Por Javier Sinay.
El domingo 23 de octubre de 1994, Marcelo Diez –un contador de 30 años que se dirigía en su moto hacia un asado, en una chacra familiar- fue víctima de un accidente de tránsito. Diez no murió, pero quedó internado en un centro médico donde el 8 de diciembre del mismo año sufrió una infección intrahospitalaria que lo postró de forma definitiva, con un estado de inconsciencia que continúa hasta el día de hoy. Sus padres, Andrés y Trude, acondicionaron la chacra familiar para recibir a su hijo internado durante años. Pero luego de algo más de una década, ambos estaban muertos. Quedaron al cuidado de Diez sus dos hermanas: Andrea y Adriana, que se resignaron, después de una extensa ronda consultas médicas, a que Marcelo no tendría ninguna posibilidad de recuperación. “Lo que era Marcelo ya no está ahí, déjenlo morir de una vez”, dijeron, y pidieron la desconexión de la aparatología médica que lo sigue manteniendo vivo.
Ahora, luego de que el Tribunal Superior de Justicia de Neuquén admitiera los recursos extraordinarios federales interpuestos por el curador de Marcelo Diez –Jorge Andión- y por el defensor del tribunal –Ricardo Cancela-, el caso será definido por la Corte Suprema de la Nación.
Las hermanas Diez piden que se respete el texto de la Ley 26.742 –“Muerte Digna. Derechos del paciente en su relación con los profesionales e instituciones de la salud”-, aprobada el 9 de mayo de 2012, a partir del caso de Selva Herbón, una madre que pidió que desconectaran a su beba de dos años, nacida muerta por mala praxis médica durante el parto y reanimada luego hacia el estado vegetativo permanente. La ley en la que las hermanas Diez se amparan dice que el paciente que presente una enfermedad irreversible, incurable o que se encuentre en estadio terminal o haya sufrido lesiones que lo coloquen en esa situación, “tiene el derecho a manifestar su voluntad en cuanto al rechazo de procedimientos quirúrgicos, de reanimación artificial o al retiro de medidas de soporte vital cuando sean extraordinarias o desproporcionadas en relación con la perspectiva de mejoría, o produzcan un sufrimiento desmesurado. También podrá rechazar procedimientos de hidratación o alimentación cuando los mismos produzcan como único efecto la prolongación en el tiempo de ese estadio terminal irreversible o incurable”.
El Tribunal Superior neuquino había autorizado los reclamos de la familia en abril, pero la Sala Civil recibió dos planteos en contra: uno del curador Andión y otro del defensor Cancela. Por su parte, el abogado de las hermanas Diez, Lucas Pica, dijo que los funcionarios judiciales “obtuvieron ahora lo que querían: prolongar aún más la agonía de Marcelo. Esto le suma un peldaño más al largo derrotero judicial que tienen que atravesar Marcelo y su familia”. Sin embargo, el abogado consideró que la sentencia de la Corte va a permitir “federalizar los derechos que vino a brindar la Ley de Muerte Digna”.
En la Argentina la eutanasia suele ser pedida por el propio paciente (habitualmente, un enfermo terminal que transita el período final de su padecimiento) o por los parientes de un paciente que ya no puede manifestar su voluntad. En el primer caso, los fallos suelen ser favorables al paciente. En el segundo, no siempre lo son: en la jurisprudencia tradicional se intenta reconstruir la voluntad del paciente en relación a las preferencias que haya manifestado en el pasado respecto de este tipo de tratamientos y no siempre hay indicios suficientes sobre el tema. En Estados Unidos, los casos de Karen Ann Quinlan y de Terri Schiavo han alimentado el debate: la primera sobrevivió internada diez años; el segundo, quince.
En cuanto a Marcelo Diez, un periodista que se confiesa su amigo, Mario Cippitelli, publicó en la edición del 19 de mayo de 2013 del diario La Mañana un texto preciso y conmovedor en el que cuenta que el ex contador pasa los días en una habitación pequeña, rodeado de aparatos de kinesiología, de un rosario, de una imagen de Cristo y de un radiograbador en el que suena su música preferida, de los años ochenta. Marcelo Diez yace en una cama con barrales. A veces, con los ojos abiertos. “Cualquiera que no lo conociera pensaría que se trata de un hombre que está descansando”, escribió Cippitelli. “Pero Marcelo no reacciona. Si lo hace es por algún estado de mínima conciencia frente a algunos estímulos. Son movimientos que sorprenden y hasta abren esperanzas en quienes lo ven por primera vez, como yo, aunque las enfermeras estás convencidas que Marcelo escucha y siente. Durante mi visita, Marcelo se dio vuelta dos veces en la cama. Se rascó la nariz, estiró las piernas y los brazos y se frotó los ojos con ambas manos, con el típico gesto que tienen los chicos cuando recién se despiertan. También en una oportunidad me enfocó con sus ojos azules, grandes y profundos cuando decidí hablarle, tomarle la mano y acariciarlo. Fue un contacto visual breve, pero tan intenso que por un instante me pareció que me miraba y entendía lo que yo le decía. Segundos después, Marcelo volvió a recostarse y a cerrar los ojos, más relajado”.