronca y me ponía un muro insondable. Yo no tenía afinidad con él. Tenía un trato muy contrario a mi ADN. En vez de ser afectuoso, era siempre provocador, hiriente. Haciendo un repaso por mi vida, pensé: “Pero si este tipo en la puta vida fue cariñoso conmigo”. Solo cuando empezó en la política se puso a ensayar, y tan exageradamente que me agarraba de la mano, me franeleaba. Yo decía: “¿A este qué le pasó?”. Evidentemente, estaba mutando y probando ser todo aquello que nunca había sabido ser. Estaba creciendo; en algunos aspectos, genuinamente mejorando y en otros simplemente desplegando las alas de ese animal político capaz de engañar a cualquiera”.
Un psicópata
“En el racconto que hice, mientras pensaba cómo era posible que fuese tan frío, tan hijo de puta, me fui dando cuenta de que, en realidad, él no era un tipo de sentimientos. Ese era yo, con mi voluntarismo, mi percepción de que la gente es buena, que todos tienen buena leche y buenas intenciones. Pensaba: “No puede ser, este tipo las hizo todas”, y me daba cuenta de que yo era un boludo, que no quería abrir los ojos. Nunca tuvo la capacidad de amar. En muchos aspectos era realmente un psicópata. A las personas que llegan a detentar el poder, en general, ese nivel de abstracción y esa falta de sentimientos las simplifican bastante. Mi carácter era totalmente opuesto. Lo veía en las reuniones de directorio siendo demasiado ácido, demasiado punzante, muy vehemente, muy hiriente. Decía las cosas de forma muy descuidada. Y a mí me producía espanto, me angustiaba”.
Más críptico
“En una época se le ocurrió al viejo la idea de que yo fuera su asistente en lugar del de él. Entonces, pasé a ser asistente de Mauricio. Lo acompañé en Sevel en 1994, el año en el que dirigió la empresa. Recuerdo que tuve que tratar de estar más atento, de participar en las reuniones. Era un tipo difícil de seguir. Desde chico, le gustaba no dar pistas y desaparecer y aparecer a su antojo. Escaparse para hacer su programa, atender sus intereses (un deporte, una mina). Pero también sé que, en algún punto, logramos tener bien fijadas todas las semanas una estructura de reuniones. De manera que yo pudiese acompañarlo, participar, hacer las actas. Su estilo de conducción me parecía mucho más críptico, más de mirar los números y lo financiero. Lo escuchaba hablar mucho por teléfono y negociar cosas muy rápido. Y, sobre todo, se le daba por ser muy confianzudo y tener charlas de extrema confianza con gente con la que no la tenía. Era su manera de derribar distancias y paredes con los demás. Eso también me parecía muy peculiar. Yo lo veía como algo imprudente, transgresor. No creía que eso sumase, por lo menos en mi caso. Su estilo de conducción me parecía más encriptado que el del viejo”.
Tras bastidores
“Es raro, pero a Mauricio no le costaba mucho convencer de algo a los miembros del directorio de Socma ni encontrar eco en el conservadurismo de muchos de ellos. Por ahí era algo generacional, porque los directores también eran más jóvenes que el viejo. Tal vez, operar tras bastidores marque fuertemente el estilo de Mauricio. Él se juntaba mucho con los directores, uno a uno, y trataba de poner su impronta y de dirigir. El viejo lo sabía y lo toleraba, lo permitía. De un hijo imaginate cómo no lo iba a tolerar. Sin lugar a dudas, él necesitaba la presencia de sus hijos para reforzar el sentido de lo que estaba haciendo. En eso era muy pragmático. Tomaba a las personas y las cosas como venían. No se ponía mal porque Mauricio lo desafiara, sino que lo aceptaba como era. Pero no dejaba de ser importante para él como continuidad. Pensaba: “El emperador ahora soy yo, pero mañana lo va a ser mi hijo mayor”. No se ofuscaba, no se preocupaba. Por ahí un poquito le dolía y se amargaba, pero no lo mostraba”.