Apenas se invocó su nombre estallaron los silbidos y abucheos. Las tres docenas de asistentes al retiro espiritual de Chapadmalal acababan de cenar y promediaba la ronda de chistes que ameniza sus sobremesas. Esta vez, según tres de los asistentes, Mauricio Macri contó el suyo con gracia y arrancó un par de carcajadas sinceras. Pero quien aludió al Papa Francisco no fue él sino el ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, un tapado aunque talentoso humorista amateur del gabinete.
«Resulta que el Papa Franciso decide finalmente venir a la Argentina», arrancó Barañao, y ahí nomás empezaron los pitidos reprobatorios del gabinete. «Cuando llega a Ezeiza, lo espera el chofer de su época de Arzobispo y él le ruega que lo deje manejar su auto de siempre. Lo convence, salen a la Ricchieri y el Papa pisa el acelerador a fondo. Iban a más de 180 kilómetros por hora con el chofer acurrucado en el asiento de atrás cuando empieza a sonar una sirena y los para un control policial. Francisco baja la ventanilla y el policía, después de reconocerlo, retrocede hasta el patrullero para agarrar su radio. Pide hablar con el comisario y le dice: -Jefe, acá tengo a uno que venía como loco por la Ricchieri, pero no creo que lo pueda detener porque es un tipo muy importante.
-¿Quién es, el intendente?-, le pregunta el comisario.
-No, más importante.
-¿La ministra de Seguridad?.
-Más.
-Pero la pucha ¿quién es? ¿El Presidente?-, se sobresalta el comisario.
-Mire, jefe, creo que es Dios.
-¿Cómo que Dios? ¿Está loco?-, inquiere el comisario.
-Mire, la verdad que solo vi la sombra ¡pero el chofer es el Papa!.»
La decisión de Macri de habilitar el debate parlamentario sobre la despenalización del aborto, que reclaman sin éxito las organizaciones feministas desde hace más de dos décadas y que ganó un impulso inédito por las movilizaciones del movimiento #NiUnaMenos, no puede escindirse de esa guerra sin cuartel que libra la cúpula de Cambiemos con el sumo pontífice. Los estrategas de la Casa Rosada no lo sometieron a discusión en el retiro de Chapadmalal pero la mesa chica del Presidente tenía lista la movida desde antes del acto del sindicalismo opositor del miércoles 21. La 9 de Julio repleta los decidió a ponerla en marcha a la mañana siguiente.
El Presidente y su equipo arrastran esa tirria con Francisco desde la semana previa al balotaje de noviembre de 2015. Al borde de la veda, aquella vez, el Papa lanzó un parabólico «voten a conciencia, ustedes ya saben lo que pienso», que el peronismo salió rápidamente a subtitular como un guiño a la candidatura de Daniel Scioli. El publicista Jaime Durán Barba, que también lo interpretó así, se apuró a responderle: «Nadie vota pensando en lo que piensa el Papa. El Papa no mueve más de diez votos en un país». Y profetizó que, si ganaba, Macri revisaría la prohibición que Cristina Kirchner no quiso que debatiera el Congreso.
Confesionarios
A diferencia de los proyectos para restringir el acceso a la educación y a la salud pública por parte de los inmigrantes, que naufragaron rápidamente en medio de internas en el propio bloque cambiemita por falta de raigambre social, la despenalización del aborto es un debate que cruza transversalmente a la sociedad y que, en caso de avanzar, marcaría el legado de Cambiemos para la historia como lo hicieron la Ley de Divorcio con el alfonsinismo y la de Matrimonio Igualitario con el kirchnerismo. La militancia feminista viene denunciando el sesgo machista de un gabinete compuesto por menos de un 10% de mujeres (frente al 50% que designaron «liberales modernos» como Justin Trudeau o Emmanuel Macron) y el vaciamiento de los planes de salud sexual y reproductiva, pero no por ello dejó de rescatar el gesto presidencial. Macri incluso mencionó la palabra prohibida al abrir ayer las sesiones ordinarias del Congreso. Una audacia para la historia argentina, incluso aunque en el mismo discurso se haya manifestado «a favor de la vida» con la misma fórmula que utilizan los prohibicionistas.
La carambola política que intentan desde el primer piso de la Rosada, sin embargo, apunta a dos troneras. Por un lado, salir de la agenda del bolsillo que ya le costó diez puntos de imagen positiva al Presidente después del recorte a los jubilados, el rebrote inflacionario por la devaluación y el impacto pleno de los tarifazos postergados durante la campaña. Por otro, mantener dividida a una oposición que empezó a reagruparse cabalgando sobre ese malestar social. La marcha del 21 y los cánticos contra el Presidente en un territorio que siempre consideró propio, como los estadios, son apenas síntomas de ese desasosiego.
Un largo debate parlamentario sobre el aborto coronaría ambos objetivos. Lo admiten cerca de Cristina Kirchner, quien antes del 21F y de su faltazo de ayer a la Asamblea Legislativa ya había avisado que no tendría problema en reunirse con su otrora archienemigo Hugo Moyano, con quien busca reconciliarla el canillita Omar Plaini, bisagra entre ambos mundos. «El Gobierno nos junta a todos con su política económica, pero nos divide con estos temas», reconoció ante BAE Negocios uno de sus interlocutores diarios. Y vaya si los divide. El exjefe de Gabinete, Aníbal Fernández, dijo ayer mismo a este diario que apoya la despenalización: «Después de mucho pensar, decidí acompañarlo. Son muchas las mujeres que se mueren por abortos clandestinos. No voy a mirar para el costado. Siendo senador, le ofrecí a Cristina junto con (Miguel Angel) Pichetto presentar el proyecto por aborto no punible y ella no quiso», reveló.
