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Un pleno a la cosecha récord y las primeras grietas del Plan Lagarde

Por Alejandro Bercovich

Pulverizado por la corrida cambiaria el «plan Perdurar», como rebautizó Carlos Melconian al híbrido al que Marcos Peña y Jaime Durán Barba solían aludir como gradualismo, el Gobierno puso proa hacia un nuevo norte, menos ambicioso: el plan Lagarde. Aunque los técnicos del Fondo Monetario renieguen por escrito de su autoría, el programa fue redactado a cuatro manos entre el Ministerio de Hacienda y el cuartel general de la calle 19, en Washington. Su piedra basal es la devaluación, que empezó a forzar un ajuste del gasto público y de las importaciones a la vez, a caballo de la recesión. Su única perspectiva de éxito (modesto, con un crecimiento del 2%) es una nueva cosecha récord, que recoja más de 130 millones de toneladas de granos en la campaña 2018/2019.

En el mundo de los negocios crece la convicción de que Mauricio Macri decidió apostar todo su capital político a ese pleno. Interpretan que eso hizo crujir al nacer al plan Lagarde, que contemplaba congelar la rebaja de retenciones a la exportación de soja al menos por un año. Algunos, como el vicepresidente de la UIA y jefe del B-20, Daniel Funes de Rioja, comparten el lance: «¡Mirá si otra vez una buena cosecha nos salva a todos, como en el final de Plata Dulce!», repetía risueño el abogado anteayer, después de un almuerzo bien regado en el restaurante central de la Rural. Afuera llovía, como en la ficción. Solo que allí el amigo de Arteche (Carlos Bonifatti, interpretado por Federico Luppi) terminaba preso.

Unos pocos ejecutivos se amargan al corroborar que la continuidad del proyecto que alguna vez sintieron como propio quedó librada al capricho de la meteorología. La mayoría, en cambio, opta por despegarse y delibera sobre los recambios posibles por fuera del kirchnerismo. Para ellos es simplemente otra decepción. «A mí no me representa. Éste nunca fue un gobierno empresario. Es puro márketing», comentaba en el mismo restaurante uno de los hombres más ricos del país, cuando apenas acababa de irse Peña. Un día antes, en el mismo lugar, Macri gozó por unos minutos de la aclamación de los cabañeros al son del «sí, se puede».

Macro y micro

Coordinado localmente por un empoderado aunque algo cansado Nicolás Dujovne, el plan Lagarde tiene cuatro aristas: campo, turismo, industria y energía. Al campo le reserva el rol de proveedor de las divisas necesarias para equilibrar la cuenta corriente, incluyendo la pesada carga de intereses de la deuda. Del turismo espera que ahorre entre 6 y 7 mil millones de dólares, entre lo que dejará de gastar la clase media en el exterior y lo que traerán los extranjeros a los depreciados destinos locales. A la industria le promete un respiro, también gracias a la deva y al consecuente encarecimiento de las conservas de tomate importadas que le mordieron mercado a Arcor y enfurecieron a Luis Pagani. En la energía, por último, cifra sus esperanzas de atraer inversiones foráneas. La zanahoria es el tarifazo.

El problema que advierten en Wall Street y en la City, cada vez con menos timidez, es que el plan carece de una visión sistémica. Que proyecta la macro sin mirar la micro. En especial el efecto de las tasas de interés prohibitivas a las que se ven obligadas a financiarse las empresas, que «Toto» Caputo admite que hay que bajar pero para lo que sigue pidiendo paciencia. Lo hizo notar el presidente de la Cámara de Comercio, Jorge Di Fiori, en el seminario de la entidad anteayer en Parque Norte. El acto iba a cerrar con Macri pero debió conformarse con Dante Sica, a quien empezaron a apodar el «ministro de la Reducción de Daños». Esas supertasas, advirtió Di Fiori, «generan dificultades no menores a las empresas, especialmente en nuestro sector».

Si las tasas fueran solo un problema coyuntural y el plan Lagarde tuviera buenas chances de éxito ¿por qué los bonos de la deuda argentina de más largo plazo siguen entre 10% y 20% más baratos que en el momento en que se anunció el acuerdo con el FMI? Su precio, como es lógico, cae en la medida en que crece el riesgo de una futura cesación de pagos. El famoso bono a 100 años que emitió Caputo el año pasado, por ejemplo, cotizó arriba de los 100 dólares durante todo el último trimestre del año pasado y valía 92 dólares cuando se cerró el pacto con Lagarde. Durante el último mes osciló en torno a los US$ 80,75 a los que se vendió ayer. El Bonar 37, uno de los más negociados, no había bajado nunca de los 100 dólares hasta fines de abril, cuando la corrida lo hundió. Desde entonces fluctúa en torno a los 88 dólares.

