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Exclusivo, habla Zaffaroni: “Me queda un año en la Corte, espero que pase rápido”

Por Rodolfo Palacios.

Eugenio Raúl Zaffaroni es el ministro del a Corte Suprema de Justicia de la Nación más polémico. Al menos desde sus declaraciones periodísticas. Considera que los medios masivos distorsionan la realidad, que generan paranoia con la inseguridad, que juzgan en lugar de difundir o explicar, y a veces muestran las muertes como si fueran shows. En esta entrevista exclusiva con CyR, anuncia que en un año dejará el Tribunal Supremo y volverá al ámbito académico y a la escritura de libros, que le han dado el prestigio que supo ganarse a nivel internacional.

-El escritor Ricardo Piglia dice que una de las desgracias de la Argentina es que la función de los intelectuales la están cumpliendo los periodistas: con un lenguaje idiota, estereotipado, con un estilo pésimo.¿Está de acuerdo con eso?

Zaffaroni dice que quiere volver a la docencia y a los libros.

Zaffaroni dice que quiere volver a la docencia y a los libros.

-No estoy de acuerdo. No sé bien qué son los intelectuales. Más bien me parece que hay gente que habla en dialectos incomprensibles y de ese modo le dejan el espacio a los que dicen estupideces. Creo que el que maneja un tema, una materia, puede hablar claro, como si le explicase a la tía abuela. Si no lo logra, es porque no conoce bien su materia. Por supuesto que si tiene que hacerlo en su círculo de iniciados, es imprescindible el dialecto local, pero cuando sale a la calle debe saber que se encuentra con gente que tiene otros conocimientos. Si el que sabe no sabe cómo hablar con el tipo que se sienta a su lado en el subte, es natural que lo haga el que no sabe y diga cualquier cosa. Si hay una revolución comunicacional, no se trata de usar argumentos de autoridad, sino de comunicar. En todos los tiempos ha habido gente que dice tonterías, eso no es nuevo sino tan viejo como el mundo. Lo importante es que haya otros que digan cosas inteligentes, pero comprensibles.

-¿Qué un robo común ocurrido en Buenos Aires se repita diez veces en los canales de aire y de noticias lleva a que en ciudades del país crean que la inseguridad está en todos lados? ¿Atribuye a los medios que se cree esa paranoia?

-No es paranoia en sentido estricto. Los medios masivos construyen la realidad (Berger y Luckman ¿no?), y si la realidad que vivencia la gente es temible, es natural que tengan miedo. Los que nos acercamos más al problema y lo vemos en detalle, tenemos más miedo aún, porque nos damos cuenta de que el miedo se orienta hacia una sola amenaza, que las cosas no son como se construyen, que los muertos no interesan en la medida en que no «son noticia», y el miedo mayor proviene de que hay otras amenazas que en la realidad construida desaparecen: desaparecen los muertos de tránsito, desaparecen los muertos en las villas, desaparecen los suicidios, desaparecen los derrumbes, los desastres ecológicos, y, sobre todo, los muertos por los estados, o sea, desaparece la inmensa mayoría de los muertos. Esto es auténticamente temible. ¡La muerte no es un show! Claro que veo el entusiasmo con que se anuncia el homicidio que puede derivar en “show». ¡Quién no se da cuenta que el que anuncia mostrando glúteos de pronto ahueca la voz, pone cara de cementerio, y se solaza con los datos del homicidio morboso!  Cada muerto se muere para toda la vida ¿o no? Pero la gran mayoría no son «televisivos», no forman parte de la realidad vivida, vivenciada, construida. Igual son muertos, igual hay dolor de los deudos, etcétera, pero eso no forma parte de la construcción, no es funcional a lo que los medios buscan.

-¿Qué piensa sobre esa moda de debatir casos policiales en los programas de espectáculos de la tarde?

-En realidad, se trata de un sustituto de las novelas policiales. El interés por el relato policial viene de muy lejos, antes se leía, ahora se ve por TV. Claro que si tiene como base un hecho real es mucho mejor, tiene más «gancho». ¿De dónde viene el «gancho»? Los psicoanalistas dicen que el interés por el relato policial viene de que cada uno se pregunta quién es el autor, porque no quiere ser él. Parece una exageración, pero algo hay de cierto: en el fondo es «quiero saber qué pasó, yo no sería capaz de esto, este tipo es diferente a mí». Por supuesto que si la cosa tiene un componente sexual es más morboso y a esto se agrega la fantasía (no siempre muy sana) del espectador y del comunicador que la explota.