La inquina del macrismo hacia Jorge Bergoglio, que se vio nítida en los abucheos de Chapadmalal, se exacerbó a fines del año pasado, cuando naufragó la reforma laboral que proponía Jorge Triaca. El Papa dejó plantada el 25 de noviembre «por falta de tiempo» a una delegación de 30 sindicalistas que había volado a verlo luego de que el ala dialoguista pactara con Triaca su aval en una reunión en La Rural. Apenas dos semanas antes había recibido a Pablo Moyano, quien le prometió «luchar contra la reforma». Ese día sí tenía tiempo: bendijo un camioncito de juguete y autografió una camiseta del Club Atlético Social y Deportivo Camioneros.
El enojo viró a la furia cuando en Olivos vieron, la noche del 21, la foto de Hugo y Pablo Moyano llegando al acto en una combi con Gustavo Vera, uno de los tres embajadores informales de Bergoglio en el país. Otro de ellos, Juan Grabois, encabezaba la columna que más gente aportó al acto: la de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP). El tercero, Eduardo Valdés, prestó el sábado su mítico café «Las Palabras» para un festejo a puertas cerradas del cumpleaños de Cristina, al que asistió tambén el expresidente paraguayo Fernando Lugo. Cartón lleno.
Empresarios por nacer
El Gobierno debería tomar nota de la experiencia de Aníbal Fernández: la Iglesia, en Argentina, puede no servir como plataforma para ganar elecciones pero sí se ha mostrado eficaz a la hora de trabajar para que alguien las pierda. Pero al margen de las especulaciones que pueda haber detrás, el debate por el aborto se instaló a tal nivel que hasta caló entre los empresarios más poderosos del país. Tradicionalmente conservadores en lo político y social, algunos hombres de negocios respondieron a este diario que están de acuerdo con su despenalización. «Creo que hay que tomar en serio el tema del aborto para evitar las muertes maternas. Hay una frase de los movimientos feministas (intenta recordarla, pide ayuda) que dice ‘educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir’. Eso me representa bastante bien», dijo Gustavo Grobocopatel, presidente de Los Grobo y socio de AEA.
El titular de la Unión Industrial Argentina (UIA) y director de Aceitera General Deheza (AGD), Miguel Acevedo, también sorprendió con su posición. «Personalmente estoy a favor de despenalizar. No como un método anticonceptivo sino para evitar que se produzcan muertes y complicaciones maternas. Se puede hacer prevención y un montón de cosas para evitar que haya abortos. Llegar a eso es una desgracia, como un divorcio, salvando las distancias, pero tenemos que ser maduros para hablarlo. Es un tema que se tiene que solucionar», opinó.
Como en la oposición, la iniciativa divide aguas en el establishment. El presidente del Banco de Valores y jefe de una de las mayores sociedades de bolsa de la City, Juan Nápoli, dijo no tener posición tomada pero que le parece «muy bien que se debata». El industrial textil José Ignacio de Mendiguren, uno de los más críticos de la política económica oficial, anticipó que votará en contra (es también diputado por el Frente Renovador). También se opone el papelero José Urtubey, hermano del gobernador salteño que dispuso que se enseñe catequesis en las escuelas públicas de su provincia.
Otros empresarios que prefirieron no hacer pública su posición también apoyan la despenalización, aunque con argumentos bien distintos a los feministas. En algunos de ellos caló más hondo que su formación religiosa la advertencia que lanzó hace poco en el Rotary Club de San Isidro el cirujano Juan Carlos Parodi, quien casualmente operó de una gangrena de vesícula a un joven Bergoglio en 1980. Ante ese público VIP, aunque sin abogar abiertamente por el aborto, Parodi estimó que «en tres generaciones, las familias pobres generan 80 nuevos habitantes y las no-pobres solo 16». Dado que a su juicio «la sustancia gris y la superficie cerebral es menor» en los hijos de las familias de bajos ingresos, el médico concluyó que con la actual dinámica demográfica «nos estamos llenando de habitantes con escasa capacidad mental, con pobre educación y tendencia al delito», por lo cual «en pocos años volverá el populismo, los cubanos volverán a dar las órdenes como hicieron con los montoneros y seremos otra Venezuela».
Quizá Macri haya especulado con quebrar al peronismo o con mantener al Papa lejos de la política criolla. Quizá lo hayan conmovido las 245 muertes maternas de 2016 o lo hayan asustado «cálculos» como los de Parodi. Quizá también esté vengando a excondiscípulos suyos como Rufino Varela, abusado sexualmente en los años 70 en el colegio Cardenal Newman. O a los adolescentes que denunciaron lo mismo hasta noviembre último, cuando al fin el instituto echó al padre Luis Lenzi pese a los ingentes esfuerzos del rector Alberto Olivero por acallar el asunto. Como sea, se trata de una jugada audaz. Y abre un debate público de los que enriquecen las democracias.
Fuente:BAE