Los nostálgicos del kirchnerismo se equivocan: la inseguridad no desapareció de la tele. Todo lo contrario. Los que desaparecieron, por obra y milagro del Cambio, fueron los asesinatos en ocasión de robo, los desarmaderos de autos, la piratería del asfalto, la violencia de género. Pero el morbo de la gente es un tesoro demasiado preciado como para regalárselo a los chimenteros de la farándula. Frente a esa voracidad (compartida por televisoras y televidentes), el diseño mediático afinó el lente de la cámara y se volvió selectivo: ahora sólo focaliza sobre aquellos delitos que habilitan una manipulación política a favor de las prioridades del Gobierno: narco menudeo en las villas, agresiones de trapitos, mafias de manteros. Los únicos delincuentes y/o contraventores que aparecen una, diez, cien veces hasta convertirse en celebrities del Mal son aquellos que alimentarán y justificarán –involuntariamente, claro– futuras medidas restrictivas y represivas de la administración Macri/Vidal/Rodríguez Larreta.
El “trapito-noqueador” que durante dos días monopolizó las preocupaciones de periodistas, opinólogos, abogados, intendentes y funcionarios, al final no era trapito, pero sirvió igual, porque era empleado municipal. Una lástima que no le hayan detectado vínculos con Milagro Sala.
En general, estos monstruos del delito callejero son perejiles, cuentapropistas truchos de la supervivencia diaria que, en algunos casos, pueden ser cooptados por otros perejiles apenas más aventajados en la cadena de la marginalidad. Pero todos ellos son presentados, para exacerbar el furor punitivo de Doña Rosa, como eslabones de temibles organizaciones creadas para adueñarse del espacio público, agredir a tus hijos y robarte el futuro. Son el escollo interpuesto entre tu apuesta por el cambio y la felicidad prometida. La articulada respuesta del Gobierno, en el sentido de “ir a fondo” para limpiar las calles de estos “elementos indeseables”, cierra el círculo de la operación político/mediática perfecta: la detención de trapitos y dealers de poca monta satisface el apetito de los incautos, marca la “presencia del Estado” y refuerza el “compromiso por la investigación” asumido por los medios. Pero cumple otro rol aún más importante: invisibiliza los negocios que el narcotráfico y el crimen organizado ejercen a diario.
Los medios hegemónicos, en sintonía con el Gobierno y con la vocación autoflagelatoria de parte de la sociedad, se muestran fuertes con los débiles. Es un recurso ofensivo/defensivo que les permite ser “débiles” con los fuertes sin que se note demasiado. La paradoja de este doble estándar en el manejo de la (des)información es que, a contrapelo de los deseos inconscientes de muchos, la imposición de los “fuertes” (me refiero a narcos, pero también a lavadores de dinero, banqueros multinacionales, sojeros) en lugar de eliminar a los “débiles” (me refiero a trapitos y dealers, pero también a desocupados y futuros piqueteros) los multiplicará.
Fuente: Página 12.