Por Rodolfo Palacios
Carlos Eduardo Robledo Puch tenía un sueño recurrente. Un guardia le avisaba que podía irse en libertad. El pensaba que era una broma. Hasta que se convencía de que era verdad. Armaba su bolsito, se despedía de su gata Kuki y de sus compañeros. Se iba aplaudido. Pero cuando salía a la ruta, en Sierra Chica, camino a Olavarría, se venía el fin del mundo y en la ciudad comenzaban a caer meteoritos.
Para Robledo, que el 19 de enero cumplió 63 años, despertar de esa pesadilla era una especie de alivio y de certeza. “Estoy preso para siempre, nunca me van a dar la libertad”, decía. Es probable que esta semana haya vuelto a pensar lo mismo, sobre todo al enterarse que la Corte Suprema de Justicia de la Nación rechazó su pedido de libertad condicional.
El máximo tribunal, con las firmas de los jueces Ricardo Lorenzetti, Elena Highton de Nolasco y Juan Carlos Maqueda, confirmó un fallo de la Suprema Corte bonaerense que había desestimado un planteo de la defensa oficial del múltiple homicida. En 2013, Robledo Puch había pedido que se le concediera la libertad condicional o, en el peor de los casos, se le aplicara una inyección letal.
Es la sexta negativa judicial que recibe en los últimos seis años. “El ángel de la muerte”, como se lo llamó, en 1972 mató a once personas mientras dormían o estaban de espaldas. Lleva 43 años en la cárcel. Ningún otro argentino estuvo preso tantos años.
¿Qué habría votado Raúl Eugenio Zaffaroni, ex miembro de la Corte? Hace cinco años, le había dicho a CyR: “Nadie puede sufrir una pena realmente perpetua en la Argentina. Hace poco escribí un artículo que se publicará en el homenaje a una profesora de Córdoba sobre las penas máximas en la legislación vigente, que creo que las señala la ley 26.200 (que es la que determina la pena de los delitos contra la humanidad en el derecho interno), pero que no viene al caso, porque Robledo está condenado con la ley anterior a las disparatadas reformas Blumberg. Conforme a la ley que le es aplicable a Robledo la perpetua es susceptible de libertad condicional. Se discute si ésta es un derecho; personalmente creo que sí. En el plano de la realidad y al margen de lo jurídico, debe pesar que ni los peritos ni los jueces se animan a otorgar la libertad condicional en el caso de Robledo. Desde lo criminológico la situación es dudosa en cuanto a pronóstico de conducta futura”.
Conocí a Robledo Puch en 2009. Lo visité ocho veces en la cárcel de Sierra Chica y me escribió 45 cartas. Algunos de los encuentros fueron insólitos: me dio una receta para cocinar un pollo al verdeo, me regaló un matambre, cuatro dibujos infantiles, me dio discursos en los que se proclamaba como sucesor de Perón, se postuló para diseñar un batimóvil para la Policía Federal, dijo que en 1982 mandó una carta a Galtieri en la que se ofrecía combatir en Malvinas, y en un momento me dijo que si salía en libertad iba a vivir en mi casa. “Me tirás un colchoncito y no molesto. No ronco, Rodolfito”.
Cuando publiqué su biografía no autorizada, se enojó y me mandó a decir a través de un ladrón de bancos que purgaba condena en Sierra Chica que el día que saliera me iba a dar “tres cuetazos en la nuca”.
Después supe que cuando salió el libro se escondió en un rincón de la cárcel, arriba de un techo, con una lata de atún y una cebolla. Lo delató su gata Kuky, que no paraba de aullar cerca de donde se ocultó. También me enteré que una mujer quiso visitarlo y le ofreció alojamiento, que un empresario de Azul quería contratarlo como sereno para su campo. Ahora su abogado dice que Robledo tiene contención extramuros, que vendió la casa de Villa Adelina que era de su madre y que tiene posibilidades de radicarse en el exterior.
En dos noches leyó las 600 páginas de La canción del verdugo, el libro de Norman Mailer que narra la dramática vida de Gary Gilmore, un psicópata asesino que terminó sus días en el corredor de la muerte pidiendo que le dieran una inyección letal.
Al parecer, Robledo Puch seguirá preso muchos años más. Quizá para siempre. “Nadie se anima a firmar su libertad”, dice Zaffaroni. “Mientras yo esté acá, no pienso firmarle la libertad y hacerme cargo de que esté afuera. La cárcel lo empeoró”, dijo a CyR uno de los camaristas de San Isidro que estudió la causa. Más allá de todo, hay algo que resuena en la cabeza de los jueces. Unas palabras que la leyenda ubica en la boca de Robledo Puch en 1980, después de que fuera condenado en un juicio oral. Aunque no hay pruebas de eso, el ángel negro miró a los jueces y les dijo: “Algún día voy a salir y los voy a matar a todos”. Ese día no llega nunca.