La conducta de varios estudiantes de la Universidad Di Tella merece una reflexión. Como docente universitario y padre, quisiera compartirla con ustedes, en particular, con los padres de estos jóvenes, conciudadanos y compatriotas nuestros.
Ustedes seguramente quieren lo mejor para su hijo o hija, quiere una educación de calidad para que aprenda y sea un hombre o mujer de bien. Quiere que tenga valores democráticos y humanistas, esos mismos que Di Tella defendía. Por ello, tal vez muchos hagan un esfuerzo para pagar la cuota, acompañarlos en su proceso formativo, apoyarlos en todo sentido.
La Universidad Di Tella es una institución para las clases altas dónde predominan determinadas ideas políticas, tan respetables como cualquier otra en el marco de la democracia. Evidentemente, no era el espacio más amigable para Ofelia Fernández. Sin embargo, ella aceptó el desafío y expuso respetuosamente sus ideas.
Cuando Ofelia empezó a desarrollar una posición en torno a la solidaridad, muchos alumnos comenzaron a gritarle, interrumpirla, insultarla del modo más vulgar y procaz. Esa conducta grotesca expresa una crisis de valores que trascienden las posiciones políticas y van, incluso, más allá del prejuicio.
En cualquier civilización, agredir al invitado, máxime si el invitado pertenece a otro ámbito sociocultural, es un acto de enorme bajeza. Un acto inmoral, cobarde. Un acto que expresa la forma más vil de la mala educación. ¿Dónde mamaron estos jóvenes esta actitud? ¿en su casa? ¿en la TV? ¿en las redes? ¿en la propia universidad? ¿puede una universidad, por más cara que sea, suplir la falta de valores básicos?. La pregunta más importante que creo deberían plantearse: ¿quieren que sus hijos sean eso? ¿quieren que pertenezcan a una élite materialmente rica pero moralmente indigente? ¿quieren hijos superficialmente elegantes y formados pero esencialmente brutales, ignorantes, prejuiciosos, groseros? ¿los enorgullece verlos así?
Si los hijos de las clases privilegiadas, con acceso a las mejores instituciones y todas las comodidades, no pueden respetar las normas de convivencia más elementales, ¿qué le queda al resto de la juventud? ¿con qué autoridad moral se les exigirá el respeto a las normas?
Quisiera agregar algo más que no hace al quid de la cuestión pero, como compañero, me siento en la obligación de contar. Ofelia sí dona su sueldo. Más de la mitad. Un sueldo que ella no definió y que en efecto, considera excesivo. Desde que asumió la banca para la que fue democráticamente electa, dona su sueldo no con la actitud del fariseo sino por convicción: por eso no lo anda diciendo. No es la única. Hay muchos hombres y mujeres en nuestro tan demonizado campo político, con aciertos y errores, virtudes y defectos, practican en silencio los valores que otros pregonan.
Ofelia tuvo otra actitud noble. No aprovechó el episodio para victimizarse. Aceptó rápidamente las disculpas de la Universidad. Bien por ella. Me enorgullece ser su compañero. Yo por mi parte, no creo que alcancen las disculpas de la Universidad. Considero que la comunidad educativa de la misma debe tomar este episodio con la gravedad que amerita. Indagar en el porqué de semejante nivel de intolerancia y trabajar para revertirlo porque no es un hecho aislado: es una actitud constante.