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Polaquito: las pelotas

Por Mauro Federico

El trabajo que realizamos los periodistas cada vez que relatamos alguna de las tantas historias relacionadas con la degradación humana a la que están sometidos los millones de personas que viven en la marginalidad, requiere desde mi humilde perspectiva, algunos postulados éticos de indispensable consideración.
En primer lugar resulta imprescindible definir en qué lugar vamos a colocar nuestra mirada. Hay quienes proponen buscar una mimetización con el sujeto cuya circunstancia deben relatar, a punto de lograr que el lector/televidente/espectador no distinga al protagonista del narrador.
Otros prefieren establecer una relación estrictamente profesional con el personaje, carente de toda emoción, desde una perspectiva eminentemente documental al estilo National Geographic.
Y nunca faltan aquellos que, engañando las normas más elementales de humanidad, se enancan en un discurso moralista y utilizan la miseria de los bajos fondos para construir un discurso político sin importarles la tergiversación de la realidad. Estos últimos generalmente miran la pobreza con el prejuicio propio de la progresía palermitana/hollywodense que jamás recorrió una villa con otra intención que no sea buscar una piña «ratingera» en el prime time de sus «medios de comunicación masivos», apelando al carácter culpógeno de nuestra tan influenciable clase media.
Hace tres décadas que ejerzo el periodismo. Nunca me gané el mango de otro modo. A lo largo de todos estos años compartí mi oficio con el rol de militante político, social y sindical. Hoy, alejado de todos los «ismos» que alguna vez abracé con la más fervorosa de mis convicciones pero sin renegar ni por un instante de todo lo aprendido durante esos años, sigo sintiéndome un militante de la vida.
Y por eso cada vez que tomo contacto con esas realidades paralelas a las que nos toca ingresar para visibilizarlas, procuro darles voz a quienes habitualmente se los silencia, para que sean ellos los que relaten sus vivencias, sin más filtro que el que supone la mirada de cualquier ajeno y contrariando los postulados de un sistema que solo propone darles visibilidad haciéndoles pagar el altísimo costo de la estigmatización social.
Conocí mil «Polaquitos». Narré muchas de sus historias, incluso para varios medios dirigidos por Jorge Lanata. Les juró que jamás hubiera hecho lo que hicieron con ese pibe.
Bajo la aparente buena intención de «dar a conocer su historia» y que «el país hablé de este tema», procurando una falsa empatía emocional con las vivencias de este chico, no hicieron otra cosa que degradarlo a lo más bajo de su condición. Lo que hicieron no fue «mostrar la realidad» sino tergiversarla convenientemente para direccionar un discurso destructivo que elige ponernos a todos en el rol de espectadores de una realidad que nos pertenece y de la que somos absolutamente responsables. Porque somos nosotros los que decidimos quiénes nos gobiernan y quienes reclamamos hacia donde queremos que nos conduzcan como país, como sociedad.
Esto no es solo un problema del «Estado ausente», porque ese argumento, además de insuficiente, es falaz. El Estado está muy presente cuando decide marginar de los presupuestos todo aquello que tenga relación con el trabajo social efectivo sobre los sectores más vulnerables y elige reforzar la «seguridad» con más policías y armamentos, militarizando villas y asentamientos. El Estado está muy presente cuando a través de sus representantes parlamentarios, propone transformar a los miles de polaquitos que deambulan como zombies en los márgenes pestilentes de nuestras ciudades en sujetos pasibles de «sanciones penales ejemplificadoras», sin reparar que a estos chicos les dieron un fierro antes que un juguete. Y que, incluso ese fierro, muchas veces se lo dio el mismo policía que lo terminó matando por la espalda cuando el pibe terminó zarpado de falopa,esa falopa que la cana le suministró para que alimente la caja negra de la recaudación ilegal. Y así sigue la rueda trágica.
Cualquier periodismo que base sus relatos en estas fuentes de manera excluyente y acceda a estos lugares e historias de la mano de quienes ejercen el monopolio de la fuerza estatal para su provecho, no hará otra cosa que estigmatizar a estas víctimas del sistema usadas para justificar los presupuestos que sostienen el aparato represivo con el que los intimidan cotidianamente.

Fuente: Facebook del autor.


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