| Fragmento del libro Sin armas ni rencores

Robo del siglo: sus autores explican cómo robar un banco en doce pasos

Publicamos un fragmento de libro Sin armas ni rencores, el robo al banco Río contado por sus autores. La banda repasa cómo hará para engañar a la Bonaerense y escapar con 20 millones de dólares. El hecho ocurrió el 13 de enero de 2006.

Por Rodolfo Palacios

Los hampones se habían tomado el robo como los músicos que ensayan su obra maestra. Al igual que los artistas, tenían algo que los hacía diferentes del resto de los ladrones. Una fiereza o duende en los ojos, o la chispa que brilla y se apaga en la mirada de un actor al bajar del escenario o se quita el personaje de encima, algo que no se adquiere porque se lleva adentro; algo que no tiene nombre y sólo renace en plena actuación. El equipo comandado por Araujo debía practicar y perfeccionar el plan. Hasta el día en que todos coincidieran que ya estaban listos para salir a escena.

Acaso la reunión del 16 de diciembre de 2005 fue la más decisiva de todas. Había que definir los movimientos del Día D. Estaban todos. Habían llegado al atelier de Investigaciones Artísticas “One step beyond” a las 20. Los seis estaban sentados alrededor de la mesada principal.

El líder abrió la reunión con una metáfora:

–Caballeros, caballeros. ¡Atención! Tenemos que escribir la partitura de cada instrumento que compone la sinfonía.

–Cocoliches, está claro, por lo que venimos hablando, que tenemos que entrar como si estuviéramos cometiendo un robo Express –dijo Beto.

–Sí como si fuéramos tipos violentos dispuestos a todo –se sumó Debauza.

Marito dijo:

–Que crean que estamos sacados, muy drogados.

– ¿Qué se te ocurrió, Master? –quiso saber Beto.

Araujo tomó casi de fondo blanco una latita de energizante, y dijo:

–Bueno, como ya se ha dicho, tenemos que simular un asalto exprés hasta el último instante. Los rehenes, y los policías afuera, tienen que pensar eso. Ningún rehén tiene que percatarse de los planes reales que tenemos. Así podremos ir liberándolos sin que comenten nada raro. Si algún rehén, por alguna causa, escucha, ve o sospecha algo, ese rehén pasa a ser “elefante”. A los elefantes se los deja en algún cuarto del subsuelo. Recuerden: los elefantes no salen del banco por ninguna circunstancia. Como regla nemotécnica: “los elefantes no pasan por las puertas”. Por otro lado, necesitamos llegar en dos autos. Uno, tiene que descender a la cochera, cargando el cañón power. El otro es para dejarlo en la puerta del banco.

Marciano lo interrumpió:

– ¿Para qué querés un auto en la puerta si nos vamos a ir con los gomones?

–Precisamente por eso, para que a los grupos especiales les cierre más la historia del robo exprés. Los tipos tienen varias tomas de rehenes en su haber, no puede haber algo que desentone con lo que ellos consideran “normal”. Tienen que pensar que ese auto es el que tenemos para escapar.

– Cocoliche, ¿y qué le vas a poner para que se enteren?, ¿una inscripción en el vidrio que diga “auto de ladrones esperando el escape”? –bromeó Beto.

Araujo se rió:

–No, se me ocurrió otra cosa,

Sus compañeros lo miraron con atención.

–Dejar el auto con todas las ventanillas abiertas, las balizas puestas y una caja abierta llena de “miguelitos” en el asiento de atrás. No tardarían mucho en acercarse y verlos.

–Puede ser eso –opinó Marito.

–Ok, necesitamos dos autos –dijo Debauza.

–Hay que salir de cacería, eso me encanta –propuso El paisa.

El Paisa y Beto se ofrecieron para conseguir los vehículos. A pedido del líder, los robos tenían que ser limpios, es decir, sin armas.

–Pasemos a los movimientos iniciales –cambió de tema Araujo.

