La cabeza cubierta con una grotesca máscara de goma de Richard Nixon, una peluca de rulos negros y un esmoquin exageradamente holgado. Así se presentó ante un auditorio repleto de colegas en Dallas, el 2 de mayo de 1972 el psiquiatra John Fryer, cuando dio un discurso de apenas diez minutos que cambió para siempre la historia de la psicología y la psiquiatría en todo el mundo.
Se celebraba entonces la segunda jornada de la convención anual de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA, por su sigla en inglés),en el salón Danés del coqueto Hotel Adolphus, de esa ciudad norteamericana, donde nueve años antes habían asesinado al presidente John F. Kennedy.
La sorpresa y las risas que provocó su atuendo cesaron de inmediato cuando se ubicó en el estrado principal, al lado de las autoridades del encuentro, y comenzó a hablar. “Soy homosexual”, comenzó y “soy psiquiatra”, continuó.
“Durante los siguientes diez minutos, el doctor Henry Anónimo (así había pedido que lo llamaran) describió el mundo secreto de los psiquiatras homosexuales. De manera oficial, no existían; la homosexualidad estaba catalogada como una enfermedad mental, por lo que reconocerla suponía la revocación de la licencia médica y perder la carrera. En 42 estados de Estados Unidos, la sodomía era un delito”, recuerda una nota reciente del diario The New York Times.
Cuando finalizó su breve alocución, un cerrado aplauso estalló en el recinto. Al final alguien se animaba a decir lo que todos sabían, pero todos callaban. Los efectos del discurso de Fryer fueron demoledores.
Al año siguiente, la APA anunció que cambiaba su histórica postura, sostenida durante más de cien años, y declaró que la homosexualidad no era un trastorno mental, por lo cual no requería un tratamiento para “curar” la enfermedad.
“Al eliminar el diagnóstico del Manual de Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (conocido como DSM, por su sigla en inglés), la psiquiatría eliminó el sustento jurídico de una variedad de prácticas discriminatorias como negar a las personas gay el derecho al empleo, la ciudadanía, la vivienda y la custodia de sus hijos; excluirlos del clero y del ejército y de la institución del matrimonio”, recuerda el diario.
Pero los cambios llevan su tiempo. Alcanza con recordar que recientemente en los últimos años la poderosa Iglesia Católica, bajo la prédica del Papa Francisco, ha pedido que no se discriminen a las personas por su orientación sexual. O que en el censo nacional que se realizó esta semana en nuestro país por primera vez se incluyó una pregunta sobre identidad de género, con nueve categorías posibles.
Aunque la Iglesia todavía no acepta los matrimonios entre personas del mismo sexo, el Papa Francisco reflexionó en una catequesis que dio en enero sobre “los padres ante los problemas de los hijos” y mencionó a los progenitores “que ven orientaciones sexuales diferentes en los hijos” y los pidió a “acompañarlos y no esconderse en una actitud condenatoria”.
Después de su histórico discurso en Dallas, Frye, de 34 años, voló a su casa en Filadelfia y no le contó a su madre ni a su hermano lo que había hecho. Quien lo había acompañado en la misión era su pareja de entonces, un artista que lo había ayudado a armar el disfraz para que pudiera hablar sin ser reconocido. Sólo él sabía. El psiquiatra escribió en su diario personal las reflexiones sobre la trascendente experiencia.
“El día pasó, llegó y se fue y yo sigo vivo. Por primera vez, me he identificado con una fuerza afín a mí mismo”, relató. El primer paso estaba dado.