| Tema del día

La increíble historia de Menganno, el superhéroe argentino

Por Rodolfo Palacios.

Es impuntual. Prometió venir a las once, pero lleva media hora de retraso. En la plaza Sarmiento, en Lanús Este, no hay señales ni presagios que anuncien su llegada. Puede aparecer en cualquier momento. ¿Saldrá detrás de un árbol o de la calesita? Quizás ahora esté oculto bajo otra apariencia. Puede que sea ese hombre que hace footing y de pronto se detiene a elongar sus piernas sobre la base del monumento de Guillermo Gaebeler, uno de los próceres de Lanús. O una posibilidad es que sea ese viejo que lleva la bolsa de los mandados llena de papas, zanahorias y cebollas. En un segundo podría cambiarse en una cabina telefónica y aparecer con su traje especial a prueba de golpes. Pero no. El deportista sigue su carrera y el viejo se mete en una granja. ¿Se habrá demorado porque un villano le habrá tendido una trampa en el camino? La espera y el desconcierto aumentan el misterio. Se escucha el sonido del motor de una moto que está sólo a una cuadra. ¿Será él? Suena una sirena. Ahí viene, por la avenida 9 de Julio, un hombre enmascarado que genera asombro y risas a su paso. Sí, llegó el momento. Es él. ¿Es un pájaro? No. ¿Es un avión? No. ¿Es Superman? ¡No! Damas y caballeros, es Menganno, el superhéroe argento que combate el delito en el conurbano bonaerense. Aquí está, por fin, el enigmático personaje que no revelará su identidad por nada del mundo. O al menos eso es lo que dice.

Para algunos, es un loco que busca prensa a toda costa. Un tipo que podría estar en un manicomio por creerse capaz de salvar al mundo con una linterna en una mano y una brújula de combate en la otra. Para otros (no son pocos), es un hombre de bien chapado a la antigua. Un señor capaz de ayudar a una pobre viejita a cruzar la calle, asistir un tachero que se pinchó una rueda o retar a un automovilista que pasa un semáforo en rojo o deja el auto en doble fila.

Corte en el tiempo. Esto ocurrió hace más de un año. Ahora veo en la tele que Menganno habla con varios movileros para relatar que se enfrentó a tiros con dos delincuentes, que le quisieron robar el coche cuando llegaba a su casa, junto con su esposa. No vestía su traje de superhéroe, anda de civil. Menganno llora, durante el relato, se quiebra. En la noche del miércoles 23, un cable de la agencia Télam informa que la policía no cree en su versión, ya que todos los disparos son desde adentro del coche hacia afuera. Además, el permiso de portación de armas de su pistola Glock estaba vencido. La agencia revela además la identidad de Menganno y dice que es un ex policía. Nosotros sabemos guardar un secreto, si quieren saber el nombre de nuestro protagonista, lo pueden buscar en otro lado. Sigamos.

Lo que más le molesta a Menganno es cuando se burlan de él y le dicen rídiculo.

No fue tan sencillo, como se supone, llegar hasta el superhéroe criollo. Fueron necesarios varios mails a su página (www.menganno.com.ar), cinco mensajes a su perfil de Facebook –que ahora tiene más de 30 mil fans– y cuatro llamados a su presunta guarida. El último fue más o menos así:

–¿Hola, estaría el señor Menganno?

–¿Quién lo busca?

–Un periodista que quiere entrevistarlo.

–Acá habla su representante.

–¿Ah…? ¿Tiene representante?

–Bue… en realidad soy su esposa.

–¿Y cómo es vivir con un superhéroe?

–Difícil (Hace una pausa).

–Hola, hola. ¿Sigue ahí?

–Sí, sí. Me colgué. Mi marido… perdón…Menganno tiene mucho trabajo. Ahora salió a patrullar las calles. Lo espero con un plato de ravioles. Espere un segundo. A ver… se abrió la puerta. Es él. Le paso. Papi, te quieren hacer una nota.

–Hola, Menganno, cómo anda.

–Bien. Con ganas de sacarme el traje. ¿Nos vemos mañana a las once en la plaza Sarmiento? Queda a cuatro cuadras de la cancha del Granate. Abrazo, viejo.

–Hasta mañana, Menganno.

–Hasta mañana, querido.