–Vamos a entrar en dos partes. Marito en un auto por el estacionamiento del subsuelo, con el cañón power en el baúl. Beto, Doc. y yo llegamos con el otro coche, lo estacionamos con balizas en la puerta y entramos por planta baja. Ahí empezamos la escena “asalto exprés”. Marito sube al primer piso saltando el vidrio en busca de la plata de las cajas de atención al público, como un típico asalto exprés. Beto y Debauza reducen la planta baja. Vos, Marciano, vas a estar del otro lado del boquete esperando mi señal, para que termines de romper la pared. Paisa esperará el llamado en el parque. Mi tarea es controlar la puerta mientras grito: “¡Vamos, rápido, faltan veinte segundos, rápido!”.

El líder hablaba con determinación. Su seguridad era contagiosa. Había trabajado tanto por este asunto que hasta podía sentir que no iba a hacer nada ilegal. Como si su esfuerzo mereciera ser recompensado.

–Excelente, y así esperamos hasta que llegue la Policía y nos rodee la manzana, ¿no? –quiso saber Beto.

–No, no, no tan rápido. Ustedes saben que soy un tipo un poco complejo –admitió el líder.

– ¿Qué pensó ahora? –dudó Marito.

–Un quiebre psicológico llamado Cucú.

– ¿Un qué? –se interesó Beto.

–Observen lo siguiente –propuso Araujo. Cuando llega el grupo Halcón, ¿qué es lo primero que hace?

–Según el manual de protocolo, le pregunta al policía que está a cargo qué fue lo que vio –respondió Marito.

–Exacto, y el policía le va a decir: “llegamos y estaban todos los chorros adentro con todas las puertas cerradas”. ¡No es normal!

– ¿Y qué te parece normal? –le preguntó Debauza.

–Lo normal es lo que voy a hacer yo. Cuando llegue el primer policía, voy a tomar un rehén y voy a salir. Voy a simular un escape

– ¿Qué? Estás loco, te van a cagar a tiros, vas a quedar como un colador –se preocupó Marciano.

–Nadie va a cagar a tiros a nadie. Voy a salir con un rehén hasta que me den la voz de alto, hago unos metros y vuelvo a entrar.

–Me parece una locura, y eso que yo hice locuras –opinó Beto.

–Para mí, ese movimiento es fundamental. Cuando lleguen los halcones, el policía que me haya dado la voz de alto les va a transmitir, orgulloso, “llegué, trataron de escapar y lo evité”, y ese hecho, que los tipos piensen que quisimos escapar, es el quiebre psicológico. Si piensan que nos quisimos escapar por la puerta, jamás pensarán en un túnel como escape. El nombre que se me ocurrió para esta acción es Cucú, como el pajarito que sale y entra al dar la hora en un reloj antiguo –completó Araujo mientras picaba un poco de “Seven”.

– ¿Estás hablando en serio? Decime que no –dijo Marciano.

–Marcian, esto es como una partida de ajedrez. Va a haber jugadas invisibles, ganadoras, quizá haya que sacrificar alguna piecita para llegar al jaque mate…

– ¿Qué? ¿Qué querés decir? –preguntó Marciano.

–Je! No pasa nada, todo va a salir bien, –lo tranquilizó Araujo, que reía confiado.

–Para mí es muy riesgoso pero bueh, ya sabes…es tu laburo, vos vas a poner tu pellejo –dijo Marito.

Beto insistió:

–Es medio locura.

–Caballeros, todo el proyecto esta hilvanado por medio de locuras. La locura es vigorizadora. Como dijo Paul Eluard: “La mente sólo puede triunfar en las actividades más peligrosas. No atreverse es fatal”. Y nosotros nos atrevimos.

–Me convenciste, Master. Y después del pajarito ese, el Cucú, ¿cómo seguimos? –preguntó Beto.

–Después del Cucú, mientras Marito inicia la negociación con los halcones, tenemos que cumplir ciertos objetivos de manera muy compaginada. En este orden –dijo Araujo y empezó a leer una lista escrita en un papel:

 

1) Cerrar la puerta del banco.

