Los estadígrafos del Programa Las Víctimas contra las Violencias del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, son rigurosos. Nada es “mas o menos asi”. Acompañan sus datos con las horas de paciencia y meticulosidad que caracteriza esta área del saber y llegan a irritarnos cuando el “mas o menos” en las ciencias humanos se torna imprescindible para cerrar alguna conclusión.
Las estadísticas del Programa se caracterizan por las posibles comparaciones que fluctúan entre sus porcentajes para lograr resultados que autoricen afirmaciones indudables y recomendaciones acertadas cuando se trata de evaluar víctimas y responsabilidades que deban asumir un género o un adulto.
En oportunidades las cifras coinciden en los grandes números con las voces populares, si, por ejemplo, es preciso contemplar la ternura filial que conduce a la defensa de los hijos ante la violencia paterna con la intervención materna. La figura de la madre se ha instalado en las diversas mitologías como salvaguarda y garante ante las palizas activadas por la figura del varón, habitualmente caracterizadas como representantes del golpe impiadoso; de ese modo aparece rubricado por los números de las estadísticas cuyos porcentajes acentúan la diferencia a favor del golpe masculino. Este sobrepasa porcentualmente las violencias físicas que pueden surgir por parte de la mujer, habitualmente con una notoria diferencia. De tal modo surge en estadísticas internacionales cualquiera sea el segmento epocal que se estudie.
Sin embargo, la investigación recorrida por los estadígrafos del Programa Las Víctimas contra las Violencias, en tiempos de pandemia (años agosto y setiembre 2020) han expuesto las siguientes CIFRAS con características propias: Los Agresores de Niños Niñas y Adolescentes eran de género masculino tal como podíamos esperar, pero al refinar los datos encontramos
El agresor principal fue en ambos meses el padre, como se registra habitualmente registrándose un 58,7% de aumento en el segundo mes.
Entre un mes y otro se observó un incremento de las conductas agresivas de las madres (aumentaron un 157,9 % en comparación con agosto).
Dicho aumento en el porcentaje es significativo en el lapso considerado, teniendo en cuenta que se trata de una pandemia que no finalizó y cuyos números finales no han sido obtenidos.
Cabe subrayar la aplicación del calificativo “agresivo” como inhabitual para referirse a una modalidad materna asociada a un niño. Para calificar los comportamientos maternos se aplican palabras neutras que se seleccionan para describir menesteres maternos sensoriales y afectivos. Los números nos evidencian una realidad que corresponde enunciar ya que se trata de mujeres evaluadas durante una pandemia mundial con características específicas. Y ellas son quienes responderán con sus modales y requerimientos las demandas de sus crías. Alguna característica particular debe distinguir sus conductas como para incorporarlas al rubro ”agresivo” que lo distingue del neutro o del afable. Podría colegirse que esas conductas incluyen el grito, el zamarrón o el golpe y que cualquiera de ellas incluiría una conducta «agresiva” .
El porcentaje indica que se trata de una presencia representativa, y no de conductas excepcionales sino abarcativas, que el maltrato, la agresión hacia los niños no constituye un hecho coyuntural sino habitual y repetido y que proviene de figuras femeninas en un porcentaje significativo: invirtiendo los términos, la figura femenina agrede porcentualmente a los niños en tiempos de pandemia por lo menos durante el mes del cual se tiene registro. Lo cual no debería ser de ese modo si dicha figura mantuviese el perfil protector y defensor de la cría que le adjudica el mito. Por el contrario, durante ese lapso los números indican que se incrementaron un 157,9% las figuras maternas agresoras
Inicialmente los agresivos constituían una masa indiscriminada donde no se separaban los padres localizándose ambos como familia. Eran ambos agresores.
La filitud acercaba la agresión, era suficiente para que malos tratos quedase encerrada en una misma categoría que se distinguia de “otros”: conocidos, familiares.
¿Podrían adjudicarse características particulares a estas madres además de estar incluídas en el rubro de víctimas de pandemia?¿Serían mujeres expuestas a estrés específicos?¿la obligada convivencia con el padre de la criatura jugaría un papel principal en la cotidianidad? Sería hijos deseados en matrimonios “bien llevados”?¿Cuántos interrogantes sería posible plantearse parar dar cuenta del clima opresivo que se viviría en ese hogar entrampado por las demandas de la pandemia por y los riesgos del contagio, la lejanía de la familia y los avatares económicos que podrían ser catastróficos? Sin enumerar las muertes cercanas, enumeradas por medios de comunicación que al mismo tiempo transformaban los comedores, las cocinas, los dormitorios y los rincones de la casa en aulas donde esas madres debían rescatar los quebrados, la ortografía y las composiciones con temas archivados en la adolescencia. Cuando todo a veces era un mismo zaguán que cobijaba vivienda, descanso y taller. En esos hogares-pandemia el perfil materno, donde el humor de sus habitantes femeninos, quedaba sumergido en el denso clima que producen las criaturas que gritaban, lloraban, se peleaban y tenían razón; lo que solamente se silenciaba con un golpe o un alarido, el precio de la paz doméstica ensayaba la violencia. Ya no alcanzaba la sonrisa comprensiva y amorosa de la cotidianidad que iluminaba la cara de esa mujer, porque los músculos de la boca que la diseñan solamente se elongaban para el grito o el llanto.
Queda a la vista que las madres también son agresivas, duras, furiosas y violentas. Pueden serlo, no hay cédula de identidad amorosa indefinida ni corresponde sostener el mito que las obligue a transponer la pandemia sonrientes y fielmente bonachonas.
Tampoco sería argumento una patente de corsaria que castigue a degüello a los niños y niñas que no soportan mas lo insoportable.
El hecho concreto es que ahora podemos hablar con cifras y pensar junto con ellas.