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Democracia vs. secreto (cría cuervos y te comerán los ojos)

Por Esteban Rodríguez Alzueta

Imposible no dejar de leer los acontecimientos desde lugares comunes. Después de tanto Hollywood cada uno tiene una película en la cabeza para “entender” lo que pasó y lo que no pasó. Pues, a esta altura, eso ya no es lo que cuenta. Los límites se desdibujan, y a medida que pasa el tiempo, más difusos se vuelven. El film en el que estoy pensando ahora se llama Al filo de la oscuridad, del director Martin Campbell y protagonizado por Mel Gibson que interpreta a un detective veterano de Boston que acaba de recibir la visita de su hija Emma, recién graduada en Ingeniería. Emma, además trabaja para una empresa dedicada al desarrollo de proyectos militares. No voy a contar la trama porque el film es bastante malo, pero hay dos momentos que me interesa compartir. Cuando un tipo, que se dedica a la contrainteligencia, le dice a un senador bastante corrupto: “Mi trabajo es hacer una trama tan complicada donde todas las teorías conspirativas puedan caber”. Y luego al detective: “-Estos casos nunca se resuelven, nunca se conecta la A con la B”. “–¿Cómo lo sabes?” –le pregunta Gibson-. “-Porque yo soy la persona que se encarga de que la A nunca se junte con la B”.

Escucho esto y me viene a la memoria Libra, la novela que Don DeLillo dedicó para explorar el misterioso asesinato de John F. Kennedy, un crimen donde las conspiraciones se fueron acoplando una encima de la otra. Más que un crimen político un golpe institucional monitoreado por las agencias de inteligencia. Un crimen que necesitaba otro crimen como chivo expiatorio: el asesinato de Harvey Oswald en vivo y en directo frente a las cámaras de televisión. Guy Banister, agente veterano del FBI, le dice a otra colega: “-Antes de irte quiero que abras  un nuevo expediente… -Qué quieres que guarde en ella? Le pregunta la novata. –Delphine, cuando se abre un expediente, basta esperar para que aparezca material a raudales. Notas, listas, fotos, rumores. Todos los fragmentos y chismes del mundo que no tienen vida hasta que alguien se presenta a recogerlos. Resulta que todo ese material te estaba esperando.”

Más acá, me interesa compartir también una conversación que José Pablo Feinmann mantiene con Héctor Icazuriaga, el ex director de la SI hasta diciembre del año pasado, y que rememoraba en su libro El flaco. Están hablando del aparato de Duhalde, una máquina de violencia hecha de corrupción, intendentes todo-terreno, guita, drogas, prostitución, y mucha yuta de lo peor. Icazuriaga, muy canchero, le dice: “Néstor va por Duhalde”. Feinmann, más canchero que él, y más inteligente, retruca: “Supongamos que la cosa es así. Te pregunto. (…) Va por Duhalde. Le gana. Se queda con todo el puto aparato duhaldista. ¿Sabes cuál es el resultado? Néstor ya no es Néstor. Es Duhalde. ¿Cómo vas a seguir siendo el mismo tipo si ahora estás al frente de un ejército de escorpiones? Te digo la respuesta: no vas a seguir siendo el mismo tipo. Vas a ser un escorpión más. Es como si yo te dijera: Chango, andá por Himmler. Quedate con las SS. Me hacés caso, vas por Himmler, lo hacés mierda y te quedás con las SS. ¿En quién te convertiste? En Himmler. ¿O las SS se van a dejar conducir por un alma pura?”