2) Sacar al policía que está en el búnker.

3) Cerrar estacionamiento.

4) Rompé pepe.

5) Armar cañón power

6) Iniciar cuenta regresiva dos horas

7) Iniciar acción de cañón power.

8) Etapa Machine.

9) Etapa incinerador.

10) Cloropelo.

11) Fugazzeta.

12) Huida.

 

–Es importante –siguió el líder– el orden de las acciones, por ejemplo: si armamos el cañón power antes de sacar al policía de la garita, este puede transmitir por radio esa acción y podrían sospechar. Tampoco podemos armar el cañón Powers sin antes cerrar el estacionamiento. Aprendan esos puntos de memoria. Si es necesario anótenlo como hacen los mandados, con fibrón indeleble en el antebrazo.

Debauza escuchaba atentamente al líder. Había estado en decenas de robos comandos en la década del 80. Había discutido estrategias con compañeros de resaltada trayectoria como el “Tato” Ruiz, Carlitos Moreno o la “Garza” Sosa, pero Araujo no dejaba de sorprenderlo. Jamás había visto planificar una escena tan minuciosamente.

Después de repasar un tiempo cada uno de estos puntos, y definir cómo los iban a resolver, Debauza propuso seguir con otro tema,

– ¿Qué les parece si elegimos el día de la semana y la hora? ¿Da lo mismo un lunes que un jueves? ¿O que sea a las 10 o a las 14?

–Mirá, con tal de que el banco esté abierto, para mí da lo mismo –dijo Beto.

–Podríamos pensar en el tráfico. El lunes hay más quilombo en la calle, no sé –pensaba Marito.

– ¿Qué pensás, Master? –quiso saber Debauza.

Araujo se levantó de la mesa, se acercó a la barra y abrió una caja de madera. Sacó una pipa, le puso un poco de cáñamo “Seven”. La encendió.

–Para serles honesto, caballeros, este tema lo he pensado mucho. Les voy a exponer las conclusiones que saqué: el mejor día de la semana para ejecutar lo que tenemos entre manos es el viernes. A ese día le siguen dos días que son feriados judicialmente hablando. Las cosas se les complican más. Con respecto a la hora, sin lugar a dudas, cerca de las 12:30. El sol, exactamente a esa hora, empieza a reflejarse en los ventanales del banco y jode la visibilidad del exterior. Por otro lado, el mismo sol está en su máxima expresión, dándole de lleno a los oscuros trajes de los francotiradores.

Todos se quedaron callados. Era inobjetable.

–Okey, según el calendario tenemos viernes 6 de enero o viernes 13 o ya pasamos al 21.

–No, 13 no, please. Es yeta. Mejor otro día –pidió el Marciano, por superstición, mientras se tocaba un huevo.

–Me encanta el 13. Viernes 13 de enero de 2006, suena bien.

–No, Fer, qué va a sonar bien, no rima –siguió Marciano.

–No es poesía, Marcian. Me encanta “viernes 13 de enero del 2006” –repitió Araujo.

–A mí también. Al 13 siempre lo emboco en la ruleta. Viernes 13 de enero, ¡vamos arriba la celeste! ¿vamos por él! –acompañó Marito.

– ¿Doc? –preguntó Araujo.

–Sí, me sumo.

– ¿Beto?

–Eh, bue, sino hay otro día, vamos a darle para adelante.

El viernes 6 de enero de 2006 se reunieron en el atelier por última vez. En siete días iba a ser el Día D. El paisa había conseguido los autos: un Ford Escort y un Volkswagen Gol, tal como le había pedido Araujo, sin armas. Al Ford lo levantó de un lavaautos. Estaba con las llaves puestas, subió y se fue. Con el otro simuló que lo quería comprar. El dueño por un momento bajó del auto, Paisa cerró el seguro, lo saludó con la mano y arrancó. Paisa era esos personajes que al líder le agradaban, hacía las cosas fáciles y con astucia.