-¿Sacaría alguno de los siete pecados o agregaría otros?

Zaffaroni

Zaffaroni dice que hay delitos que no pueden existir sin participación policial o encubrimiento.

-El acto que más usualmente no fue considerado pecado es el homicidio. No se considera pecado cuando se generaliza, se llama «guerra» y se legitima de muchas formas, invocando los valores más altos e incuestionables. También se llama «seguridad», «defensa social», «defensa de la familia», «de la nación», «de la civilización», «de la clase», «de la raza», de tantas cosas, y el nombre más común es «genocidio», claro.

-¿La corrupción policial y la trata son delitos imposibles de eliminar? De hecho coexisten desde hace más de un siglo.

-La trata y el robo de ganado son dos delitos muy diferentes, no tienen nada que ver, pero los une algo: ninguno de ambos podría cometerse sin la participación o el encubrimiento policial. No hay prostíbulo secreto, porque no tendría clientes. No cuesta mucho hacer inteligencia y ver si en cada lugar en que trabajan mujeres están presas o no. Si no se hace es porque algo lo impide.

-Usted dijo que por el camino que vamos terminaremos destruyendo el planeta. Más allá de la desidia de ciertos funcionarios, ¿cree que las tempestades e inundaciones no son más que representaciones de una naturaleza que se está vengando por tanto daño recibido?

-No, la naturaleza por suerte no se venga de nada. Somos nosotros, que formamos parte de ella y destruimos sus finísimas relaciones elaboradas a lo largo de millones de años, como elefantes en un bazar. Rompemos todos los equilibrios como borrachos cantando en el Colón. No es venganza, es reconstrucción de equilibrios, y si un día desequilibramos mucho, va a estornudar y nos va a sacar por la nariz. El estornudo es estornudo, no es venganza. Son hechos naturales, simplemente.

-En un pueblo asiático se condenaba a muerte y no había verdugos oficiales. Los pobladores se anotaban en listas para ajusticiar a los malhechores y hasta pagaban para hacerlo y hasta los pobres sacaban préstamos y se endeudaban de por vida para tener la posibilidad de matar para el Estado. Salvando las distancias culturales y filosóficas, ¿considera que cierta parte de la sociedad pretende ejercer una especie de linchamiento policial, mediático o público con los que cometen un delito?

-Si la mayoría de la sociedad tomara contacto con lo que pasa, son muy pocos los que se animarían a ser verdugos, y esos pocos no son muy normalitos. Una cosa es decirlo, descargar bronca, otra es hacerlo.

-¿Por qué en las cárceles hay mayoría de pobres y da la sensación que los delitos de guante blanco reciben poco castigo?

-Los pobres llenan las cárceles. Cuando uno lleva años leyendo expedientes, llega a la conclusión de que los presos no sólo son pobres, sino que son los más tontos de los pobres. A veces se tiene la impresión de que el viejo Freud tenía muchísima razón: buscan el castigo. De otra manera no se explica semejante grado de torpeza.

-¿Es peor fundar un banco que haberlo robado, como decía Bertolt Brecht?

-No sé si Brecht tenía razón, pero lo cierto es que hay quienes aprenden a fundarlo y quienes aprenden a robarlo, todo depende de qué entrenamiento haya recibido cada uno, como decía Sutherland, un criminólogo norteamericano hace casi setenta años. Por lo general el que aprende a robarlo lo hace muy mal.

-¿Cómo se imagina en el futuro? ¿Dando conferencias, viajando por el mundo, teniendo un ciclo en la tevé, descansando en su casa? ¿No cansa la presión de estar en el lugar que ocupa?

-Me queda un año en la Corte, espero que pase rápido. De momento el único proyecto que tengo es volver a la enseñanza, a la investigación, a intensificar la vida académica internacional, a escribir, en fin, a lo que hice siempre antes de volver a este trabajo anormal que por suerte tiene fecha de vencimiento.

 

 


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