El diálogo tuvo lugar a comienzos de la gestión de Néstor Kirchner, y Feinmann sabía que entre las deudas pendientes de los gobiernos democráticos estaba la SIDE. Una deuda cada vez más pesada, porque a medida que pasaba el tiempo cada gobierno había incrustado entre sus filas a sus propias camarillas que luego lo sobrevivían. ¿Qué hacer? Un tema intocable, para hablarlo en voz baja. Sospecho que a Feinmann no se le escapaba que no bastaba con meter a la mujer maravilla para poner en caja a todos los tipos que venían haciendo carrera desde hacía tiempo. Tampoco alcanzaba una purga. Se sabe, el problema no es la manzana podrida sino el canasto que las contiene. No se trata de la presencia de tal o cual agente corrompido sino las prácticas ilegales de las que son objeto aquellos actores. Prácticas que se fueron tallando durante décadas hasta llegar a constituir el ADN de la institución. Lo dijo la Presidenta en la última Cadena Nacional del lunes 26 de enero: “El problema no es el nombre sino las prácticas”. Lo había dicho también Balzac hacía más de un siglo, hablando sobre Fouché, Ministro de la policía de los girondinos, los jacobinos y de Napoleón: “Los gobiernos pasan y la policía permanece”. La pregunta por la permanencia hay que buscarla en la presencia de tal o cual funcionario sino en las prácticas que las definen. Aunque no está de más recordar que algunas veces existen algunas figuritas repetidas. Vaya por caso la Argentina: Pasaron los militares y Stiusso quedó. Cayeron los radicales y Stiusso seguía ahí. Pasó el menemismo, los radicales fueron otra vez arrojados, y Stiusso permaneció flotando. Es que Stiusso, como Fouché, “le importaba una sola cosa: estar siempre con el vencedor, nunca con el vencido”.

Una aclaración antes de continuar: Por supuesto que Feinmann no está equiparando la SIDE a las SS, y tampoco yo estoy sugiriendo una filiación equiparable. Lo aclaro porque muchos kirchneristas suelen ser demasiados literales y muy poco proclives a las lecturas oblicuas.

Pasaron diez años y el gobierno, como dijo alguna vez Alfonsín, hay cosas que no supo, algunas que no quiso, y otras que no pudo. El tiempo dirá cuál parte del clisé le cabe al kirchnerismo en esta materia, por lo menos hasta ahora. Pero sabemos que el primer intento de meter manos en la SIDE resulto fallido. El 25 de julio de 2004, al día siguiente de haber “renunciado” como ministro de Justicia, Gustavo Béliz, salió a denunciar públicamente al agente Stiusso en el programa Hora Clave que conducía de Mariano Grondona, diciendo que había montado en la SIDE una suerte de ministerio paralelo que se dedicaba a espiar y chantajear a dirigentes y funcionarios. En esa misma entrevista el ex ministro acusó también al agente de “haber embarrado la investigación en la causa AMIA”. Esto sucedió hace diez años atrás! Su enfrentamiento le costó el cargo; y la denuncia un juicio. Además, tuvo que irse del país y desaparecer de la escena política. El telón de fondo de aquella disputa fue el secuestro de Axel Blumberg y el detonante la represión de la Policía Federal, que dependía de su cartera, a un grupo de manifestantes que reclamaban ante la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires contra la sanción del Código Contravencional. Según Béliz, aquellos acontecimientos fueron montados por la propia SIDE para desplazarlo Béliz. Fue absuelto en agosto de 2011 por el Tribunal Oral Federal 3. En las audiencias de aquel juicio no sólo ratifico sus dichos sino que añadió que Stiusso se dedicaba –textual- “a la compra y tortura de testigos, extorsiones y enriquecimiento ilícito”.

Hacía tiempo que Stiusso era el hombre fuerte de la SIDE y ahora se convertía en el número 1. Fue el hombre clave del kirchnerismo en la SIDE no sólo en la causa AMIA sino para enfrentar y controlar -por izquierda- el aparato que había montado el Comisario Jorge “Fino” Palacios al interior de la Policía Federal Argentina. Palacio acumulo poder primero dirigiendo la División Narcotráfico y luego a cargo de la Unidad Antiterrorista que había creado Hugo Anzorreguy, ex director de la SIDE en el gobierno de Menem.

Horacio Antonio Stiusso, alias “Jaime” o “Stiller”, había empezado su carrera en 1979, pero fue durante el menemismo, con otro ex director de la SIDE de ese gobierno, Miguel Ángel Toma, cuando cobra protagonismo y poder. Luego, con la Alianza, el entonces director de la SIDE, Ricardo Santibañez, lo nombra director de la división de Contrainteligencia. No sabemos cuáles fueron los entretelones estos años, pero sabemos que se trataba de un peso pesado con demasiados contactos locales y conexiones internacionales que no podían cortarse de un día para el otro. Lo sabemos además porque durante todos estos años, el periodista Horacio Verbitsky se encargó de recordarnos la bola de nieve que seguía rodando, cada vez más grande, más tenebrosa, peligrosa.

Tal vez, como dijo alguna vez Marcelo Sain hablando de las policías en Argentina, políticamente hablando, cuando la correlación de fuerzas no te da, al gobierno le sale más barato negociar con ellas que encarar los procesos de reforma. Más aún cuando gran parte de la justicia federal, promovida por la SIDE, que se nutre de sus operaciones, se dedicó a cuidarle las espaldas. Y sobre todo cuando figuras célebres del periodismo, campeones de la “independencia”, paladines de la “objetividad”, obtienen su primicia y construyen los “escándalos políticos” en base a los carpetas que compila y construye la SIDE.

El secretismo se ha incrustado en el seno de la democracia hasta convertir en rehenes a gran parte de la dirigencia política. Ahora bien, no sólo forma parte del gobierno nacional, también el gobierno de la ciudad fue tomado por agentes de inteligencia. Recordemos el escándalo en el que quedó envuelto Mauricio Macri con la flamante Policía Metropolitana, cuando nos enteramos que su jefe, el citado Palacios, rescatado por Macri de la Federal después de haber sido apartado por el gobierno nacional, se dedicaba a espiar a funcionarios y otras personalidades junto al espía Ciro James. Un caso, dicho sea de paso, que le costó el procesamiento al Jefe de la Ciudad. Y lo mismo sucede todavía en el ámbito de la Policía Federal Argentina con el Cuerpo de Informaciones de la PFA creado en 1963, una suerte de agencia paraestatal de inteligencia que nuclea casi 1000 espías. (Sobre este tema puede leerse el artículo de Marcelo Fabián Sain “Los Intocables” publicado en el diario Página/12 el 26 d enero de 2010). El caso más conocido fue la infiltración de uno de estos agentes en la Agencia Rodolfo Walsh, el Oficial Mayor de inteligencia Américo Ignacio Balvuena, un caso que tomó estado público en mayo de 2013.

Hay un refrán que dice, “cría cuervos y te comerán los ojos”. Y esos cuervos no nacieron ayer, hace tiempo que les venían dando de comer. La moraleja es la siguiente: Tarde o temprano, las personas que habilitaste, por acción u omisión, a espiar, empezarán a espiarte también y te van a “encarpetar”. Los servicios saben que… “muerto el rey, viva el rey!” Los amigos de hoy, mañana pueden ser los mejores enemigos. Por eso conviene fichar a todos y tenerlos “encarpetados”. Nunca se sabe cuándo se puede usar la información acumulada.

Los servicios de inteligencia se mueven sigilosamente. Y sus golpes son también sutiles. El efecto mariposa es su táctica preferida. Lo importante no es el objetivo directo sino sus consecuencias. La SIDE golpea de manera rizomática y sus golpes -salvo que se sea el destinatario-, se sabrán cuando ya no queden huellas de su presencia. La SIDE es un puño sin brazo, una agencia que se fue autonomizando del poder ejecutivo. Una agencia descontrolada. No sólo los jueces miran para otro lado, tampoco los legisladores hicieron durante todos estos años un seguimiento de sus actividades y el destino de los suculentos fondos reservados que financiaban sus operaciones.

Los servicios secretos aprendieron que su poder se sostiene en la capacidad de hacer daño, que el éxito depende de la onda expansiva de sus operaciones. Cuanto más enigmáticos resulten los hechos, mayor será su capacidad de destrucción. A veces, para hacerlo, alcanza con dar un carpetazo a un periodista. Otras veces, con pasarles una serie de escuchas a los jueces que se refriegan las manos mientras se inmiscuyen en la vida privada. Algunas otras alcanzan con mandar una foto o filmación a un dirigente para dejarlo en el molde para siempre, o por lo menos para sacarlo de carrera durante un tiempo largo. Recordemos lo que dijo alguna vez el Lole Reuteman: “Vi algo que no me gusto y que no diré nunca” y se fue a boxes otra vez. Otras veces –está visto- son capaces de matar o inducir un suicidio. No es necesario comerse a la reina para desarmar el tablero. Bastará con sacrificar a un peón para remover el avispero y desarmar cualquier estrategia ajena.

