| Biografía

Los Oesterheld, la historia de una familia cruzada por el arte y la militancia

Las periodistas Alicia Beltrami y Fernanda Nicolini escribieron la biografía familiar del creador de El Eternauta. Su autor y sus cuatro hijas fueron asesinadas. Uno de los mejores libros del año.

Fernanda y Alicia, las autoras.

Fernanda y Alicia, las autoras.

Las periodistas Fernanda Nicolini y Alicia Beltrami dieron a luz a uno de los libros más atrapantes y conmovedores en lo que va del año. “Los Oesterheld”, publicado por Sudamericana, cuenta la historia del creador de El Eternauta: desaparecido, al igual que sus cuatro hijas, durante la dictadura militar. La única sobreviviente de la familia fue Elsa, la madre de las chicas, quienes al igual que su padre, militaban en Montoneros.

La biografía cuenta la vida de esa familia de clase media un poco acomodada, criada en un chalet de Beccar, cómo las hijas se acercan a la militancia y cómo Héctor, el padre, ya un hombre grande, sigue el mismo camino. También es un viaje a los años 70, a los intereses de esas chicas, que además se enamoraban, tenían hijos, querían a sus padres. Y buscaban un cambio: un país más justo y solidario.

¿Por qué se interesaron por esta historia?

Fernanda Nicolini: el interés surgió de una charla con un amigo periodista. Me habían ofrecido hacer la biografía de  las Legrand (Mirtha, Marcela, Juanita) y a mí no me interesó, estaba-demasiado alejado de mi universo. Se lo conté a él, nos pusimos a hablar de la poca tradición que había en la Argentina de biografías familiares, bien hechas, y me dijo: la historia que nunca nadie contó es la de los Oesterheld. Yo justo había leído un par de entrevistas a Elsa, conocía a los nietos, y tenía en la cabeza las mismas preguntas que todos los que más o menos saben algo de la historia ¿qué pasó con ellos? ¿Qué pasó entre esa postal de familia feliz, de cuatro hijas radiantes y la tragedia final? Luego se sumó Alicia, porque intuíamos que era un libro largo, casi imposible para una sola persona: finalmente nos llevó cinco años.

-¿Eran fanáticas de El Eternauta?

Alicia Beltrami: No éramos fanáticas de las historietas de Oesterheld. Habíamos leído El Eternauta y nos parecía extraordinaria, pero no conocíamos su obra – que es vastísima – en profundidad. Fue un mundo que descubrimos y disfrutamos con la investigación, al tiempo que entendíamos porqué existe un culto alrededor de la figura de Héctor: leyéndolo comprendés que es difícil no fanatizarse porque su talento es enorme. Esa falta de conciencia sobre la genialidad de su obra y el desconocimiento sobre detalles de su vida familiar o derrotero como militante fue lo que nos posibilitó en cierta medida ingresar a la investigación sin titubear. Una vez que estás adentro ya es imposible volver atrás.

-¿Qué fue lo que más las impresionó?

Fernanda: tomar contacto con la militancia real de cada uno de ellos, más allá de los estereotipos o lugares comunes que luego se construyeron sobre Montoneros, es muy movilizante. Especialmente porque empezás a ver que en cada decisión, en cada acción, había una vitalidad y convicción desbordante y que, a la vez, eran jóvenes –las cuatro, al desaparecer, eran más jóvenes que nosotras- que se enamoraban, se separaban, se preguntaban cómo podían ser mejores padres y madres, se divertían. Y en particular sobre la familia, es impresionante descubrir cómo hasta el último día conservaron los lazos entre ellos, a pesar de las exigencias de la organización que pedía evitar el contacto con los vínculos directos.  

Alicia: Es impresionante la evidencia aún en el presente de la destrucción – de lazos, vidas, cultura – lograda por el plan de aniquilación de la dictadura militar. Un ejemplo clarísimo es que la mayoría de las personas que entrevistamos que habían militado con Héctor y sus hijas no solo no habían podido hablar nunca sobre los Oesterheld sino que tampoco lo habían hecho sobre su propia militancia. El plan de la dictadura para desaparecer y silenciar a toda una generación seguía operando en muchos de ellos que ni siquiera sabían que sus ex compañeros estaban vivos. Varios se reencontraron después de 40 años por esta investigación: pasó con ex militantes de la Villa 21 o de la zona Norte. También Fernando, uno de los dos nietos sobrevivientes de Héctor y Elsa, se encontró con su madrina que ni siquiera sabía que existía. Ese trabajo tiene algo de reparación en ese sentido.

