Muchos espacios se han dedicado en diversos medios de comunicación durante estas semanas a investigar acerca de las llamadas “fiestas electrónicas”, el tipo de sustancias que se ofrecen y comercializan impunemente, las truchas y las auténticas. Y las víctimas: los que murieron, sus familiares y amigos; los internados y con consecuencias de daños permanentes.
Es llamativo que, a diferencia de otros casos de muertes violentas, en esta oportunidad no se han organizado marchas públicas ni reclamos notorios de justicia. Es probable que a los más cercanos les cueste visibilizarse a causa de la estigmatización social que se ha provocado. El riesgo de poner a las víctimas delante es que se juegue a las escondidas detrás de ellas sin dar la cara poniendo a buen resguardo la culpabilidad y las responsabilidades de cada quien.
Un amigo me decía: “la corrupción es la primera de las drogas y como las otras, mata; pero mata con mayor eficacia ya que lo hace con impunidad”. Es, al decir de Francisco, una “llaga putrefacta” que lo ensombrece todo. Y en estos acontecimientos dolorosos que nos conmueven, nos enojan, nos desesperan, nos angustian, siempre hay un “tufillo” a podrido.
Precisamente, desde que ocurrió Cromañón, nadie que tenga a su cargo responsabilidades de fiscalización y que ejerza el poder de Policía, puede hacerse el desentendido o el sorprendido por las ocurrencias de la noche o las situaciones ilícitas que en ella reinan. La sorpresa o la ajenidad respecto de ellas son máscaras de la complicidad.
Los consumos problemáticos son primero consumos y, como tales, alentados por el consumismo creciente y propiciados por esta estructura económico-social perversa que debe reformarse (como clama el Papa Francisco). En segundo lugar, son fenomenales cajas de recaudación de dineros cosechados de la siembra de semillas de muerte. Disfrazar estas conductas justificándolas como “consumos recreativos” es, como poco, un tanto falaz. Dejar que una persona se intoxique, caiga al piso y recién atenderla cuando tiene convulsiones no se asemeja al concepto de diversión.
En definitiva, como sociedad debemos afrontar la lucha contra los mercaderes de la miseria, similar a la de aquellos que comercian con los migrantes en Europa o Estados Unidos, o en la trata de personas para la explotación laboral o sexual. Fariseos y delincuentes siguen estando en la noche, con más protecciones, y permitiendo el Cromañón por goteo que todos los fines de semana se genera en la Ciudad de Buenos Aires, y en otras en el país.
Que hay coimas ya se sabe. Esto implica que hay coimeros y coimeados, favorecidos por una sociedad cada vez menos propensa al compromiso y a la indignación. La indiferencia e indolencia anestesian el corazón y embotan la mente, siendo funcionales a los inescrupulosos que suman billetes por la venta de pastillas, agua, o lo que sea.
Me decía un papá cuyo hijo murió el 30 de diciembre de 2004 en Cromañón: “Hoy estamos más solos que al comenzar la batalla por Cromañón. Nadie mueve un dedo, y la pasividad y “ombliguismo” de nuestros conciudadanos sirven de coro cómplice para este triste espectáculo”.
Existen carencias importantes en el área de fiscalización de la noche. Según investigaciones periodísticas, actualmente hay menos de la mitad de la cantidad de inspectores que había cuando ocurrió Cromañón, y el abroquelamiento de los corruptos crece día a día.
En la noche de Cromañón el Estado no estaba ausente sino presente en su peor forma, como Estado corrupto. También hoy en estos eventos hay ámbitos que son facilitados para el consumo y la comercialización de psicotrópicos, situaciones que ya han sido denunciadas de modo reiterado.
Los jóvenes (como cualquier persona) son templos de Dios. La imagen fuerte que me viene es la de Jesús echando a los mercaderes del Templo. No caben medias tintas. Hay que quebrar sus mesas y tirar sus monedas, tan manchadas de sangre como los denarios de Judas. Por eso mi indignación, frente a los miserables que trasladan la responsabilidad a las víctimas.
Muchas noches los jóvenes murieron de a uno o dos, y los taparon llevándolos afuera de los locales. Asumir la realidad es el paso necesario para intentar las búsquedas de soluciones. Lo demás es maquillaje y chamuyo.
*Jorge Eduardo Lozano es Obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social
Fuente: Clarín