Como actores de teatro que ensayan una obra, volvieron a repasar los movimientos.

El banco Río de Acassuso tenía tres plantas: el subsuelo, la planta baja y el primer piso. Las cajas de seguridad estaban en el subsuelo. Esa distribución arquitectónica era una especie de solución para la banda. Araujo propuso dividir los rehenes entre esos tres ambientes. Eso invalidaba cualquier asalto sorpresivo del Grupo Halcón, que no podría irrumpir si no era capaz de controlar a los rehenes en un solo movimiento.

Beto expuso una inquietud:

–Saben, estuve pensando y está todo muy lindo pero el tema del primer piso no me cierra. Arriba sube Mario solo, me parece que tendría que ir alguien más, ¿por las dudas, no?

No era una opinión más, su experiencia en asaltos importantes le dio la sabiduría y el institnto para reconocer posibles problemas. Beto siempre decía que un asalto no se puede teorizar. Es pura práctica.

– Betito, ¿decís de convocar a otro más? –preguntó Marito.

–Qué se yo, para asegurarla más, ¿no les parece?

–Me parece bien –aprobó Araujo. Ese punto también me hace ruido. Marito tiene que dedicarse de lleno a la negociación, necesita alguien que le haga la segunda y que controle a los rehenes del primer piso. Beto, Marito, ¿se les ocurre un nombre?

Beto había pensado en un viejo ladrón que había integrado la superbanda, pero Marito le ganó de mano:

–Luis es un amigo que anda con libertad condicional. Uruguayo como yo.

A Luis lo citaron ese mismo día en un café situado a la vuelta del atelier. Además de delinquir, el nuevo miembro de la banda estudiaba teatro.

–Busco más sangre fría que huevos –le aclaró el líder antes de aprobar su incorporación.

Luis se puso al día y aceptó recibir una parte mucho menor del botín por haberse sumado casi al final. Hay veces que la vida sorprende para bien. Para Luis esta fue una. Volvió al viejo bar de Liniers donde laburaba por unos míseros pesos, tomó su pequeña mochila, insultó al patrón, que lo maltrataba, y salió como si se hubiese sacado un gran peso de encima.

 

*

El lunes 9 de enero de 2006, Araujo vio por última vez a su psicólogo. Se sentó en el sofá, sonrió y cruzó las piernas mientras se reclinaba hacia atrás. El terapeuta no lo sabía pero su particular paciente había decidido darse el alta.

–Germán, el Día D se aproxima, mi terapia terminó.

El psicólogo se puso serio. Más que serio, preocupado. Sabía que no era chiste.

–De modo que hoy es tu último día de terapia.

–Sí. Vos sos como el “octavo” de la banda, y no te veré más. Como a ninguno de ellos una vez que pase todo esto. Así son las cosas, prolijas.

El psicólogo supo, con esa frase, que su paciente tenía seis cómplices. Pero debía disimular su curiosidad. Estaba en medio de una línea delgada. Si bien se amparaba en el secreto profesional, el código de ética lo autorizaba a violarlo en el caso de que un paciente revelara que estaba por cometer un delito. Pero este terapeuta no lo hizo. Hacía años que trataba a Araujo y no iba a traicionarlo.

– ¿Cómo te sentís ahora? ¿Estás ansioso? –le preguntó.

–No, estoy bien…aunque ayer tuve un sueño raro.

– ¿Raro? ¿A qué le llamás raro? –quiso saber el psicólogo mientras tomaba nota.

– ¿Viste que vengo jodiendo con eso de la guerra de Troya?

–Sí, seguí…

–Bueno, ayer me encontré en un sueño raro, muy vívido. Parecía estar allí.

– ¿Dónde?

–En la guerra de Troya, a punto de entrar al caballo de madera.

– ¿Y qué pasó?

– ¡Vino mi abuela!

– ¿Tu abuela?

–Mi abuela en la epopeya, Anfitea, la abuela de Odiseo.

