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La historia de El Pony, el acusado de asesinar a una mujer en El Palomar

Los acusados de matar a Miriam Coppolillo son cuatro jóvenes del barrio Carlos Gardel. El uso de las redes sociales, la presencia de la televisión y el robo de autos.

Dos de los acusados de la banda.

Dos de los acusados de la banda.

Los pibes del barrio le dicen El Pony, aunque se llama Leandro. El apellido, aunque ya trascendió, no se publica porque, al parecer, tiene 17 años. Ese pibito sería el asesino de Miriam Amelia Coppolillo, la mujer que salía de su casa en El Palomar, para festejar el cumpleaños de su marido, Claudio Eduardo Cruzans, el viernes de la semana pasada.

La pareja fue interceptada por cuatro asaltantes que se movilizaban en dos motos. La mujer recibió un disparo en el pecho y murió poco después, en el hospital. El hombre embistió a una de las motocicletas y uno de los ladrones resultó herido. Fue detenido horas más tarde por la policía.

El Pony, tiene un pasado en las inferiores del Club Almagro, pero abandonó el fútbol, que lo podría haber sacado de la pobreza y la marginalidad, en la que se crió en el barrio Carlos Gardel, de edificios de monoblocks, venidos abajo, una de las zonas más pesadas del conurbano, en el partido de Morón.

El Pony, dicen en el barrio, integra una banda que es capitaneada, por otro, conocido como Gonzalo, y que en las fotos se lo ve en silla de ruedas. Otro de los miembros del grupo, conocido como Joel, también está acusado de haber participado en el frustrado robo del Citröen C4 del matrimonio de El Palomar, que nunca llegó a festejar el cumpleaños.

Gonzalo sale en las fotos con El Pony en silla de ruedas porque habría tenido un enfrentamiento a tiros con la policía, meses atrás. Tiene un régimen de prisión domiciliaria. En marzo hubo un allanamiento en su casa, donde se secuestraron armas y explosivos.

Joel, resultó herido en el frustrado robo de El Palomar, cuando Cruzans embistió a una de las motocicletas. Cuando fue detenido se le habría secuestrado una pistola Bersa.

El Pony, también habría sido detenido con una pistola de la misma marca, calibre 9 milímetros. La policía busca a otros dos integrantes de la banda que también participaron del asalto, que terminó con la muerte de Copolillo, una mujer de 60 años, que conoció a su marido en la facultad para vivir junto a él, hasta su muerte.

Conocedores de la trama de la banda dicen que la banda se dedica al robo de autos y que son fanáticos de las motos. Se cuenta que venden los coches para vender los estereos, las ruedas de auxilio, y los repuestos después de que son prolijamente cortados en talleres clandestinos de la zona, donde la tarea no lleva más que un par de horas.

Como ocurre con tantos habitantes del mundo del hampa, los pibes son devotos de El Gauchito Gil. Y se cuenta que después de cada robo que les sale bien, dejan las llaves del coche en alguno de los monolitos del venerado santo popular que hay por las calles del barrio Carlos Gardel.

El Pony, dicen, fue el autor del disparo que mató a Copolillo. Pero, dicen también, esa no sería su primera muerte. En año pasado, en diciembre, habría sido acusado por otro homicidio y en abril habría sido detenido, pero dejado en libertad por un juez de menores.

Según el diario Clarín, la banda es conocida como La del Monoblock 17, para diferenciarse de otro grupo del barrio, que para en el Monoblock 15. Los vecinos dicen que no quieren ni a unos ni a otros, porque es habitual que también roben en comercios de la zona, algo que cualquier ladrón con códigos sabe que no se hace.

Cuando están dulces, con plata en los bolsillos, los pibes van los viernes a Pinar de Rocha, la legendaria disco de Ramos Mejía, famosa por sus viernes ardientes. Y como a todos los pibes les encanta publicar su fotos en las redes sociales o salir en la tele cuando una cámara aparece por el barrio.

Y así lo hicieron días atrás, cuando el cronista Martín Ciccioli anduvo por la zona, para mostrar la pobreza y la inseguridad en el conurbano. “El más grande acá tiene 19. ¿Y para qué queremos robar un kioskito? Olvidate”, dice uno de los pibes con la campera subida hasta la nariz. “No todos tenemos salidas laborales”, le dice otro de los pibes, con la cara descubierta. “No tenemos esa suerte”.