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Fugas tarifadas, la sospecha que planea sobre el Servicio Penitenciario

Por Rodolfo Palacios.

Cámaras de seguridad. Guardias que vigilan las 24 horas. Al menos cuatro rejas que hay que atravesar hasta la salida. Guardias y más guardias. Más guardias. Sistemas digitales que detectan huellas dactilares y las fotos de los internos. Más rejas y más cámaras. Así las cosas, con todo ese dispositivo humano y tecnológico, debería ser imposible escapar de una cárcel a menos que se cuente con la ayuda de un prefecto.

En cinco días se escaparon ochos presos: seis estaban detenidos en el penal de Marcos Paz, que depende del Servicio Penitenciario Federal, y los otros dos en la Unidad  Penal 18 de Gorina, cerca de La Plata, bajo el control del Servicio Penitenciario Bonaerense. Y en los últimos seis meses fueron 15 las fugas. Todos los casos llegaron a la Justicia: se sospecha que los presos ganaron la calle gracias a la complicidad penitenciaria.

¿Es posible que un detenido pueda fugarse sin ayuda de una cárcel bonaerense o federal? ¿Fallan los controles? ¿Los guardias son negligentes o corruptos? En el caso de la espectacular fuga de los seis presos del camión que iba hacia Ezeiza por la Autopista Richieri (cuyos detalles aparecen en un artículo publicado por Crimen y Razón), quedaron bajo investigación seis guardiacárceles. De mínima, se cree que actuaron con desidia. De máxima, la sospecha es otra: creen que facilitaron las fugas a cambio de dinero, una práctica frecuente e histórica en las cárceles argentinas.

“No puedo hablar de estos casos porque no leí las causas, pero en general puedo decir que históricamente las fugas se concretan con un grado de complicidad penitenciaria. Las cárceles tienen muchísimas puertas que se cierran con candados, y cada una de esas puertas está custodiada por un guardia. ¿Se puede vulnerar esas trabas sin ser advertido? Creo que no es posible. Siempre existió el beneficio ilegal en este sentido. Distinto es si se hubiesen escapado de una comisaría con mala estructura edilicia”, opinó a CyR Alejandro Mosquera, secretario ejecutivo de la Comisión Provincial por la Memoria.

Los expertos dicen que es imposible escapar sin complicidad.

Los expertos dicen que es imposible escapar sin complicidad.

“En la cárcel te cobran hasta por el agua”, exagera un ex ladrón de blindados. Y cuenta: “Para tener sexo fuera de la visita íntima, tenés que garpar 50 mangos, para falopa arreglás por menos. La protección cuesta mucho más. Tipos han llegado a pagar dos lucas por mes a cambio de seguridad y una celda digna”. El capellán de la cárcel de Sierra Chica, Pedro Oliver, había denunciado que la capilla del penal era usada como “telo” para los presos que coimeaban a los guardias. Muchas veces, el pago lo hace el abogado del preso o algún familiar.

“Una fuga puede costar hasta diez mil pesos o más”, dice un abogado penalista que pide reserva de identidad. “Para proteger a un defendido hay que ponerse con el jefe de guardias y con el capo del pabellón”, revela.

Un guardia que lleva 25 años en el Servicio Penitenciario Bonaerense, y fue uno de los rehenes del famoso motín de Sierra Chica, ocurrido en la Semana Santa de 1996, dice que muchos guardias caen en la corrupción por sus bajos sueldos. “Muchos que recién entran ganan cuatro lucas. Yo a veces tengo que laburar doce horas por día y hacer extras para llegar a diez lucas, y eso que hace un montón que laburo de esto”, dice.

El viernes 12, un preso se escapó por la tarde mientras un grupo de reclusos hacía una huelga de hambre en otro de los pabellones del penal de máxima seguridad de Marcos Paz, en el módulo 1. Los guardias se reunieron para ver cómo tratar la situación y se supone que descuidaron la vigilancia. Al preso le quedaban cumplir diez años por homicidio: fue identificado como Martín Araya. Oficialmente se informó que salió por una puerta hacia un patio común, que está separado del resto del predio carcelario apenas por un alambrado. Lo único que tuvo que hacer Araya para huir fue cortar el alambrado, ni siquiera saltarlo.

Un ex convicto que tiene un hermano detenido en esa unidad, agregó datos sorpresivos: “Este chabón venía armando la fuga desde hace tiempo. Se había hecho una especie de traje con sábanas y frazadas para camuflarse y escapar por el patio. En el recuento lo reemplazó otro preso. Se fue por el patio, estuvo tres horas para recorrer 200 metros, se fue casi gateando. Había pedido a un familiar que se figara con un mapa satelital todas las salidas”, dijo a CyR el ladrón retirado. Además negó que Araya haya pagado a los guardias para lograr su cometido.

“De una cárcel te escapás garpando o apretando”, afirma a CyR Hugo Sosa Aguirre, alias La Garza Sosa, mítico líder de la superbanda que en los años ochenta y noventa robaba camiones blindados y bancos. Es considerado el “rey de las fugas”: se escapó cinco veces de distintos penales. La más célebre fue el 16 de septiembre de 1994, cuando La Garza y otros compañeros, entre ellos el Gordo Luis Valor, Emilio Nielsen, Carlos Paulillo y Julio Pacheco, escaparon de Devoto después de anudar sábanas y saltar de un paredón. “Ojo que yo nunca pagué para escaparme de la tumba. Siempre fue ingenio y habilidad para rajar. Mientras otros estudiaban Derecho o leían, yo pensaba la manera de rajarme. Hasta nos hemos escapado por un túnel. Además de eso hay que tener huevos para apretar a los ratis por si surge algún problema”, contó la Garza, ya retirado del delito.

Las fugas tarifadas forman parte de la historia policial argentina. El mítico Gustavo Germán González, GGG, jede de policiales del diario Crítica, escribió: “Había, en 1929, una tarifa por las libertades obtenidas por los influyentes. Los carteristas debían pagar 200 pesos por su libertad; los tratantes de blancas, 500 y los pequeros hasta 1000, pero éstos sólo caían por rara casualidad, pues estaban bien organizados y protegidos por los jefes”.

Según un informe de la Comisión Provincial de la Memoria, la corrupción penitenciaria es amplia. Va desde contrataciones fuera de la ley, sobreprecios, pagos desmedidos en compras y hasta adjudicaciones arbitrarias. “En la cárcel –dice el informe–, los agentes roban las pertenencias de los detenidos (electrodomésticos, ropa, zapatillas y comida) personalmente o a través de grupos de detenidos que roban el Servicio. Para eso se liberan determinados sectores de la cárcel. También se roba en las requisas a los detenidos y al momento de ingresar los familiares alimentos o medicamentos. La distribución de drogas en las unidades es cometida o controlada por los agentes penitenciarios y existen numerosas denuncias de detenidos a quienes permiten salir a robar a la calle”.


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