Recuerdo perfectamente el lugar y la hora en que estaba cuando me enteré que Jorge Bergoglio había sido anunciado como nuevo Papa. Llamé a Alicia Oliveira, su gran amiga y lloraba desconsoladamente, no de emoción como todos los argentinos, sino de tristeza porque no lo iba a ver más.
Si hay algo que me conmueve del Papa Bergoglio, como lo llaman los vaticanólogos, es su Geopolítica Pastoral. Es un gran motivador para que las partes enfrentadas se sienten en una mesa. No es poca cosa. Lo hizo con Cuba y Estados Unidos. Lo hizo en Colombia donde va a viajar este año, después de haber juntado a Alvaro Uribe y al presidente José Manuel Santos en El Vaticano. Está realizando gestiones de paz entre Armenia y Azerbaiján; Armenia y Turquía, las dos Coreas, Israel y Palestina, con Irán y el G5 por el desarme nuclear. Hay veces que sus oficios dan resultados y otras no. Pero no cesa en su compromiso.
Su primera herramienta fue la fuerza de la oración, cuando el Presidente Barack Obama anunció una invasión a Siria, Francisco convocó a una jornada mundial de oración para impedirlo, sorpresa para los católicos que presenciaban la ceremonia papal que transcurre los domingos. El tema es que musulmanes y judíos el sábado tienen su día principal. Fue tan arrolladora la jornada que el presidente Obama en la cumbre del G20 en San Petesburgo se vio forzado a declinar la acción, luego que Vladimir Putin pusiera en la orden del día una carta del Pontífice a los líderes del G20. Ese fue su debut como máximo constructor de puentes y destructor de muros.
Dicen en Roma que los Papas definen su Papado en las primeras salidas de Roma, dentro de Italia y fuera de ella. Francisco hizo su primera salida en la Isla de Lampedusa, último enclave de Italia, cerca del África, para vestir de coherencia su discurso sobre la necesidad de que la Iglesia salga de su ensimismamiento y busque las periferias existenciales del mundo. Miles y miles de iraquíes, libios y sirios que sobreviven en barcas huyendo de la desintegración que comenzó Occidente y siguió el Estado Islámico. “¿Quién es el responsable de la Sangre de estos hermanos?” Ninguno, respondemos, yo no tengo nada que ver, somos una sociedad que ha olvidado la experiencia del llanto”, “Ellos están acá, porque antes nosotros estuvimos allá”, fueron sus expresiones más terminantes.
Ha instalado discusiones y términos que llevan su marca registrada para denunciar los males actuales de la globalización. Así habló de la “cultura de la indiferencia”. No son migrantes, dice, son refugiados que huyen de las guerras. “Malditos los que fabrican armas y malditos los que las venden, esos son los que hacen las guerras”.
El primer viaje fuera de Italia fue a Albania un país donde el 97% de su población es musulmana. La interreligiosidad que practicaba en Buenos Aires con el Instituto del diálogo interreligioso que fundó cuando era cardenal, es quizás una de las herramientas más importantes y creíbles que tiene Francisco para su mensaje pastoral. “No es justo identificar al Islam con la violencia”, sentenció, “ustedes son nuestros hermanos y hermanas mayores en la fe”. “Todos pertenecemos a una única familia, la familia de Dios” advirtió al visitar la Sinagoga de Roma.
“Ningún pueblo es criminal, ninguna religión es terrorista”, se atrevió a manifestar, en una expresión subversiva para muchos de los cruzados del viejo continente.
Se abrazó después de 1000 años con el patriarca de la Iglesia Ortodoxa rusa, Kiril, también viajó a Suecia al conmemorarse 500 años de la reforma de Martín Lutero, que dividió para siempre a los cristianos de Occidente entre católicos y protestantes. Es una voz de denuncia la cultura del descarte, como “una cultura de la exclusión a todo aquel que no esté en capacidad de producir según los términos que el liberalismo económico exagerado ha instaurado”, y que excluye “desde los animales a los seres humanos, de los jóvenes sin trabajo, de los ancianos, de los pobres, de los hambrientos”.
Frente a esto propone practicar la Cultura del Encuentro. Una sociedad donde las diferencias puedan convivir complementándose, enriqueciéndose e iluminándose unas a otras. De todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible.
Al decir de la gran periodista vaticana, Silvina Pérez, transformó la misericordia en un concepto político revolucionario: es todo excepto debilidad, tanto en la vida de las personas como en la política. Se necesita valor para orientar a las personas hacia procesos de reconciliación y es precisamente tal audacia y creatividad las que ofrecen verdaderas soluciones para antiguos conflictos y la oportunidad de hacer posible una paz duradera. Sostener la misericordia como categoría política conduce a no considerar nunca a nada ni a nadie como definitivamente perdido en las relaciones entre naciones, pueblos y Estados.
Por último, Francisco es el primer Papa que piensa el mundo desde los más pobres, su papado ha puesto un énfasis firme en las “periferias”, tanto existenciales como geográficas. Por eso al viajar a México quiso terminar en Ciudad Juárez, haciendo el camino de los “espaldas mojadas” y rezar una misa en la frontera bendiciendo los zapatos de los migrantes muertos al cruzar la frontera. Fue así al visitar Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, cuando dijo a los movimientos populares “ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho (…) en los grandes procesos de cambio, nacionales, regionales y mundiales. Por eso me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos”. Los invitó a la “participación protagónica en sistema que no da más, promoviendo alternativas creativas en la búsqueda de las tres T, Tierra, Techo y Trabajo.
* Diputado del Parlasur. Ex embajador argentino en el Vaticano.
Fuente: Página 12.