Fuga y misterio

El peligro que traslucen esas cifras, que también puso de manifiesto Melconian, es que la plata del Fondo no alcance. En los años electorales no siempre hubo cosechas históricas pero sí, invariablemente, se registraron récords de salida de divisas. Lo hubo incluso en 2015, cuando lo que se venía era más «market-friendly», ganaran Macri o Daniel Scioli. Ahora hay muchas más razones para proyectar un pánico inversor masivo: la opción que crece al calor del desgaste oficial es Cristina Kirchner. Y no hay ningún dique capaz de contener la fuga de capitales.

Los economistas más optimistas del oficialismo elevan sus plegarias en pos de una revolución exportadora que neutralice esa fuga y que no se limite a la cosecha de granos. Pero incluso aunque las exportaciones «crezcan hasta sorprendernos» en 2019, como se mostró esperanzado Pablo Gerchunoff en que ocurra ¿por qué habrían de liquidar esos exportadores sus dólares en el país, en plena incertidumbre preelectoral? ¿Por qué habría de exportar desde Argentina un industrial cuyos insumos, energía y logística volaron al compás del dólar, y cuyo financiamiento local es inaccesible? ¿Alcanzará con haber licuado los salarios? La mayoría cree que no.

El optimismo, claro, es una forma de mejorar las expectativas. Es el mismo inflador anímico que blandía Gerchunoff cuando, en diciembre de 2000, aseguraba como jefe de asesores de José Luis Machinea que la Argentina post-blindaje tenía «una estrategia de crecimiento viable». Igual de optimistas se muestran hoy los funcionarios que adjudican el desplome del 13% de la producción automotriz durante junio exclusivamente a la huelga de los camioneros brasileños. En la planta de Toyota en Zárate, la mayor del país, que emplea 6.000 operarios y escupe 140.000 camionetas por año (75% para exportación) tienen otro diagnóstico: lo que empezó a traccionar menos es el mercado local. Los concesionarios intuyen que es porque ya no pueden ofrecer financiación a los clientes que se acercan a sus salones.

Octubre rojo

A los consultores que siguen el caso argentino y asesoran a los fondos de Wall Street -como los del influyente Eurasia Group de Ian Bremmer, que esta semana tuvo sus enviados en Buenos Aires por la cumbre del G-20- ya no les preguntan tanto por Cristina Kirchner y por las elecciones de 2019. Las inquietudes se hicieron más cortoplacistas: el interrogante más repetido es si Macri llegará a cumplir con las condiciones del FMI. Si no lo hiciera, especulan, sobrevendría una nueva corrida contra el peso.

Como los grandes empresarios desencantados del restaurante central, los consultores saben que el programa del Fondo es apenas una expresión del apoyo político de los países ricos del G-7 a Macri, por el rol que supo venderles como dique de contención contra el regreso del populismo a la región. No lo leen como un aval a su plan económico. Especialmente porque el acuerdo lo forzó a reformularlo.

Al escuchar a esos consultores se entiende mejor que los bonos argentinos sigan tan baratos. Lo que les sugieren a sus clientes es mirar el caso de Brasil. La decepción general por la depresión económica que estiró el ajuste de Michel Temer y la sensación que instaló el Lava Jato de que «todos roban» terminó por favorecer a Luiz Lula Da Silva, por lejos el mejor posicionado para las elecciones del 7 de octubre. «Si todos roban, al menos con él vivíamos mejor», parece razonar el elector verdeamarelo.

Es la lógica que más atormenta a los estrategas peñistas, porque puede poner en duda el famoso techo electoral de Cristina Kirchner. Y la peor pesadilla para los optimistas blindados del equipo de Dujovne. Porque si ese escenario de derrota se afianza, a manos de la expresidenta o de algún otro candidato que alcance a parir el peronismo, difícilmente vaya a llegar el veranito que esperan para justito antes de las elecciones. Ni siquiera con una buena cosecha, como la que auguraban los relámpagos desde la celda del amigo de Arteche. Ni con Cristina en otra celda como la de Lula.

Fuente: BAE


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