Admiradores

“Perdón por la demora, pero había mucho tránsito”, dice Menganno mientras se baja de su moto en la plaza Sarmiento. Lleva una máscara de látex azul con vivos celestes y una línea amarilla. Sus ojos están cubiertos por lentes de sol. Tiene borcegos y un pantalón policial. Su casaca es de licra y tiene estampado el símbolo de Menganno y la forma de los músculos. Sus brazos están cubiertos por los protectores que usan los oficiales de Infantería. Lleva un escudo redondo, parecido al del Capitán América, una linterna, binoculares, brújula, gas pimienta, un handy que lo usa para comunicarse con la comisaría de la zona por si es testigo de un delito, y un precinto por si tiene que detener a un ladrón.

La primera pregunta es obvia:

–¿Por qué decidió ser un superhéroe?

Pero Menganno no llega a contestarla. En un instante, un grupo de alumnos que acaba de salir de la escuela primaria se le abalanza. Le piden autógrafos, se sacan fotos con él, le hacen preguntas. Él los recibe con su clásico saludo: el roce de manos y después el choque de puños.

–Firmame acá, genio –le pide un chico que le da el cuaderno de comunicaciones.

Menganno sonríe y le escribe: “Con cariño, a Matías. Seguí estudiando y portándote bien con tus papás”. El admirador salta de alegría. En los próximos diez minutos, será imposible hablar con Menganno. Maestras le sacan fotos con sus celulares y los colectiveros le tocan bocina. El vendedor de un kiosco le da la mano y posa con él.

–Si supieras quién soy –le dice Menganno–. Soy cliente tuyo. ¿Me conocés?

El hombre trata de mirar por debajo de la máscara pero es imposible. Está frente a un cuerpo musculoso. Menganno mide 1,84 y pesa 100 kilos. Sólo deja al descubierto su mandíbula, que parece firme.

–Si me decís quién sos, te hago descuento –le propone el vendedor.

–Ni en pedo –dice Menganno.

Al insólito ídolo infantil se lo nota cansado por el acoso de sus fans. Un nene le pide que salga volando con la moto. Él le aclara que un héroe debe respetar las reglas de tránsito. Ya ha firmado más de 20 autógrafos. Se muestra cordial, aunque en un momento, susurra:

–Esto a veces me rompe las pelotas.

Está claro. Hasta el ser más bondadoso tiene un costado oscuro. ¿O acaso el Batman de Christian Bale no llegó a torturar a El Guasón? ¿Ironman no es alcohólico? Por eso no debería sorprender que a Menganno le moleste firmar autógrafos en exceso. Pero lo que más lo saca de sus casillas son las cargadas. Por ejemplo, lo enfurece que ese gordo pelado que lo mira desde la esquina se ría a carcajadas de él. Menganno no le dirá, al mejor estilo Robin,“¡recórcholis! o “¡santa cachucha!”. Lo puteará de arriba abajo. Aunque luego se arrepentirá. Porque los superhéroes deben dar el ejemplo.

Menganno tampoco necesitó ser picado por una araña radiactiva para convertirse en superhéroe, como le ocurrió a Peter Parker antes de ser el Hombre Araña. Su metamorfosis fue mucho más simple. Cada vez que veía las noticias policiales en el noticiero, se indignaba. Es más: llegó a llorar como un niño cuando se informaba un crimen. Hasta ese momento, vendía alimentos, cuchas, huesos y correas para perros. Antes fue oficinista, empleado municipal y miembro de una fuerza de seguridad (se niega a decir si fue bonaerense, federal, prefecto o gendarme). La inseguridad lo atormentaba. Por eso, un día fue a Aldo Bonzi, partido de La Matanza, donde pasó su infancia. Cuando era chico, corría por esas calles disfrazado de Batman con una careta de papel y una bolsa como capa. También jugaba a ser El Zorro: se pintaba el bigote con corcho quemado, usaba un palo como espada y tenía un antifaz de tela negra. En esas calles, en febrero de 2010, nació Menganno. Un amigo le confeccionó el traje y la primera máscara, que fue de tela. Tuvo otras dos hasta llegar a la de látex. Un fan suyo que vive en los Estados Unidos le mandará un casco especial.

–Me visto con este traje porque quiero dar un mensaje. Menganno es un símbolo de la justicia, la solidaridad y la bondad. Podemos vivir en un mundo más feliz, sin egoísmo ni maldad. Hay que ayudar al prójimo. Mi obra, por más que muchos me tomen el pelo, llegó al exterior. Me llaman de muchos países y Coca-Cola me eligió para estar en el libro de las 125 razones para creer en un mundo mejor.

