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Aprestos ministeriales, el pacto petrolero y el último desvelo del establishment

Por Alejandro Bercovich

El mundo de los negocios mantiene la vista fija en el calendario y sus relojes en cuenta regresiva hacia el 9 de agosto. El final abierto de la campaña presidencial no hace más que alimentar la facturación de los encuestadores, vedettes de ocasión, que susurran en salas de reunión corporate que las PASO oficiarán de elecciones generales y que los comicios de octubre operarán como un virtual balotaje, concentrando los votos oficialistas y opositores. En medio de ese tenso desenlace, los más influyentes empresarios del país empezaron a mover algunas fichas. Los hermanos Bulgheroni, por caso, cerraron una alianza de su controlada PAE con la estatal YPF que resultaba impensable apenas un año atrás y que coronó su acercamiento a Daniel Scioli. Otros le pidieron a Mauricio Macri que les explique cómo hará para gobernar con el peronismo en contra en caso de resultar vencedor. Por las dudas, todos procuran sonreír ante los dos candidatos con mayores chances de suceder a Cristina Kirchner y afianzar sus relaciones con los eventuales ministros de cada uno.

Como se anticipó en esta página el 10 de abril último (ver “Las aspirinetas de Gabriela, los amigos de Daniel y las garrafas de Mordor”), Alejandro Bulgheroni empezó a enviar ondas de amor y paz a su amigo Scioli desde el fin del verano, justo cuando dejaron de fluir fondos de su empresa a la campaña de Sergio Massa, la fallida apuesta inicial del mayor grupo petrolero privado del país. El pacto que cerró el miércoles PAE para invertir u$s 1.384 millones en Vaca Muerta junto a la alemana Wintershall y la YPF de Miguel Galuccio fue el broche de oro de ese acercamiento.

La ecuación fue más política que económica: incluso computando el subsidio que implican los precios sostén del gas y del petróleo que fijó el Gobierno, las inversiones en shale y tight distan hoy de ser tentadoras, con el valor del barril en sus mínimos y la posibilidad de que el acuerdo entre Estados Unidos e Irán inyecte aún más oferta en el mercado. No fue azarosa la activa intervención del saliente gobernador neuquino Jorge Sapag, a quien se menciona en el mundo petrolero como un posible ministro de Planificación o secretario de Energía de un eventual gabinete sciolista.

El juego de la silla por un puesto en ese futuro elenco no se agota en las áreas económicas. El sheriff Alejandro Granados, por caso, avisó a ejecutivos que pasaron por su restaurante que peleará el Ministerio de Defensa si su jefe pega el salto de La Plata a Olivos. Experiencia no le falta: tras haber duplicado el tamaño de la Bonaerense hasta sus actuales 92.000 efectivos, el controvertido exintendente de Ezeiza conduce hoy el mayor ejército del país, con más hombres que las tres fuerzas armadas juntas. El salto a Defensa lo eximiría de lidiar a nivel nacional con la mayor asignatura pendiente que el electorado le factura a Scioli a nivel provincial: la seguridad.

¿Sin peronistas?

Si bien el círculo rojo abandonó la Macrimanía entre abril y mayo y ratificó sus sospechas de que Scioli está más cerca de suceder a Cristina cuando a mediados de junio se consagró como el único candidato del oficialismo, nadie se anima a desechar todavía al jefe de Gobierno como alternativa. Hasta Scioliarquía —como apodaron con malicia en la oposición a la consultora de Catterberg, Fidanza, Clutterbuck y Perechodnik— advirtió en sus últimas conferencias reservadas que no debe descartarse ese escenario. Las pregunta que se hace la mitad del establishment es cómo haría para gobernar Macri con el peronismo en contra y sin mayoría parlamentaria. Su temor es que la ingobernabilidad afecte los negocios y que, como vaticinara erróneamente sobre Néstor Kirchner el editorialista José Claudio Escribano en La Nación en 2003, el país vaya a darse “un presidente por 180 días”.

Macri se ríe de esos malos augurios. La mejor garantía de gobernabilidad que exhibe ante el poder económico no es haber evitado en los últimos años los clásicos paros docentes del inicio de cada ciclo lectivo, como subrayaron hasta el hartazgo Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli durante la campaña porteña que terminó anoche. Lo que el ingeniero levanta como un trofeo es una herencia anticipada que le dejó su padre, Franco, de un activo que consolidó en sus épocas como contratista de la Ciudad al frente de Manliba: el buen vínculo con Hugo Moyano.

El líder camionero nunca ocultó su diálogo con el jefe comunal saliente. Ni siquiera cuando militaba en el kirchnerismo más aguerrido. El nexo se aceitó durante los ocho años del macrismo gracias a una “cadena de la felicidad” poco conocida: cada vez que vencen los contratos de las compañías recolectoras porteñas, sus empleados son despedidos formalmente y luego recontratados por otras nuevas que les garantizan las mismas condiciones laborales y la antigüedad, previo pago de las indemnizaciones correspondientes. Ese gasto extraordinario, que las contratistas trasladan a la Ciudad, explica que los contratos de recolección se lleven cerca del 8% del presupuesto anual porteño. Más recientemente se sumó el auspicio del Banco Ciudad a Independiente, que los jugadores del club de los Moyano lucen orgullosos en su espalda cada domingo.

El verborrágico Julio Bárbaro, otro peronista en las filas del PRO, procura por estas horas “desderechizar” la imagen de su fuerza y así disipar las dudas sobre la gobernabilidad que puede construir. Fustiga ante quien quiera oírlo al ultraortodoxo Carlos Melconian, enfrentado a su vez con el resto de los economistas del macrismo, e intentó sin éxito robarle algún hombre de números al sciolismo. Seguirá haciéndolo hasta el 9 de agosto, con una vitalidad que le envidian militantes dos o tres décadas más jóvenes que él.

Danza de nombres

Con el resultado de las PASO del frente Cambiemos casi cantado, en el gobierno porteño también arrecian las especulaciones sobre un eventual equipo de Mauricio Macri en la Rosada. El radical Ernesto Sanz, por caso, podría reciclarse como jefe de Gabinete tras la casi segura derrota que le espera el 9. El exministro radical Horacio Jaunarena y la diputada Patricia Bullrich son otros dos de los nombres más mentados en el PRO.

Salvo por la hábil jugada y los ingentes recursos económicos del nosiglismo que le permitieron a la UCR porteña colar a Martín Lousteau en el balotaje porteño de este domingo, el partido de Yrigoyen enfrentará tras las PASO su hora más dramática en su siglo de existencia. De poco habrán servido los esfuerzos de simpatizantes siempre bien predispuestos como Luis Betnaza, el director corporativo de Techint, quien no solo colaboró para convencer a más de un convencional de Gualeguaychú de que apoyara la alianza con el PRO que defendía Sanz, sino que también procuró —pocos días después— hacer entrar en esa misma alianza a Margarita Stolbizer. Si lo hubiera logrado, habría ayudado sin dudas a diluir el perfil conservador que tanto disgusta a Julio Bárbaro. A Stolbizer, a su vez, le habría asfaltado el camino a un puesto importante en el futuro gobierno y la habría sacado de su actual y poco rendidora disputa con Massa por el tercer puesto el 9 de agosto. Pero la negativa de la única candidata presidencial mujer con chances de superar las primarias les mostró a los armadores de Cambiemos que incluso en la política grande, hay cosas que el dinero no puede comprar.

Fuente: BAE.


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