Por Juan Curuchet.
Hace pocos días participé de un panel sobre seguridad pública en Sáenz Peña, en el interior del Chaco. Al abrirse el debate, Andrea, una vecina con voz firme y emoción contenida, contó que hacía unas semanas un grupo de hombres entraron violentamente a su casa, revolvieron todo, se llevaron lo que quisieron y poco faltó para que asesinaran a su marido.
Andrea vive en Belgrano, un barrio popular a 12 cuadras del centro de la segunda ciudad chaqueña. Es profesora y aparenta unos 30 años. A raíz de la ola delictiva en su cuadra ya había tres viviendas en venta. Nos explica que las pandillas de hombres paraban todos los días en un baldío en diagonal a su casa y que, a plena luz del día, salían por el barrio ostentando tumberas y otras armas camino a una nueva jornada de atracos. Agrega que unos cuantos de los muchachos están arruinados por la droga.
Ante esta situación extrema, Andrea se vinculó con el Consejo de Seguridad Municipal, se transformó en líder de un grupo importante de vecinos y juntos empezaron a trabajar con las autoridades en los aspectos preventivos de la seguridad. Por un lado, el municipio mejora la iluminación del barrio y la remoción de obstáculos en las calles que dificultan la circulación de patrulleros y ambulancias. Se organizan con la policía corredores seguros en los horarios más relevantes y los vecinos se coordinan para reportar al comisario si el patrullero no cumple correctamente el rondín. Además su irrupción en los medios locales y la consiguiente visibilidad de la situación indujeron al fiscal y al juez intervinientes a prestar mayor atención al robo que el que normalmente concitaba y, a la postre, a la detención de los acusados bajo la calificación de robo en banda con el agravante de intervención de menores, figura penal que no resulta excarcelable.
Hoy la situación de seguridad en el barrio Belgrano ha mejorado notablemente.
Las lecciones de Sáenz Peña son muy ricas. Sin modificar el Código Penal, sin enmendar la ley procesal, sin anuncios rimbombantes, pero con construcción ciudadana, poderes públicos atentos a los reclamos de la gente y pequeños pero bien pensados cambios en los protocolos de gestión, en poco tiempo un barrio entero vive mejor. Ello fue posible porque un grupo de vecinos y víctimas canalizaron su bronca y dolor en la tarea de pensar una solución en positivo y en establecer vínculos con las instituciones. Felizmente, encontraron un ámbito receptivo y dirigentes locales con voluntad de ocuparse de los problemas concretos.
Por supuesto, puede reprocharse que la participación ciudadana recién surja cuando la soga nos llega al cuello. O argumentarse que la seguridad es un deber del Estado y que una persona respetuosa de la ley y que paga sus impuestos no tendría que estar consagrando su tiempo o corriendo riesgos involucrándose en la prevención del delito, materia propia de especialistas. Son objeciones comprensibles, pero también es cierto que si esperamos a que vengan otros a solucionar nuestros problemas, seguramente, nada cambiará.
Es hora de que los argentinos nos hagamos cargo. Los atajos y las cómodas delegaciones en terceros han fracasado tanto como el «no te metás». En este sentido, Andrea y sus comprometidos vecinos son un ejemplo por seguir.
En momentos en que hemos visto a otros compatriotas reaccionar frente al robo como cavernícolas y adoptar el salvajismo que pretendían derrotar, desde nuestro cálido Norte surge una opción simple, democrática, solidaria y superadora: que los ciudadanos y autoridades trabajemos juntos por el bien común.
Fuente: La Nación.