La noticia de que un docente conseguía fotos de chicas menores de edad desnudas, haciéndose pasar por una chica más y extorsionándolas con las imágenes, puso otra vez en tela de juicio la cuestión de los riesgos que entrañan las redes sociales de tan amplia difusión.
La extensión que ha tomado internet, con conexiones cada vez más veloces y económicas, así como la posibilidad de acceder sin necesidad de tener una computadora en la casa, sea a través de los lugares públicos (los “cyber”) o los teléfonos móviles, ha logrado un nivel de conectividad que en el caso de Argentina, está a la vanguardia de Latinoamérica en cuanto al porcentaje de la población total, e incluso mayor que la media mundial.
Con este panorama, es inevitable que ocurran este tipo de hechos delictivos. Podemos pensar que el Estado debe jugar un papel preponderante para brindarnos seguridad en las cuestiones relacionadas con la tecnología, a la manera como la exigimos en materia de prevención de los delitos comunes. Sin embargo, las situaciones no son del todo simétricas; el Estado debería consagrar como delito este tipo de acosos que denominamos grooming, máxime en Argentina que ya cuenta con media sanción del Senado (puede consultarse en la página www.argentinacibersegura.org/leygroomingya y votar por esta ley), o podría crear una Fiscalía Especializada en Delitos Informáticos, como vengo solicitando sin éxito desde hace cinco años, pero no puede velar por las conductas que nosotros desplegamos en privado frente a nuestras computadoras, ni reemplazar la responsabilidad que debemos tener sobre las conductas de nuestros menores.
Mientras estamos tranquilos porque nuestros hijos menores encuentran un entretenimiento “seguro” en nuestras casas, sin necesidad de correr peligros en la calle, venimos a descubrir que pueden ser víctimas de este tipo de conductas que resultan muy perniciosas para su desarrollo mental o su propia integridad física.
Nuestros niños y jóvenes (nativos digitales) tienen una gran capacidad para entender y utilizar las herramientas tecnológicas, una especie de intuición digital me animo a decir, pero siguen siendo niños, o adolescentes, con todos los riesgos que su inmadurez provoca. Nosotros, sus padres o maestros, carecemos de esa capacidad innata de incorporar con facilidad esas herramientas, pero tenemos lo que a ellos les falta, la experiencia de vida, la que nos brinda el habernos golpeado más de una vez. No debemos eludir nuestra responsabilidad como padres, debemos involucrarnos con la tecnología, por lo menos para entender los intereses de estos chicos, y así poder prevenirlos de los riesgos a los que ellos mismos se exponen.
No esperemos a volver a leer en los diarios que mayores de edad abusan de nuestros chicos sin poder entender cómo ellos se prestaron a esas conductas sin conocerlos, sin ser sus amigos. Nuestros hijos nos van a sorprender diciéndonos, sí eran amigos, amigos en Facebook.
*Fiscal General ante la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de la Capital Federal. Especialista en Delitos Informáticos.