En el corto tiempo que lleva como superhéroe, Menganno dice que evitó varios delitos. Una tarde, corrió al arrebatador de una cartera y se le tiró encima. El ladrón se reía, pensaba que era un chiste. Otra vez, un caco que le había sacado el celular a una chica lo vio y se rindió cuando Menganno abrió sus brazos para atraparlo. Sin embargo, su primera experiencia contra el mal fue un fiasco. Ese día, una señora gritó:

–¡Me afanaron el bolso!

De repente, apareció Menganno con su moto.

–¿Usted es policía?

–No, señora.

–¿Y qué carajo es entonces?

–Superhéroe.

–¿Y dónde estaba cuando me robaron?

El ladrón se esfumó. Al final, la mujer le pidió a Menganno que cuidara a su hija cuando llegaba por las noches de la facultad. Con el tiempo, ayudó a otros vecinos: los acompañaba mientras guardaban sus autos para evitar asaltos al voleo, acompañó a niños a la parada del colectivo, patrulló las calles más oscuras y cada vez que hubo un robo llamó al 911.

También da consejos útiles por Facebook. A sus vecinos les propone que vuelvan a tomar mate en la vereda, que los niños jueguen a la pelota sin temor a ser asaltados. Cuando ve un auto mal estacionado, le pone un sticker con su sello. Otros de sus consejos son: “No compre repuestos de automotor ilegales, pueden estar manchados con sangre”; “es preferible darle una moneda a un ciego que no lo es… que no darle una moneda a un ciego que sí lo es”.

Del alter ego de Menganno, el hombre que convive con su esposa Silvia y sus dos hijos de 18 y 12 años, se sabe poco. Tiene 41 años y su incansable trabajo le trajo problemas con su esposa. Ella no sabía si dormía con su marido o con un superhéroe. El personaje se lo había tragado. Además se ponía celosa porque las mujeres le pedían autógrafos y lo invitaban a salir. En fin, querían saber si el superhéroe tenía otras dotes ocultas. Estuvieron separados un tiempo, hasta que se reconciliaron mientras salían al aire en Perros de la calle, el programa radial de Andy Kusnetzoff. “Soy egoísta y me cuesta compartirte”, dijo ella entre lágrimas. Él respondió: “Te amo, pero entendé que no le puedo fallar al pueblo”. Esa noche tuvieron una cena romántica y todo volvió a ser como antes.

Menganno suele salir de su casa de civil. Nadie lo reconoce. Se viste de superhéroe en lo de un amigo. Sólo unos pocos saben su identidad: su esposa, sus hijos, sus amigos y sus padres.

En un principio, el superhéroe custodiaba las calles de Aldo Bonzi hasta que la Policía lo demoró una vez porque el jefe de calle pensó que se estaba burlando de él.

Al otro día, Menganno mudó sus obras de bien a Lanús. No fue fácil. Una noche, un joven lo increpó en la calle.

–Sos una mentira.

–Mirá, flaco. Hay dos posibilidades. Que sea un loco disfrazado capaz de cagarte a trompadas. La otra es que sea un superhéroe. ¿Vos qué creés que soy?

–¡Un superhéroe! Perdoná –dijo y se fue corriendo. Otras veces, Menganno la pasa mal. No soporta que la gente se burle de él. Es lo peor que le puede pasar. Siempre hay algún desubicado, dice, que le grita ridículo, payaso, monigote. Y él les hace un corte de manga, les contesta, aunque luego se arrepiente y pide disculpas.

–Soy muy calentón. Pero debo dar el ejemplo –reconoce. Por suerte, cuenta aliviado, no le pasó lo mismo que el hombre disfrazado de Batman que hace poco fue derribado a trompadas en Las Vegas por un tipo con pocas pulgas.

En su Facebook, el insólito héroe suele contar cómo fue su día. Por ejemplo, hace unos días escribió: “Hoy a las 20 horas había dos muchachones de 20 a 25 años en una motocicleta en marcha. Ambos con casco, luces apagadas, aguardando en la esquina de Beauchef y Tejedor, observando hacia todas direcciones y permaneciendo mucho tiempo. Me puse de la vereda de enfrente con la baliza encendida y al tocar la sirena de la mengannomoto se fueron. Según mi parecer, el objetivo podría haber sido la terminal de colectivos o quizás algún transeúnte”.

