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Salvavidas Vidal, peronistas a la gorra y amagues de Segunda Guerra Gaucha

Por Alejandro Bercovich

La Argentina es así de vertiginosa. Algo a lo que dos meses atrás apenas le asignaban un 10% de probabilidades de ocurrencia hoy sobrevuela el establishment como la alternativa más firme para que Cambiemos retenga el poder: que Mauricio Macri deje Olivos el año que viene y María Eugenia Vidal se postule a sucederlo y sea el salvavidas de su plan económico. El derrumbe de la imagen pública del Presidente fue tan repentino como brutal la devaluación que terminó por imponerle el mercado. Y el camino de ajuste que se fijó Macri para superar la crisis cambiaria aún abierta está sembrado de conflictos y malas noticias. La deriva que intuyen los empresarios más poderosos del país, como todo a tres semanas del Mundial, se explica con una metáfora futbolera: en el tramo decisivo del campeonato, cuando arranque 2019, Macri ya no tendrá goles para gritar.

La primera en la dirigencia oficialista que escenificó esa vuelta de página fue Elisa Carrió. Diez días atrás, cuando el Presidente respiraba aliviado tras el supermartes de las Lebacs, la líder de la Coalición Cívica recibió con toda la pompa a Vidal en su instituto Hannah Arendt. Sus acusaciones de «narco» al jefe de la policía bonaerense y el supuesto veto de la gobernadora a su candidatura en la provincia quedaron súbitamente en el olvido. En un reportaje con la revista Noticias, horas después, Carrió trazó la línea divisoria: Vidal le inspira «amor», dijo, mientras que por Macri siente «piedad».

Independientemente de si Macri lo aceptará o no, el sistema político y el mundo del lobby empiezan a incorporar a sus presupuestos ese escenario alternativo. Las palabras de la gobernadora el lunes en un seminario que organizó la Cámara de Comercio Argentino-Estadounidense (AmCham), por ejemplo, se oyeron con más atención que la que habría concitado el año pasado. Hubo alguna alarma por su alusión a «los empresarios que aumentan los precios», pero también hubo quienes hicieron notar que esa clase de gestos son los que pueden aislarla del desmoronamiento electoral de su mentor. Los argentinos, lamentan los empresarios, siguen desconfiando más del empresariado que del Estado.

El recálculo de la coparticipación a favor de la provincia para reintegrarle lo perdido por el congelamiento del Fondo del Conurbano no terminó de independizar a Vidal de la Rosada. Si el ajuste de la obra pública se llevara adelante con mayor saña en su territorio, su intención de voto también se resentiría. Pero nadie imagina a Macri repitiendo el error de Cristina Kirchner con Daniel Scioli por el que se autocriticó esta semana su exviceministro de Economía, Emmanuel Álvarez Agis. Menos tras la degradación de Marcos Peña y el regreso a la mesa chica de Nicolás Caputo, probado especialista en recomponer lazos rotos dentro del Pro.

Interna abierta

La oposición también incorporó el factor Vidal a sus ecuaciones. El peronismo sabe que llegará menos lastimada que Macri a la campaña electoral y procura identificar sus flancos débiles para infligirle algún daño previamente. Su fracaso a la hora de cerrar la paritaria docente, por ejemplo. La devaluación convirtió en papel picado la propuesta oficial de aumento salarial del 15%. Y la Marcha Federal de anteayer, de no haber mediado un llamado a la cordura desde La Plata, pudo haber terminado con sangre sobre el Puente Pueyrredón. Como la de Kosteki y Santillán en 2002.

A ambos lados de la grieta peronista hay incentivos para dejar de lado las diferencias. Los gobernadores necesitan retener los municipios y provincias que los hicieron transpirar en las elecciones del año pasado. Cristina Kirchner necesita llegar libre a las elecciones y cuenta para ello con un impensado garante: Miguel Pichetto. Los más «dialoguistas», paradójicamente, son menos terminantes que algunos que acompañaron a la expresidenta en la gestión hasta el 10 de diciembre de 2015. Ni el salteño Urtubey ni el cordobés Schiaretti dirían hoy, à la Diego Bossio, que su límites «son Cristina y La Cámpora». Máximo Kirchner, de hecho, charla a menudo con Sergio Massa y hasta con Graciela Camaño. La sintonía se notó en el avance del proyecto unificado para atenuar el aumento de tarifas, que pronto Macri deberá vetar.

Ese reagrupamiento opositor puede contar con el auspicio de un importante sector del establishment si algún candidato que no sea Cristina reúne el consenso necesario para imponérsele en una eventual interna. De eso se habló mucho en el Monumental anteanoche, cuando River logró el pase a octavos de final de la Libertadores. En distintos palcos estaban Felipe Solá, Pepe Albistur, Jorge Brito, José de Mendiguren y Willy Stanley, el papá banquero de Carolina.

La plata para solventar la campaña electoral de un peronismo «moderado» puede provenir de la industria, del campo, del transporte y hasta de la energía. Salvo por Brito, enfrentado irreversiblemente con Macri tras haber tenido que abandonar la dirección del Macro, el de los bancos es el único sector donde el Presidente cuenta todavía con un apoyo unánime. Pero la simpatía de sus máximos referentes hacia Macri no impidió que que le cobraran la renovación de las Lebacs a Federico Sturzenegger más caro que un descubierto de tarjeta. Fue en la casa del presidente del Santander Río, Enrique Cristofani, al cabo de las febriles negociaciones que reveló Marcelo Bonelli en el diario Clarín el viernes pasado. Ese domingo, por el permiso para invertir en Lebacs la plata de los encajes que debían inmovilizar gratis, los banqueros se aseguraron un botín de miles de millones de pesos.

Retención de tareas

En el Gobierno, en cambio, cada vez cuesta más disimular las tensiones internas. Nicolás Dujovne, que saborea la revancha después de haber masticado bronca por el affaire del Chocoarroz, advirtió puertas adentro que jugará hacia fuera su renovado poder en caso de necesitarlo: «Al final yo fui el que menos vuelos privados usó», le dijo a alguien de quien sospecha que partió la indiscreción sobre su afición a la golosina light.

La idea de frenar la rebaja gradual de retenciones a la exportación de soja y reponerlas para el trigo, que revivió por unas horas a la Mesa de Enlace y levantó un conato de Segunda Guerra Gaucha, surgió en la reunión de coordinación de ministros del gabinete económico, ese all-male panel que reunió Dujovne el martes en el quinto piso del Palacio de Hacienda. Lo que ninguno de esos hombres advirtió es algo que una macroeconomista mujer -Marina dal Pogetto- ya hizo notar varias veces en público: que la rebaja gradual de medio punto por mes genera un doble incentivo para que productores y acopiadores no liquiden sus tenencias de granos. Al siempre presente riesgo de devaluación, al que ahora se suma que el FMI propugna «un tipo de cambio competitivo», la rebaja gradual agrega otro: quien más demora, menos impuestos paga.

La manta corta es así de implacable. El ajuste ya empezó con la devaluación y la plata ahora va a tener que salir de algún lado. El ministro de Energía, Juanjo Aranguren, ya debió dar dos veces marcha atrás: hace un mes con la liberalización del precio de las naftas y anteayer con el recorte de subsidios a la tarifa social de gas. Y va a tener que hacerlo una tercera si no quiere hacerle más daño en octubre al Presidente. Si mantiene el precio del gas en boca de pozo dolarizado, la tarifa domiciliaria debería subir un 20% más. Algo que desmentiría aquello de que «lo peor ya pasó».

Probablemente Aranguren, como ayer Luis Miguel Etchevehere, amenace con renunciar en caso de que se lo fuerce a abjurar del credo liberal que levantó durante su vida como empresario. El problema es que en esa interna, y bajo la férula del Fondo Monetario, Macri ya no puede satisfacer a todos.

Fuente: BAE