| Tema del día

El increíble caso de la joven que se quiere casar con el asesino de su hermana

Por Javier Sinay.

Entre los vientos fríos de la Patagonia petrolera, el lamento de dos hermanas se escucha fuerte: la primera, Johana, trae el clamor de los muertos –su voz fantasmagórica agita afonías en un territorio desértico-; la segunda, Edith, lo hace a través de una carta, con el dolor de los vivos. Es junio de 2012 y la Cámara del Crimen de Caleta Olivia, compuesta por tres funcionarios de rostro lívido, juzga el crimen de la primera de las hermanas Casas, Johana, que vio el fierro de frente y cayó con dos balazos el día 16 de enero de 2010. Edith es su hermana gemela: rubia, esbelta, enigmática. Como Johana, Edith camina con el misterio de un yaguareté dorado en la selva, sólo que su jungla se llama Pico Truncado y es un pueblo deslucido, de tierra adentro.

Edith había presentado una carta a los jueces para acusar al homicida.

Es junio de 2012, entonces, y Edith Casas, la gemela que ha quedado en este mundo, presenta ante los jueces una carta en la que revela que el novio de su hermana, Víctor Cingolani –un obrero del petróleo que luce espinas de tinta en sus brazos y que está siendo juzgando por el crimen de Johana-, es un abusador compulsivo. El asunto comenzó tres años atrás, cuando las gemelas tenían 17 años: en una noche del mayo gélido, Edith salió a buscar a su novio –un repartidor de cerveza que vivía en Comodoro Rivadavia y que solía pasar tiempo en Pico Truncado- cuando fue interceptada por el tal Víctor Cingolani. El hombre de las espinas tatuadas la observaba desde su coche.

– ¿A dónde vas? –le preguntó.

– A buscar a Willy, mi novio…

– ¡Subite, nena, que te llevo!

Con la chica a su lado, Cingolani condujo en la espesura de la noche. Con los faros contra el camino de ripio, el pueblo desapareció pronto. Sólo había arbustos cuando el grandote frenó y la tomó del cuello con esa tenaza que tenía por mano. La miró muy de cerca, como miran los taxidermistas a sus bichos, y aspiró su aroma –olía a miedo. “Vos vas a hacer lo que yo te diga, porque si no la vas a pasar mal”, le advirtió. Después la obligó a desvestirse.

La sometió sobre el capot del auto. No hubo gritos; tan solo un silencio denso, entrecortado por el ritmo galopante de sus respiraciones.

Cuando la soltó, satisfecho, le indicó que desde entonces ella también sería su mujer. La muchacha se levantó con esfuerzo. “Ya tengo novio yo”, le dijo. Fue un susurro, apenas, pero Cingolani descargó su manota sobre ella hasta verla desparramada sobre los arbustos. Luego le explicó que a ese ya no lo iba a ver más.

Y así fue. En el infierno del invierno, el rufián logró imponer su voluntad sobre las dos hermanas. Mientras mostraba a Johana como su novia, mantenía a Edith dominada con el yugo de la amenaza y la maza –bien real- de un puño cerrado. Varias veces la llevó a la habitación que alquilaba en los márgenes del pueblo; varias veces la obligó; varias veces la noqueó. Edith sabía que no era la única: él había hecho suyas también a las dos hermanas Maldonado y a la Páez, una que de día vestía las insignias rústicas de la policía provincial. Edith, tan presa del degenerado como de sí misma, nunca imaginó que la muerte de su hermana Johana la haría por fin libre.

El crimen estuvo rodeado de misterio: dos balas, dos acusados. Uno de ellos fue Víctor Cingolani. El otro, Marcos Díaz, otro novio de la víctima, autor probado de los disparos. “Ahora yo sólo quiero escupirle la cara a Cingolani por lo que pasamos con mi hermanita. A las dos nos tenía a la fuerza, con amenazas, golpes y abusando de las dos cuando él quería”, escribe Edith en una carta a los jueces que lo juzgaron.

El hombre de las espinas de tinta es condenado: los jueces lo consideran partícipe necesario del crimen. Marcos Díaz, en cambio, permanecerá detenido a la espera de su juicio.

Pero cuando en Pico Truncado todos crean que la historia ya es un episodio viejo, Edith Casas se animará a ir tras lo inenarrable: a los 23 años, seis meses después del juicio, decidirá contraer matrimonio con ese hombre de brazos duros que una vez la dominó –que siempre la dominará. Aunque la madre de las gemelas asegure que su hija “está mal psicológicamente” y la familia no le hable, la unión seguirá adelante y la ceremonia se celebrará en la Alcaidía, donde él pasará sus días evocando las noches frías en las que ella –ellas- huele a miedo.

Fuente: Revista El Guardián.


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