–Mengano, ¿usted puede volar?

–No.

–¿Tiene fuerza?

–Depende para qué.

–Por ejemplo, para levantar un auto.

–No, para tanto no.

–¿Salta de los edificios?

–De pibe me tiré del techo de mi casa con un paraguas. Me hice pelota.

–¿Tampoco puede tirar por los aires a un villano?

–Si no es muy grandote, quizás sí.

–¿Tira alguna sustancia o telaraña?

–Sólo gas pimienta. Cuando no queda otra.

–Si no vuela, no salta, no tira telarañas ni nada. ¿Cuáles son sus superpoderes?

–La solidaridad y vivir para hacer el bien.

–¿No tiene miedo de que un delincuente le dispare cuando lo vea vestido así?

–No. Si veo a un tipo armado, trataré de persuadirlo. Sé sacar armas, practiqué aikido y boxeo. Pero no uso armas.

–¿Tiene enemigos?

–Sí. Se llama Zultanno.

 

Es malo y le gusta serlo

Es obvio. Sin villanos no hay superhéroes. Desde que saltó a la fama, a Menganno le salió un enemigo. Zultanno Supervillano es un tipo gordo, que luce un traje negro, sombrero de paja y máscara y capa rojas. A este malvado no le importa nada: orina las plantas de sus vecinos, le pega a su perro guardián por no morder al cartero, deja miguelitos en la calle para pinchar gomas, lanza escupitajos desde el segundo piso sobre la cabeza de la gente, hace tropezar a los niños y cuando va al baño no tira desodorante de ambiente. Esa es su mejor arma: sus flatulencias mortales. Se define como maldito porque “el mal es más divertido”.

Menganno nunca se encontró con su rival. Su estrategia es ningunearlo, pero admite que Zultanno suele mandarle por mail mensajes cifrados o acertijos.

–El tipo me desafía. Hasta ahora sólo le pude adivinar un enigma. La frase era “lo meto duro, lo saco blando, coloradito y chorreando, ¿qué es?”. Le puse que era el pan en el vino tinto y acerté. Zultanno es un zarpado. Un grasa –lo descalifica.

Pero el superhéroe no parece angustiado. Sólo le preocupa su presión alta y su colesterol. Podría decirse que la sal y las achuras son su kryptonita. Debería seguir el ejemplo de Superman, un estricto vegetariano. No son sus únicos puntos débiles. Menganno, además, es claustrofóbico y le tiene terror a las arañas.

“Estoy cansado”, confiesa el superhéroe. Cuenta que hace un par de tardes sorprendió a un hombre orinando un árbol. “Lo saqué a patadas en el culo porque eso no se hace y además había chiquitos jugando a la pelota”, dice. Mientras cuenta la anécdota, los chicos que salen de la escuela siguen cargosos: piden más autógrafos. Uno de ellos, de unos quince años, le grita:

–¡Sos un gil!

Menganno lo fulmina con la mirada. Luego comenta:

–Me molesta que me carguen. Por suerte, la mayoría me quiere. Voy a abrir una escuela de superhéroes. Habrá una mengannocueva donde los niños podrán jurar después de pronunciar estas palabras: “Prometo ayudar a todos y a todas con el poder del corazón y la imaginación, ahora que soy chiquito y hasta el infinito”. No voy a cobrar nada, pero mi cuñado va a poner un kiosquito en el local porque está sin laburo.

Menganno lleva cuatro horas con la máscara puesta. Se la separa de la cara para ventilarse porque transpira y se le empañan los lentes: por unos segundos, queda al descubierto. En estas líneas podría describir cómo es su rostro, pero sería traicionar un código moral: la identidad de un superhéroe nunca debe revelarse. Sería mostrar los trucos del mago. Menganno agradece el gesto y con un abrazo sella una especie de pacto secreto. Sube a su moto y arranca a toda velocidad. La sirena se escucha a lo lejos. El superhéroe se pierde por las calles, sediento de justicia y dispuesto a luchar contra el mal. Habrá más historias y hazañas de este misterioso hombre. ¿Podrá cumplir su misión? ¿Habrá trampas en su camino? ¿Lo seguirán los buenos? ¿Los villanos lograrán vencerlo? No se pierda el próximo capítulo. A la misma hora. Y por el mismo canal.

Fuente: Revista El Guardián.


Compartir: