Todos los años envío en los primeros días del mes de diciembre un mensaje. Siempre agradezco, pido, estimulo y recuerdo. Intento incluir un alivio para el que sé que ha sufrido, intento que nunca falte alguna frase dirigida a los más jóvenes, aquellos que cometen el desatino de seguirme en mis actividades laborales o académicas, que notan algún desgano o pérdida de fuerza a lo largo del año, busco eplicarles que existió ésta o aquella razón y que eso no volverá a suceder en el año que inicia.
Todos los años busco que recordemos lo esencial, que no nos olvidemos que somos nosotros, somos cada uno, pero también el otro, el de enfrente, todos, vos y yo.
Me detengo en explicar que no hay mejor modo de ganar el pan que por los caminos iluminados, quizá porque eso te permite ver que hay otros que pelearon con buenas armas igual que uno, pero no lograron el pan y quizá vos puedas ayudar. El camino de las sombras no te permite ver bien de donde viene el pan y a quien le falta.
En diciembre es un clásico que el lagrimal tenga más trabajo recordando a los que ya no están: los que faltan son siempre importantes, son lo que han dicho algo que ya no pueden decirte y que ahora necesitas recordar con precisión.
En el mensaje de fin de año siempre busco identificar a aquel del cual me separé y prefiero pensar que quizá no le fue bien, eso me obliga a buscarlo, a tender la mano de nuevo y quizá ver con alegría que yo no era imprescindible.
Todos los años, en esos mensajes, intento recuperar la capacidad de ver los rostros, sus ropas, sus bolsos, sus zapatos, sus arrugas. A veces sentimos que tenemos que viajar a una velocidad en la cual no se ve nada. Vemos la vida sólo si vamos despacio. Pero siempre nos pasa que valoramos la vida cuando nos queda poco. El viejo no camina lento, camina para ver.
Este año no pude. No pude escribir “una tarjeta de fin de año” ¿Que debería decir frente al hambre de mis semejantes? ¿Que debería decir frente a la destrucción del Estado de derecho de estos últimos años?, ¿Frente a los presos ilegítimos?, ¿Qué debería decir frente a la vergüenza de que esos presos han sido víctimas de escuchas ilegales?, ¿Qué debería decir luego de haber litigado a favor del Estado de Derecho durante estos últimos 4 años, para sentir día tras día que no hay ninguna garantía constitucional realmente vigente?, ¿Qué debería decir frente a un descomunal endeudamiento que nadie sabe como pagaremos en realidad?, ¿Qué debería decir frente a periodistas que han ingresado vorazmente a las zonas más oscuras del hombre para sentirse protagonistas del desastre nacional?, ¿Qué debería decir frente a los que “eran buenos” y se callaron?”, ¿O frente a los que eligieron a las dos o tres personas a las cuales les iría a convenir resguardarles sus derechos y garantías, para sentirse con patente de corso para descuartizar la vida y el destino, la dignidad personal y familiar, de otros cuya estigmatización era reclamada desde los más asquerosos sectores del poder?, ¿Qué debería sentir cuando varios de los que claudicaron hoy buscan las primeras butacas para recibir la medalla al oportunismo?
Mi tarjeta hoy diría, emulando a Winston Churchill, ahora sí que solo queda: “Sangre, sudor y lagrimas”, pero somos Argentina y en la Argentina no nos abandonamos.