El secreto genera secreto. El secreto ensancha las oportunidades para el secreto. Hace tiempo que Norberto Bobbio había encendido una alarma sobre esta práctica que, según Elías Canetti, “ocupa la médula del poder”. Decía que el secreto le iba a costar caro, demasiado caro, a las democracias. Que las democracias estaban en riesgo, que el secretismo podía degenerarlas en regímenes autocráticos. Para Bobbio, si la democracia es el gobierno del poder visible, la autocracia el reino de la invisibilidad. Bobbio sabía que debajo del gobierno democrático se tejían subgobiernos, incluso, en el fondo, criptosgobiernos. Las conspiraciones se alimentan de la desconfianza mutua, el deseo de poder y la gloria, pero también, de la valorización infinita, la necesidad de expandir los negocios, sean criminales o legales. Es decir, el secreto puede adoptar formas diferentes y cada vez más peligrosas. Hemos ido demasiado lejos. El secreto ha puesto a las democracias frente al abismo. Para Bobbio los servicios secretos del estado son un mal necesario, que se justifica en la necesidad de recabar y sistematizar información en el marco de investigaciones judiciales que se siguen, por ejemplo, contra el delito organizado. Pero si los controles fallan, no tardarán en autonomizarse y empezar a complotar. En ese punto la republica habrá dejado de ser una cosa pública, y la democracia el gobierno del poder visible.

Bienvenida sea entonces la disolución de la SI. Como dice otro refrán, “más vale tarde que nunca.” Ya hablaremos en otra oportunidad más detenidamente. Pero me apresuro a decir sólo una cosa: No estoy de acuerdo que la flamante Agencia Federal de Inteligencia (AFI) concentre las tareas de inteligencia que atañen a la defensa nacional (la inteligencia defensiva) y la seguridad pública (la inteligencia criminal). Si cada una de estas problemáticas fue objeto de legislación diferente, emplazadas luego en carteras distintas, no me parece que haya ahora que juntarlas. El rejunte, por otro lado, certifica la tendencia del último kirchnerismo a policializar a los militares y militarizar la seguridad. Las figuras de Berni y Milani, son los prototipos de esta confusión. De a poco, la clase política –y esto corre para algunos sectores del kirchnerismo, pero incluye al massismo, el macrismo y parte del radicalismo- está borrando las fronteras que separan a las policías de los militares, un diseño estructural consecuente con la historia que nos tocó. No se debe confundir el crimen complejo con la defensa nacional. (Para los que les interese el tema encontraran en la nota “Nunca es tarde” de Marcelo Fabián Sain en el diario Página/12 del domingo 25). Hay que evitar la concentración del secreto, para evitar reproducir estos nichos de poder. Canetti, en el citado libro Masa y poder, decía que las democracias, a diferencia de las dictaduras que tienden a concentrar el secreto, deberían diluirlo y repartirlo entre muchos. Y llamaba concentración del secreto “a la relación entre el número de aquellos a quienes afecta y el número de aquellos que lo guardan”. Y agregaba: “Tras esta definición es fácil comprender que nuestros modernos secretos (…) son los más concentrados y peligrosos que jamás hubo. Afectan a todos, pero sólo un ínfimo número sabe acerca de ellos, y de cinco o diez hombres depende el que sean utilizados”. Si se pretende democratizar la “inteligencia” no debería concentrarse en una agencia todas las tareas. Al contrario, la concentración puede reforzar su carácter antidemocrático.

Termino con las palabras de Albert Camus difíciles –por cierto- de digerir, pero que deberían llevarnos a estar alertas. La frase la tome de su obra Los justos. El personaje que habla es el jefe de la policía secreta del zar, y sus palabras están dirigidas al revolucionario que acaba de arrojar una bomba que mató al zar para proponerle un trato que implica la traición a sus compañeros. El revolucionario se niega, y el agente insiste: “En su lugar yo demostraría menos orgullo. Tal vez llegue a sucederle lo mismo. Se comienza por querer la justicia y se acaba organizando una policía”.


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