Por Eduardo Fidanza
Después de la corrida cambiaria, revolotea entre las elites y el público informado una pregunta insistente, que no tiene respuesta cierta: ¿qué le pasó al Gobierno?; ¿por qué un trayecto que podía culminar en la reelección se convirtió súbitamente en un presente difícil, plagado de incertidumbres, tareas desagradables y caída del apoyo social? A esos interrogantes les sigue otro: ¿es factible remontar las dificultades o la suerte está echada?, dilema que se evalúa en los círculos del poder y se escatima al resto de la sociedad, aún poco consciente de las consecuencias de la crisis. Las respuestas difieren antes por intereses que por el deseo de aproximarse a la verdad. Ya se sabe: la oposición le carga la cuenta al Gobierno y este se defiende señalándole sus responsabilidades. Sin embargo, los más lúcidos están obligados a identificar los errores que llevaron a Cambiemos al borde del precipicio. El Presidente ensayó la autocrítica, extraída de la psicología, no de la política: fuimos demasiado optimistas. Acaso haya que sumergirse en el trasfondo de ese estado anímico. Pasar de la psicología a la sociología, de cierto narcisismo iluminista a las consecuencias políticas de última instancia: la pérdida relativa de poder y legitimidad de un proyecto que se consideró innovador.
La interpretación sociológica del optimismo exagerado conduce a la génesis del proyecto de Pro: la idea de que un grupo de extracción privada, socializado en lo que se consideran las empresas, universidades y organizaciones sociales de mayor calidad, podía realizar cambios de fondo para poner a la Argentina en sintonía con el mundo globalizado. Según sus promotores, eso supone un contrapunto entre valores positivos -racionalidad, eficacia, transparencia, modernidad, cosmopolitismo- y valores negativos asociados a la vieja política, la ineficiencia, el gasto desordenado y la corrupción, cuyo símbolo es el populismo. El kirchnerismo tardío, un ejemplo pedagógico de esos desvalores, potenció el programa que Pro le propuso a la sociedad argentina bajo el eslogan: «Sí, se puede». Para sus impulsores, ese emprendimiento se convirtió así en la única vía a la modernidad. Hasta que un inesperado vendaval cambiario trastocó dramáticamente el plan, que parecía estar concretándose, para retrotraer las cosas al disimulado temor inicial: ser apenas un gobierno de transición entre dos peronismos, cuya novedad fuera completar el mandato.
Esa sombra traumática, clavada en el corazón del optimismo Pro, actualiza la pregunta que se hace Gabriel Vommaro, en la conclusión de su libro La larga marcha de Cambiemos: «¿Podrán ‘los mejores’ construir por fin una sociedad de mercado y alejar el fantasma del populismo?». Este sociólogo enmarca el interrogante en uno más amplio, planteado por Guillermo O’Donnell: ¿puede un sector de la sociedad «mucho más estrecho que la nación entera» establecer un régimen legítimo y duradero? En otros términos: es factible ese objetivo, que avanza, como escribe Vommaro, en contra de «las orientaciones estadocéntricas, proteccionistas y neocorporativas de la cultura política argentina, desde los sectores populares movilizados hasta los grupos empresarios asociados al mercado interno». Se trata, en definitiva, de si un «gobierno de los ricos» puede tener una visión global e inclusiva de la sociedad, para conducirla y transformarla. Si eso fuera posible, concluye Vommaro, significaría «una revolución de las condiciones de producción de proyectos políticos en la Argentina».
Lejos de eso, cruje la ambiciosa verdad de Cambiemos, vapuleada por unos especuladores a los que ingenuamente creyó satisfechos con la timba que les propuso. Tanto candor habilita recordar algunas lecciones de la sociología. Pierre Bourdieu afirmaba: «Si hay una verdad, es que la verdad es un objeto de lucha». Esa lucha, de naturaleza eminentemente política, se regula, de acuerdo con este célebre sociólogo, «según la ley de las cegueras y lucideces cruzadas» que distinguen los combates por instaurar los discursos legítimos. Un gobierno golpeado como el que encabeza Macri debe revisar sus cegueras y afinar la lucidez, si busca recuperar terreno. Es una operación que requiere desgarrar adherencias, revisar la genética elitista y abrirse a la sociedad.
Junto a esa ascesis, le convendría reconsiderar aspectos simbólicos, que a sus asesores parecen escapárseles. De nuevo Bourdieu y su lección: en la esfera pública existe un mercado lingüístico, cuyas reglas son similares a las del mercado bursátil. Las palabras cotizan allí como las acciones y las monedas. Las más atractivas y convincentes poseen mayor precio; las menos seductoras y prometedoras carecen de valor. Este mercado inadvertido es un indicador de las relaciones de fuerza y poder. Por eso, las batallas que vienen difícilmente se ganarán con llamados a reducir el déficit y pagar tarifas siderales, si del otro lado la angustia del ajuste se condensa en «la patria está en peligro», un significante tramposo pero multitudinario.
Fuente: La Nacion.
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