Por Rodolfo Palacios.
El secretario del juzgado de San Isidro, uno de los funcionarios que está de turno durante la feria judicial, marcó el número de la cárcel de Sierra Chica. Preguntó por el preso más antiguo y más famoso de esa cárcel situada a 12 kilómetros de Olavarría.
Ahora se lo llamo, señor, espere un momento –dijo el guardia que atendió el teléfono. Del otro lado de la línea, el secretario judicial escuchó un grito:
Manden a buscar a Robledo. Lo buscan del juzgado.
A los cinco minutos, apareció en la oficina Carlos Eduardo Robledo Puch, detenido hace 41 años por haber matado a once personas en menos de un año. El diálogo fue breve:
-Hola Robledo, queremos hablar con usted.
-Mire, no sé quién es. No sé si usted es del juzgado o un bromista. Si quieren hablar conmigo, vengan a verme.
Dos días después, el miércoles 9 al mediodía, dos enviados del juzgado viajaron a Sierra Chica y se reunieron con el ángel Negro durante dos horas. La posibilidad de que Robledo salga a la calle aterroriza a muchas personas que temen al mito negro del asesino. Por ejemplo, en Sierra Chica y Olavarría algunos vecinos se oponen a que Robledo viva ahí. Lo mismo que los habitantes de Villa Adelina, el último barrio de Robledo.
Además le hicieron las pericias psicológicas y psiquiátricas. Por primera vez desde 1972, Robledo Puch está cerca de la libertad. Pidió que lo liberan por agotamiento de pena y por la inconstitucional de la reclusión por tiempo indeterminado. En otros casos, la Justicia liberó a presos condenados por esa pena, entre ellos Arquímedes Puccio, líder del clan que secuestraba y mataba empresarios en el sótano de su casa de San Isidro, y algunos miembros de la banda de Los 12 apóstoles, que en la Semana Santa de 1996 protagonizaron un sangriento motín en la cárcel de Sierra Chica, donde mataron a ocho presos.
Por un lado, si los camaristas de San Isidro se basan en la inconstitucionalidad del artículo 52 del Código Penal de la Nación, que ya fue declarado inconstitucional por la Corte Suprema de Justicia, la libertad de Robledo Puch podría ser un hecho. Pero hay otros factores que atentan contra el pedido del asesino más famoso de la historia policial argentina: no tiene contención fuera de la cárcel ni un domicilio donde ir a vivir.
Michel Foucault decía que la cárcel debía convertir a los criminales en gente honrada, pero había fracasado porque no era otra cosa que una fábrica de delincuentes. El filósofo consideraba que la prisión tenía que ser una institución como la escuela, el cuartel o el hospital. El caso de Carlos Eduardo Robledo Puch es un símbolo del fracaso penitenciario: en los 41 años que lleva detenido por haber matado a once personas no recibió la contención y el tratamiento necesario como para reinsertarse en la sociedad.
Es la tercera vez que el llamado “Ángel negro” pide este beneficio. Hace casi dos años, un camarista de San Isidro reveló en voz baja: “Mientras yo esté en este tribunal, nunca le voy a firmar la libertad. ¿Quién se haría cargo de sacar a la calle a la mayor leyenda negra del crimen argentino?”.
El mismo camarista reconoció que las últimas pericias psicológicas que le hicieron a Robledo “eran flojas”. Un par de carillas para justificar la peligrosidad del condenado y argumentarla con comentarios de este estilo: “Tiene agresividad contenida porque mantiene los dientes apretados y cierta furia en su mirada”. En todos estos años, la prisión ha hecho muy poco por Robledo: fue víctima de agresiones y se le enseñó, como mucho, un solo oficio: la carpintería.
Como opinó el ministro de la Corte Suprema Eugenio Raúl Zaffaroni, nadie puede sufrir una pena realmente perpetua en la Argentina. “Conforme a la ley que le es aplicable a Robledo Puch, la perpetua es susceptible de libertad condicional. Se discute si ésta es un derecho; personalmente creo que si. Debe pesar que ni los peritos ni los jueces se animan a otorgar la libertad condicional en el caso de Robledo Puch, máxime en un momento en que se amenazan a los jueces por la TV y por los políticos”, dijo Zaffaroni.
¿Robledo Puch en libertad puede volver a matar? No se puede hacer futurología sobre las conductas futuras. Mateo Banks y Yiya Murano, por ejemplo, salieron libres y no volvieron a cometer crímenes.
Robledo deambula por las cárceles argentinas desde hace cuarenta años: es una especie de Vladimir o Estragón, los dos vagabundos creados por Samuel Beckett que pasan el tiempo esperando, en vano, la llegada de Godot. Robledo se parece a esas dos criaturas teatrales: viste harapos, espera la nada, perdió la noción del tiempo y no tiene a nadie que rece por él.
En sus delirios sueña con suceder a Perón y llegó a decir que en 1982 se propuso como soldado voluntario para combatir en Malvinas. También quería actuar como doble de riesgo en una película sobre su vida: pretendía que su papel fuera interpretado por Leonardo Di Caprio y que lo dirigiera Tarantino. A veces decía que si salía iba a combatir la inseguridad con una jauría de rottweilers. Robledo siempre fue un misterio para la criminología argentina. El forense Osvaldo Raffo lo calificó como un psicópata desalmado incurable y el doctor Raúl Mattera quiso practicarle una lobotomía para sacarle el mal del cerebro.
Es probable que su nuevo pedido de libertad sea rechazado por la Justicia. Quizá Robledo lo sabe: no conoce otra vida más que la que vivió en la cárcel. Es un claro ejemplo de la capacidad del ser humano para adaptarse al lugar de esta vida que más se parece al infierno.