Entre los textos almacenados en el smartphone de Darío Nieto hay un mensaje enviado el 19 de junio a Mauricio Macri; allí señala: “Me llamó Cristian (por Ritondo) –seguramente porque la Turca (Silvia Majdalani) lo llamó–.Dice que hace falta un relato y una historia coherente de todo, y que no basta con que la Turca diga que es todo mentira. Y me dijo que en la Comisión hace todas las preguntas que le pasan. Y que tiene que ser moderado para negociar con los K en la Bicameral”. Dicha epístola deja al descubierto la actitud –vidriosa, si se quiere– del ex ministro de Seguridad bonaerense en el ámbito parlamentario encargado de analizar el espionaje ilegal de la AFI macrista. Y a la vez revela que prioriza la disciplina partidaria por sobre su dignidad personal, dado que justamente él fue una de las víctimas de ese delito.
Reacciones no menos dóciles ante semejante infamia fueron las de otros dirigentes del PRO y ex funcionarios del antiguo régimen que también fueron colocados bajo el radar de esa central de inteligencia; algunos, incluso, a pesar de ser ahora querellantes en la causa.
El alcalde porteño Horacio Rodríguez Larreta es al respecto un ejemplo. “Estoy convencido de que ni Macri ni su gobierno tomaron ninguna decisión política en esa dirección. Confío en que no está involucrado”, farfulló el 10 de junio en Lomas de Zamora, después de que el juez federal Federico Villena le exhibiera las pruebas del fisgoneo sobre él.
Con palabras casi calcadas se manifestó el vicejefe de la Ciudad, Diego Santilli, a sabiendas de que en la maniobra que lo tuvo por víctima participó el cocinero de la AFI, Martín Terra, nada menos que ex esposo de su pareja, Analía Maiorana, y papá de las dos niñas con las cuales él convive.
¿Y María Eugenia Vidal? Resulta notable su discreción, especialmente en lo que refiere a su querido ex subsecretario de Gobierno y actual diputado bonaerense, Alex Campbell, el hombre de la AFI enquistado en su gestión.
Otros macristas afectados optaron por replegarse en un cerrado silencio. Entre ellos no hubo ruptura alguna con Juntos por el Cambio (JxC). Tampoco discusiones internas. Y ni siquiera un enojo (al menos, público). Síndrome de Estocolmo en estado puro.
En este punto bien vale evocar una trama que es un himno en la materia, aún sin integrar la lista de casos que actualmente están bajo la lupa judicial: el fisgoneo sobre Elisa Carrió en su ya olvidado viaje “secreto” a Paraguay para tomar el té con el mayor Alejandro Camino, un antiguo carapintada que reside en Asunción. Esa fue otra típica comedia orwelliana del macrismo.
Al clarear el 17 de abril de 2017 ella abordó en el mayor de los sigilos un vuelo de Aerolíneas hacia el vecino país. La acompañaban sus habituales guardaespaldas y Mónica Frade, su colaboradora de cabecera. El motivo del viaje era enriquecer allí su pesquisa sobre el contrabando en la hidrovía del río Paraná. Un tema que, según ella, le quitaba el apetito.
Tal propósito había causado cierta alarma en el octavo piso del edificio de la AFI, donde tiene su despacho la subdirectora Majdalani, puesto que, al parecer, un alto funcionario del Poder Ejecutivo no era ajeno a la maniobra delictiva en cuestión. De hecho –según confió por entonces una fuente de la AFI a Tiempo– allí se manejaban los datos de aquella travesía “antes, durante y después” de la misma. Pero aún hoy no hay ninguna pista sobre su origen informativo. En tal sentido, algunos allegados a la líder de la Coalición Cívica miran con recelo a una integrante de su mesa chica.
El resto es conocido: la vigilancia sobre Lilita en Paraguay estalló seis semanas después, incluso con una foto tomada a hurtadillas por los supuestos agentes durante su encuentro en una confitería con el tal Camino, y publicada el 24 de mayo de aquel año por el diario Clarín.
Ella entonces se mostró muy contrariada con Arribas. Sin embargo, una semana más tarde se desdijo con el siguiente argumento: “Arribas me explicó que en Paraguay me cuidaba una persona cercana a él”. Aquellas fueron sus exactas palabras. Así finalizó esta historia. Y jamás se supo lo que realmente la disuadió de seguir agitando su enojo.
Esta cadena de circunstancias fue confirmada por Frade a este diario, aunque también recordó que la CC ha bregado por la disolución de la AFI.
No hay duda de que tal pronunciamiento se inscribe en la animosidad de Carrió hacia Majdalani (con cuyo procesamiento se mostró feliz) y su tutor, Daniel Angelici. Pero sin ocultar su estima hacia “Pepín” Rodríguez Simón, el otro gran bastonero del lawfare en Argentina.
Lo cierto es que el proceder de esa mujer corporiza una postal de época. Recientemente afirmó que durante el gobierno de Macri “intentó denunciar en el Congreso las persecuciones que había en marcha desde la AFI”. Y a la vez fue la difusora de las escuchas ilegales a los presos kirchneristas (una de las causas que instruye el juez federal Juan Pablo Auge en Lomas de Zamora) con la idea de empiojar el procesamiento del espía polimorfo Marcelo D’Alessio, cuyo vínculo con ella y su adlater, Paula Oliveto, es proverbial.
También se subió al discurso colectivo de JxC: “Yo no creo que esto sea de Macri”. Se refería, desde luego, al escándalo de la AFI. A la vez supo jactarse por TV de que “le encanta hacer contrainteligencia”.
Para algunos es muy lindo espiar y ser espiado.
Fuente. Tiempo Argentino