-¿Cómo fue el papel de Elsa, la esposa de Héctor, en la trágica historia de la familia?

Fernanda: Desde un primer momento, Elsa se opuso explícitamente a la militancia de sus hijas y al apoyo que Héctor les daba. Al principio, tal vez, porque tenía otras expectativas para ellas –culturales, profesionales- y después directamente porque, con bastante lucidez, intuía que podía terminar todo mal. Para ella la lucha armada o el cambio a través de la violencia no era una opción. Por eso durante muchos años estuvo enojadísima con Héctor y prefería hablar de cómo habían sido sus hijas en los años “felices” de la casa de Beccar. Algo que empezó a cambiar a partir de los gobiernos kirchneristas con la reivindicación oficial de la militancia. En ese nuevo contexto, ella empezó a sentir que lo que habían hecho sus hijas y su marido tenía un sentido a pesar de la tragedia. De algún modo pudo transformar el dolor en parte de una lucha colectiva, con el Eternauta como símbolo de eso también.  

-¿Cómo llega Héctor a la militancia en Montoneros?

Alicia: Héctor era un humanista que creía en la necesidad de educar a los jóvenes para ayudarlos a ser mejores personas, más justas. Como intelectual lo hizo a través de la historieta, a la que consideraba una gran herramienta pedagógica porque llegaba a miles de jóvenes que no accederían a los libros. Además de aventuras, en sus textos siempre agregaba datos históricos. En la década del 60, comenzó a empatizar con la idea de que era necesario y posible cambiar la realidad mediante la acción política, en un contexto en el que sucedían cambios en ese sentido como la Revolución Cubana, la guerra de Vietnam o el Cordobazo. Y eso también lo plasmaba en sus textos, como por ejemplo la historieta Vida del Che, que hizo junto a Alberto Breccia en 1968 y que se publicó en enero de 1969, y en la que expuso por primera vez su postura política de modo explícito. A principio de los años 70, el living de su casa se impregnó de los debates que sus hijas y amigos daban en diferentes ámbitos (universidades, escuelas, sindicatos) donde ya se discutía en términos de adherir o no a la lucha armada. Héctor acompañaba ese proceso: analizaba, conversaba con ellos, iba con sus hijas a marchas o las visitaba en las unidades básicas, al tiempo que apoyaba algunas actividades del gremio de prensa, hasta que en 1973 ingresó al Bloque Peronista de Prensa, rama sindical de la Juventud Trabajadora Peronistas (JTP), y en 1974 ya orgánicamente a Montoneros. En la organización hizo lo que sabía hacer: historietas para los diferentes medios de prensa militante como El Descamisado, Noticias y Evita Montonera. En los últimos años ofició como “correo” en la estructura de enlace de Montoneros hasta que desapareció a fines de 1977.

Los Oesterheld (1)-¿Les parece que hay algún vínculo entre las historias de Walsh y Vicky, con la de Héctor con sus hijas?

Fernanda: Hay algo que sin dudas se refleja en ambas historias y es la admiración que se tenían entre sí. Walsh con Vicky y Héctor con sus hijas. Uno se pregunta si un padre no debería hacer lo que fuera para proteger a sus hijos. Ellos, a su modo, daban vuelta esa premisa y se decían: “Cómo no voy a apoyar la decisión de un hijo que está dispuesto a dejar de lado su propio deseo o bienestar para cambiar un mundo injusto”. Sin duda ambos acompañaron las decisiones de ellas desde el orgullo y la convicción, y sería injusto juzgar esa postura hoy, con el diario del lunes.  

Alicia: Ellos estaban tan convencidos como sus hijas de la lucha que daban y asumieron sus muertes inmersos en esa lógica. Los dos se preguntaron luego si no había sido en vano y siguieron creyendo que no, que la decisión había sido la correcta, la más generosa. Estaban convencidos de que no vivieron para ellas, sino para otros, como lo escribió Walsh en una de sus cartas. Y ante esa certeza también buscaron consuelo dentro de esa misma lógica: Héctor lo encontró en que ninguna haya delatado a sus compañeros en las sesiones de tortura, Walsh en lo heroico de esa muerte.