Por Javier Sinay.
Mientras los restos de Miguel Ángel Graffigna eran inhumados en un cementerio privado, la fiscal María Paula Asaro y la División Homicidios de la Policía Federal investigan si su asesinato –cometido en la madrugada del sábado 8 adentro de su flamante coupé Peugeot RCZ, comprada el 30 de mayo y valuada en 250 mil pesos o más- fue obra de un conocido. Y lo más probable es que sí: Graffigna, que trabajaba en una financiera y que llevaba dos maletas metalizadas con varios documentos en el baúl de su deportivo, fue hallado en el lugar del acompañante, con las rodillas sobre el asiento del conductor. El hombre, de 36 años y de pasado non-sancto (había sido acusado de un doble homicidio en 2011), fue ejecutado con un disparo calibre .40 en la cabeza, a quemarropa. El desorden en el coche indica la lucha antes del fin o una búsqueda desordenada después de la ejecución, y en ese sentido no es menor la desaparición de los cuatro teléfonos celulares que portaba la misteriosa víctima.
Durante la jornada de hoy, la fiscal intentó reconstruir las últimas horas de Graffigna –desde que en la tarde del viernes se despidió de alguien en Córdoba y Juan B. Justo- y concluir si el financista se encontró con su matador en el lugar donde estacionó su coche (en el 1300 de la calle Fraga) o si lo pasó a buscar antes y manejó hasta ese sitio del barrio de Villa Ortúzar del que ya nunca volvió. Para eso, se pedirán videos de cámaras de seguridad a
las empresas de la zona y al gobierno de ciudad.
Para el abogado Roberto Casorla Yalet, Graffigna podría haber sido asesinado a causa de sus problemas maritales. Casorla Yalet fue, de hecho, quien lo defendió en el doble homicidio que le imputó el fiscal platense Fernando Cartasegna en 2011. Se trató del crimen de Nicolás de Sousa y de su novia, Antonia Zárate, en Villa Elisa, ocurrido el 22 de agosto de 2004 en una presunta cita swinger. Aquella historia es recordada por su crueldad: el rostro de Zárate estaba completamente cubierto por cinta de embalar, le habían dado vueltas y vueltas a su cabeza hasta asfixiarla. También habían inmovilizado con cinta adhesiva sus tobillos y sus muñecas, y llevaba apenas una bombacha cuando fue hallada. Nicolás De Sousa, en cambio, estaba vestido. Desde el primer momento los investigadores creyeron que a él lo habían matado primero, con dos golpes de bate de béisbol a la cabeza y que después, con De Sousa fuera de combate, los agresores se dedicaron a apretar a su novia para que les diera la supuesta obra de arte que buscaban, sabiendo que el padre de De Sousa era el propietario de una galería de la calle Arroyo, en la ciudad de Buenos Aires. La historia permaneció bajo un manto de misterio durante siete años, hasta que Graffigna y su ex mujer, la bailarina ¿y actriz de cine porno? Romina Gabriela Iddon Silva, fueron capturados por el testimonio de una pareja posterior de ella y pasaron en prisión tres meses. Pero la acusación quedó en la nada cuando fueron sobreseídos por falta de mérito.
“Yo no soy investigador, pero Graffigna tenía serios problemas con sus dos ex”, dijo a Télam el abogado Casorla Yalet. “Esta mujer, Romina Iddon, fue quien lo incriminó en aquel doble homicidio y si fue capaz de eso, es capaz de cualquier cosa. Con ella tenía un conflicto por la tenencia de la hija de ocho años de que tienen en común y que ella no ve, con restricción judicial, desde que la nena tiene ocho meses”.
El financista Graffigna también había denunciado a María Laura Aráoz, su segunda ex, con quien estaba en pareja cuando fue detenido por aquel doble crimen. “Ella entró después a la casa de Ramos Mejía de mi cliente junto a otras cinco personas armadas”, agregó Casorla Yalet. “En la casa estaba la actual novia de Miguel, Carolina, y como él no estaba, esta gente le robó todo lo que encontró. Se llevaron hasta la ropa del tender y un cachorro Doberman que le había comprado a la hija”.
Sin embargo, la pregunta principal ahora parece estar más cerca de los delicados asuntos de dinero que manejaba Graffigna que de sus turbulentas historias de alcoba.