Por Javier Sinay
“La primera edición de La Chicago argentina nos dejó ideas, preguntas, esbozos de polémicas y muchas ganas de que haya una segunda edición”, dice el escritor y periodista Osvaldo Aguirre, que se encargó de la organización del primer festival de literatura policial de la ciudad de Rosario. “Nos quedamos muy contentos porque no sabíamos qué iba a pasar, y la respuesta tanto de los invitados como del público fue de mucho interés y de participación activa”.
La Chicago argentina reunió en Rosario, entre el 2 y el 4 de octubre, a medio centenar de escritores, criminólogos, artistas y miembros de la Justicia para analizar desde la producción literaria el narcotráfico, la criminalidad y el lavado del dinero. “Lo mejor, me parece, fue lograr un espacio de encuentro de gente que habitualmente circula por lugares distintos, desvinculada o con poca comunicación entre sí, y que sin embargo tiene muchas preocupaciones y gustos en común: un evento de este tipo propone un espacio atípico para exponer o discutir cosas y justamente esa atipicidad distiende y propicia el diálogo”.
– ¿A qué se debe, en tu opinión, la proliferación de festivales de literatura policial en nuestro país, en estos últimos años?
-En la inauguración de La Chicago argentina, Juan Sasturain destacó que los festivales que surgieron en los últimos años se deben a la iniciativa de escritores. Esa podría ser una respuesta: las ganas de los escritores de generar este tipo de eventos, que básicamente sirven para movilizar la literatura policial y todo lo que hay alrededor.
– ¿Cuál es la marca de identidad rosarina de La Chicago argentina, que no tienen otros festivales del género?
-La Chicago argentina parte de la experiencia de los festivales del género que se vienen haciendo en Argentina. También tomamos como referencia el Crack Bang Boom, la convención internacional de historieta que se hace anualmente en Rosario. En ese marco intentamos definir un perfil propio y hacer una contribución al movimiento que se produce a través de los festivales. Pero una sola edición es insuficiente para constituir algo así; recién comenzamos, y haber comenzado ya es importante. En todo caso quisimos darle un lugar importante a la reflexión, salir de esa mecánica que por ahí tienen las ferias de libros, de shows y propaganda. Parafrasear a Rodolfo Walsh y pensar que el género policial puede ser un abanico o un arma, según, un arma para comprender mejor lo que nos rodea y para pensar preguntas nuevas. Poner entre interrogantes, al mismo tiempo, algunos lugares comunes, como que la novela policial es un documento social, un estereotipo donde ese carácter social aparece generalmente reducido a cuestiones anecdóticas, como si necesitáramos de la novela policial para enterarnos de que hay corrupción en el mundo y de que las instituciones funcionan mal. Lo rosarino, por otra parte, viene ya desde el título; fue también un festival muy rosarino, en el sentido de invitar y valorar a mucha gente que en Rosario está trabajando cuestiones relacionadas con el género negro y la criminalidad, desde la literatura, el periodismo, la historia, el ensayo y el derecho.
– ¿Cuál es la identidad del género policial argentino en esta segunda década del siglo XXI?
-Hasta no hace mucho los análisis sobre el género policial focalizaban en la cuestión del relato de enigma y la novela negra. Creo que esos términos quedaron un poco atrás si uno observa la narrativa actual, resultan algo anacrónicos para leer lo que se está escribiendo. Autores como Leo Oyola, Ricardo Romero o Martín Sancia, entre otros, están llevando al género para otros ámbitos, son policiales más impuros, más poéticos. Lo policial se ha diseminado en el conjunto de los textos, y tal vez eso tiene que ver con transformaciones o tendencias más generales de la literatura, donde precisamente las distinciones de géneros están en crisis.