| El misterioso caso de Vera Tchestnykh

Cuatro años de una enigmática desaparición

La joven salió de su casa y nunca más se supo de ella. Luego fue asesinada su madre. Tiempo después murieron sus dos hermanos. ¿La mano de la mafia rusa?

Vera salió a caminar y nunca más volvió.

Vera salió a caminar y nunca más volvió.

Por Javier Sinay.

A cuatro años de la desaparición de Vera Tchestnykh –una joven que dejó su casa en el barrio de Moreno para ir a caminar, como hacía rutinariamente, el jueves 6 de mayo de 2010, y ya no volvió–, el drama que significó su ausencia y la cadena de desgracias que se desarrolló a continuación (el asesinato de su madre, Ludmila Kasian, el 13 de noviembre de 2010; y la muerte dudosa de dos de sus tres hermanos: Sergei, el 8 de septiembre de 2011; e Illia, el 2 de abril de 2012) parece haberse desvanecido en un agujero hondo de olvido.

La causa judicial de la búsqueda de Vera no registra movimientos durante el último año y María Esther Cohen Rua, directora desde 1993 de la Comisión Esperanza –una ONG que busca personas desaparecidas– no encuentra respuestas. “Luego de la muerte de los dos hermanos en circunstancias más que extrañas, la Justicia consideró resuelto el crimen de la madre, pero la búsqueda de Vera nunca continuó”, dice. Es que el fiscal Juan Ignacio Bidone, titular de la fiscalía de Delitos Complejos de Mercedes, había sostenido la hipótesis de que el asesinato de Ludmila Kasian era obra de Illia y de Sergei, quienes, seguros de que la madre había tenido algo (o mucho) que ver con la desaparición de la hermana Vera, la habrían matado en venganza. Cuando pidió su captura, los dos hermanos se subieron al taxi que manejaba todos los días el padre y escaparon hacia Bolivia. Allí murió Sergei; Illia, que continuó su escape hacia el norte con la presunta intención de subirse a un barco que atravesara el océano hacia Rusia, perdió la vida en Perú diez meses después –habiendo dejado tras sí varias declaraciones en la prensa, desafiando y desautorizando al fiscal.

El jueves 6 de mayo de 2010, cuando se la vio por última vez, Vera Tchestnykh cumplía 26 años. Como si fuera un día cualquiera, respetó la rutina de la caminata: salió dispuesta a recorrer los caminos del barrio El Ensueño –que no se parecían en nada a los de los bosques nevados del suburbio de Jimki, en Moscú, desde donde su familia había llegado en 1999– y no volvió más. Ni tampoco dio señales de vida.

“A comienzos de 2013, Valeri Tchestnykh, el padre de Vera, recibió informaciones de un vidente uruguayo que hizo un croquis de una zona con un puente, debajo del cual podría estar enterrada la chica”, sigue Cohen Rua. Marcelo Acquistapace, un adivino que ayuda a la policía oriental en casos enigmáticos –incluso oficialmente– recibió en Montevideo al padre de Vera, que le dejó al algunas fotos y un conjunto deportivo amarillo de su hija. Con la prenda, Acquistapace esperó el momento para entrar en trance y dibujó. Algunos días después el padre de Vera recibió de él una noticia lóbrega.

“Lamentablemente las prendas y fotografías de Vera me generaron un muy fuerte desprendimiento de energía; por lo general eso es señal de muerte”, dice ahora el clarividente. Y explica: “dentro de la percepción extrasensorial existe la psicometría, que busca obtener información a través de las prendas. Creo que hay una base física en esto, y que, si uno tiene desarrollado el potencial, percibe imágenes o sensaciones de la víctima o del asesino”.

En cuanto a Vera, presiente que está enterrada cerca de un puente o cerca de un cruce de dos rutas importantes, a veinte kilómetros de donde vivía ella –un sitio que, en trance, dibujó con trazos negros reiterados, sobre una hoja blanca. Acquistapace no conoce ese lugar, pero cuenta que allí hay una estación de servicio y un restaurante para camioneros. En ese sitio, la imagen que percibe de Vera no es feliz: “hay un golpe en la cabeza, posiblemente de una pala o de una herramienta pesada; la tierra la cubre y está envuelta en algo azul, que puede ser una cortina o un encerado”.

“El padre de Vera estuvo en la zona y descubrió que existía ese cruce de rutas”, sigue Cohen Rua. “Quería que la fiscalía le diera apoyo para excavar, pero no lo obtuvo”. Tampoco se investigó en la propia casa de los Tchestnykh, donde –una vez que la familia se desmembró– quedó viviendo el último de los hermanos, el taciturno Andrei.

“Nos quedó la sensación fea de que al querer buscar solución a la desaparición de Vera abrimos la puerta de algo más grande”, dice Cohen Rua. Como sea, tampoco queda claro –al menos en la versión oficial– qué es lo que hay detrás. Vera le había comentado a una mujer que su padre había escapado de Rusia, arrastrando a su familia, acosado por deudas enormes. El fiscal Bidone escuchó, por otro lado, que el mismo Valeri Tchestnykh –el padre de Vera– había sido un informante de la policía que había traicionado a un grupo ilegal. Pero la chance de una venganza ejecutada por el largo brazo transnacional de la mafia rusa nunca le pareció posible al fiscal ante una familia de inmigrantes mansos asentados en una casa humilde en el barrio de Moreno.

Con respecto a Vera, nada se probó. Hoy Valeri sigue conduciendo su taxi. Su ex mujer, su hija y dos de sus hijos ya no están. Cohen Rua se lamenta: “El hombre sufre de un dolor sin respuestas”.


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