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Robledo Puch pidió la libertad: su biógrafo revela como vive en su celda de Sierra Chica

Por Rodolfo Palacios.

Es una especie de Vladimir o Estragón, los dos vagabundos creados por Samuel Beckett que pasan el tiempo esperando, en vano, la llegada de Godot. Carlos Eduardo Robledo Puch se parece a esas dos criaturas teatrales: viste harapos, espera la nada, perdió la noción del tiempo y no tiene a nadie que rece por él. El mayor asesino múltiple de la historia policial argentina lleva 40 años preso por haber matado a once personas en 1972. Está detenido en la cárcel de Sierra Chica y volvió a ser noticia porque pidió su libertad por agotamiento de pena.

Es la tercera vez que el llamado “Ángel negro” o “Ángel de la muerte” pide este beneficio a través de la defensora oficial Patricia Colombo.  Hace dos años, un camarista de San Isidro le reveló a Crimen y Razón: “Mientras yo esté en este tribunal, nunca le voy a firmar la libertad. Además recién puede volver a pedirla en 2015. ¿Quién se haría cargo de sacar a la calle a la mayor leyenda negra del crimen argentino?”.

Robledo es el preso más antiguo del país. En 1980 fue condenado a reclusión perpetua por tiempo indeterminado. Aunque falta la decisión judicial, lo más probable es que su pedido sea rechazado otra vez.

Robledo en su celda de la cárcel de Sierra Chica.

El 3 de agosto de 2011, la Sala I de la Cámara Penal de San Isidro, integrada por los jueces Ernesto García Maañon, Oscar Quintana y el secretario de Cámara Bernardo Hermida Lozano, rechazó por una unanimidad el pedido de la defensa de Robledo. Argumentaron que según los informes psicológicos, Robledo seguía siendo peligroso, tenía agresividad contenida y carecía de contención fuera de la cárcel.

Entre el 15 de marzo de 1971 y el 3 de febrero de 1972, cuando tenía 19 años, mató a 11 personas (nueve serenos y dos mujeres) por la espalda o mientras dormían. Sus crímenes ocurrieron en la zona norte del conurbano bonaerense. Mataba a todo aquel que se le cruzaba por delante. No dejaba testigos de los robos que cometía con dos cómplices. La prensa lo llamó “el chacal” o el monstruo con cara aniñada. Por entonces, tenía cara angelical, rulos colorados y una extraña belleza: un detective dijo que era la versión masculina de Marilyn Monroe. Ahora, Robledo tiene 60 años: es calvo, sus orejas son grandes, su mirada es penetrante y camina encorvado, con los brazos pegados al cuerpo y el cuello hundido. Suele mirar con el ceño fruncido: la ceja derecha se le arquea más que la izquierda. Casi siempre viste jogging gris, una polera blanca ajustada que era de su madre Aída Josefa, zapatillas y una campera bordó vieja. Es el preso más antiguo del país. Lleva 40 años en una celda.

En sus delirios sueña con suceder a Perón y llegó a decir que en 1982 se propuso como soldado voluntario para combatir en Malvinas. También quería actuar como doble de riesgo en una película sobre su vida: pretendía que su papel fuera interpretado por Leonardo Di Caprio y que lo dirigiera Quentin Tarantino. A veces decía que si salía iba a combatir la inseguridad con una jauría de rottweilers. Robledo siempre fue un misterio para la criminología argentina. El forense Osvaldo Raffo, quien le hizo las pericias, lo calificó como un psicópata desalmado incurable. Por ese tiempo, el doctor Raúl Mattera, amigo de Perón, quiso practicarle una lobotomía para sacarle el mal del cerebro, pero el asesino advirtió: “A Robledo nadie lo toca”.

En 2011, un guardiacárcel que contaba a los presos de Sierra Chica se sorprendió porque él no aparecía. Hizo el recuento otra vez, como el peón que cuenta un ganado, y confirmó que faltaba un detenido. El más famoso. Lo buscaron por todos lados: las celdas, el patio, el gallinero, la granja donde los caballos comen pasto, bajo los árboles, en la carpintería de la prisión, en los pasillos, en los baños. Nada. Carlos Eduardo Robledo Puch estaba desaparecido. Pasaron cinco horas y temieron que el asesino serial hubiera vuelto a escapar de la cárcel, una hazaña que había logrado hace 39 años en La Plata, cuando saltó un muro. La desesperación llegó hasta el director de la cárcel. Su puesto estaba en juego por una simple razón: Robledo Puch en la calle era una amenaza para la sociedad.

Al final, los guardias se aliviaron cuando escucharon que otro detenido gritó:

–¡Apareció Carlitos!

¿Acurrucado contra un rincón, detrás de una puerta del taller, rodeado de mugre y humedad, Robledo Puch se escondía del mundo. Lo retaron como si fuera un niño travieso. Un niño que desobedece a sus padres y sale a la calle en vez de hacer los deberes. El impensado niño travieso, Robledo, se reía con picardía, el único gesto que consigue borrar el rictus rígido de su cara. Esa risa que también le desdibuja la mirada fría y fija. Los guardias lo levantaron del suelo y lo llevaron a la celda. La noticia llegó a los medios como la última travesura de Robledo Puch. Pero en la cárcel están convencidos de que el Ángel Negro quiso escapar. Su plan, delirante o no según cómo se lo mire, era pasar la noche escondido y fugarse al amanecer.


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