–Ah, ¿Y te convenció de que era un disparate?

–Me acaricio la frente y me dijo: “Querido mío, ten en cuenta lo siguiente: si vas dentro del caballo es una locura, lo más probable es que te descubran y mueras. Tu ya eres un soldado respetado, admirado por todo el pueblo, vitoreado en toda la región…ahora si vas a esa guerra de esa forma, querido mío, el mundo, hablara de esto por el resto de los días”.

–Me suena a tendencia suicida

–¿Y vos que pensás que va a salir bien y que nunca lo van a descubrir?

–Bueno, creo que tendrías que ir con ese pensamiento ganador, que todo va a salir bien, en positivo.

–Sí, así es muy fácil, pero sabés…soy un hombre de ciencia y no puedo dejar de analizar probabilidades lógicas, ¡la actitud no siempre lo es todo!

–¿Y qué analizaste?

–Que el secreto perfecto es el que lo sabe uno solo. En el momento que lo saben dos deja de serlo. Imaginate en este caso, lo sabemos siete mas vos ocho. Multiplica eso por las esposas e hijos o amigos íntimos. Esperá unos años y multiplicalo por las nuevas parejas, los novios de las hijas, el amante de la prima y el secreto se expandió como árbol genealógico sin fin. Podré calcular todo lo calculable, datos físicos, distancias, ángulos, pronósticos de mareas, dureza de los materiales, pero el factor humano es impredecible. La segunda cosa que analicé es que en toda la historia de los grandes robos mundiales hubo robos de altísima gama, cerebros geniales, pero que a la larga fueron descubiertos entonces porque yo voy a pensar que soy diferente. Más allá de que no dejé nada en manos del azar y supe rodearme de socios ideales. Eso no me da inmunidad. Lo más probable, estimado doctor, es que algún día lleguen a mí.

–¿Entonces? sabes que llegan a vos, es un suicidio, ¡no vayas!

–Ningún suicidio: ahí es donde aparece el “equilibrio natural”

–Desarrollalo un poco más, Fernando.

–El tema es así, si me tengo que fijar si el plan es 100% seguro te digo que no, por lo que analice anteriormente. De acá tengo dos caminos: no lo intento, y me voy silbando bajito a mi anterior vida o lo intento y me banco las consecuencias. Yo elegí la segunda opción, me banco las consecuencias, pero no de una forma pasiva, sino interviniendo en las consecuencias

–¿Cómo es eso de intervenir en las consecuencias?

–Claro, con el equilibrio natural, vos sos testigo de mis principios. Viste cómo arme todo esto, la preocupación por los efectos secundarios, la empatía, sacarle a la corporación bancaria, buscando minimizar los daños a las personas, sin violencia, pensando en los niños. Algo de todo eso va a volver.

–Te entiendo, pero hablás de principios y vas a cometer un delito. Y entendés que de alguna forma las consecuencias desaparecerán por tu buena onda.

–Bueh, no sé si desaparecerán, tampoco es una obra de caridad, es un robo, diferente, ingenioso, singular pero no deja de ser un acto despojativo. Pero le puedo afirmar algo estimado licenciado, si algún día me atrapan, nada será tan grave y el equilibro natural será leve. Licenciado, ha sido un gusto.

–Ha sido un placer –dijo el terapeuta. Nunca supo si el sueño de Odiseo había sido real o había sido imaginado por Araujo. La verdad, decía Lacan, tiene estructura de ficción.

Araujo se despidió con un apretón de manos

– ¡Suerte Odiseo! –le deseó el psicólogo. Nunca más volvieron a verse.

 

*

 

Al salir, Araujo se sintió aliviado. Tenía la cabeza aireada. Entró en un café, pidió un licuado de durazno y en su cuaderno anotó una frase que le daba aun más motivación para cometer el asalto. “Si tenés un arma podés robar un banco pero si tenés un banco podés robar a todo el mundo”.

Todo estaba listo. La banda había ensayado la partitura una y otra vez. Era hora de entrar en acción.