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El comienzo de un nuevo realineamiento

Por Ernesto Calvo

La elección Presidencial del Martes 8 de noviembre en Estados Unidos fue una sorpresa, no hay dudas. Las encuestas, muy criticadas, por cierto, no estuvieron muy lejos. Hillary ganó el voto popular por medio punto, tan sólo dos por debajo de los pronósticos nacionales. Perdió, sin embargo, en todos los lugares clave que pavimentaban su camino a la presidencia. Las encuestas habían advertido sobre el giro de un voto blanco obrero, blue collar vote, que estaba abandonando el Partido Demócrata en favor del Republicano. Este voto pauperizado cambió trabajos industriales que pagaban 24 dólares la hora por trabajos poco calificados en el sector de servicios, que pagan tan sólo 12 dólares la hora. Este nuevo trumpen-lumpenproletariat, como algunos lo llamaron, rompió la “línea de fuego” que formaban Pennsylvania, Michigan y Wisconsin, a los que se sumaron los ya republicanos Indiana y Kentucky.

La elección fue una sorpresa por su resultado, pero no en sus fundamentos. En la elección intermedia del 2014 el voto “blanco” optó por los Republicanos a tasas cercanas al 70%. No existen antecedentes en la posguerra de un voto blanco tan profundamente racializado. Mientras los hombres blancos sin educación universitaria votaron a Trump a tasas cercanas al 70%, las minorías votaron por los Democratas en proporciones aún mayores. Hillary ganó el voto popular precisamente porque las minorías son hoy en día más numerosas que esos grupos, el tan mentado “demographic shift” que ya está aquí. Pero la distribución territorial del voto nos vuelve a demostrar que ganar el voto popular puede estar acompañado de perdidas en el Colegio Electoral, el Senado y la Cámara. Con esta elección, los republicanos controlan todas las instituciones del país, incluido un mayor número de gobernaciones y, en poco tiempo, la Corte Suprema.

Los demócratas “saben” que el tiempo está a su favor. Jugaron a ser el partido del futuro cuando los números todavía están del lado del Pasado. Pensaron un país para el 2050, cuando las minorías se espera que sean mayoría en Estados Unidos, y perdieron la elección contra un electorado de 1950. Ya sea por mal cálculo o por la inhabilidad para comprender la reacción conservadora, la América rural blanca compró Donald Trump a dos manos. Le creyó cuando dijo: “Make America Great Again”.

Como se Perdió el Oeste

No es difícil hacer una autopsia electoral para saber porque se perdió la Presidencia. Algunos dirán que Florida era un estado swing y North Carolina no cambió lo suficientemente rápido. Pero lo cierto es que la elección se perdió en el Medio Oeste. Se perdió porque el voto sindical, troncal para los demócratas, fue pasado a cuchillo por la nueva economía a base tecnología, medicina, servicios y finanzas. Flint y Detroit resistieron estos embates, pero el interior profundo de estos estados pateó el tablero demócrata.

Mucho se habla de estos votantes como desafectados, parias del sistema político. En parte lo son, dado que en su enojo decidieron cambiar de rumbo y apoyar al Partido Republicano. Pero no hay que confundirse, Donald Trump es un candidato que los entusiasma porque les devuelve una imagen de ellos mismos que les gusta. Este no es simplemente un voto “contra” el establishment, como afirman algunos. Este es un voto a favor del pasado, de una América blanca y protestante, una América que genera nostalgia entre muchos votantes. Es cierto que también se encuentra a aquellos que son abiertamente racistas, el KKK, las milicias de Michigan. Pero la elección se perdió porque los “moms and pops” de los Estados Unidos abandonaron la pretensión de un futuro diverso, a lo Sesame Street, para reclamar un pasado cristiano y proletario, como en The Waltons. Es la rebelión conservadora del viejo trabajador norteamericano en el mid-west lo que sorprendio a Hillary. Lo demás, Florida, siempre fue una tirada de monedas.

¿Tiempo de Realineamiento?

En Estados Unidos se han vivido distintos realineamientos políticos. Los republicanos fueron el partido del progresismo a mediados del siglo XIX y pasaron a ser el partido de los banqueros a principios del siglo XX. El sur conservador y demócrata se volvió conservador y republicano luego de los conflictos raciales que siguieron a la des-segregación en los años 60s. Desde ese momento, y por los siguientes cincuenta años, el sistema político fue girando sobre su eje, pasando por el establishment conservador de Reagan, hasta llegar populismo conservador de Newt Gingrich en 1994, donde el sur terminó de completar su total realineamiento.

Los politólogos que comenzamos la universidad en los años ’80 fuimos formados en una literatura que afirmaba que los distritos uninominales, como los de Estados Unidos, producen partidos centristas, no ideológicos, con poca diferenciación entre ellos. En aquella época, la disciplina partidaria en los Estados Unidos era una fantasía, un espejismo, dominada la política por un votante no informado que votaba por motivos estrictamente locales. Hoy en día los Estados Unidos son una sociedad polarizada, infinitamente más polarizada que la Argentina, separada por clivajes territoriales (urbano/rurales), ideológicos (izquierda/derecha), religiosos y raciales. Es un país en llamas, atrapado entre una recuperación económica que no levantó a los distritos blancos del sur y el medio oeste, por un lado, y dos costas multiculturales, diversas y pujantes. Es en este país que Trump pudo llevar adelante una campaña que lo pintó como un “blue collar billionaire”.

No hay muchas dudas de que Donald Trump es un candidato imperfecto, con una imagen negativa superior al 60% y que ha galvanizado el voto de las mujeres y las minorías a niveles insospechados. Y sin embargo, este candidato profundamente imperfecto llevó a los republicanos a una victoria que logró romper el cerrojo del medio oeste. Es una sorpresa, sin duda, pero una sorpresa que está sostenida por cambios profundos en la política norteamericana, tironeada por su pasado y por su futuro con una virulencia que a veces es invisible desde afuera. Estas fuerzas están hoy flexionando sus músculos y se aprestan para dar una batalla en política pública cuyas consecuencias negativas no debería ser minimizada.

Esta elección, profundamente arraigada en el pasado de Estados Unidos, puede cambiar el futuro del país en formas impensadas. Las voces en los pasillos dicen que Donald Trump va a ser un presidente de un solo término, incapaz de sobrevivir a los conflictos de su primera presidencia. Incapaz de sobrevivir a las fuerzas del movimiento republicano que él ha energizado. Es probable. Los vientos de esta elección son fuertes y traen cola. El Partido Republicano está dividido en tres pedazos que son imposibles de juntar y los demócratas están agotados y desmoralizados. Veremos cómo se resuelven las luchas internas de los republicanos. Veremos cómo se recomponen las piezas de un Partido Demócrata que muy pronto comenzará a cultivar a un votante blanco. Un votante que hoy lo desprecia profundamente. Es el comienzo de un nuevo realineamiento.

Fuente: Bastón Digital.


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