| Violencia de género

Cuando una amiga te llama desesperada porque teme que su expareja la asesine

Exnovios o exmaridos que se convierten en el peor enemigo. Cómo hacer para buscar una ayuda, una salida. La necesidad de denunciar.

violencia de géneroPor Giselle Kruger

Hace pocos días me llamó una amiga desesperada. Era mi compañera del secundario, mi pata en los cumpleaños de 15, mi primera amistad de la adolescencia y mi confidente cuando no nos decidíamos si cumbia o cantante pop.
Se sentaba a mi lado de Lunes a Viernes y los Sábados coincidíamos en el boliche.

Todo era alegría en ese entonces, pero ahora estaba asustada. Me pedía por favor que la ayudara. Como si yo tuviera el don de salvar mujeres. Entre tanta angustia y urgencia, poco tiempo me quedó para pensar porqué me había elegido a mí.

Hace fácil 10 años que no tengo relación con ella. Sin embargo, la causa perdonaba todo el tiempo pasado. Lo que estaba en juego era grave de verdad y el destino tenía excusas de sobra para volver a contactarnos. Toda su desesperación transmitida en el mensaje, fue suficiente para suprimir en un audio de 20 segundos, los 9 años que pasaron desde el nacimiento de su hijo (que no llegué a conocer) y el año restante de su romance con Gastón, que por suerte, tampoco conocí.

Y uso la palabra suprimir por mí y por ella. Por mí para volver a sentirla cerca. Por ella, porque esos 10 años significaban su vida. Otra vida. Una vida en la cual yo no estaba en el horizonte, pero que alguien quería arrebatarle, y de manera literal. Y ese alguien no era más ni menos que su reciente expareja.

“Laura” me llamó porque estaba aterrada, muerta de miedo. Miedo a su hombre, o a ese hombre que hasta hace pocos meses había sido suyo. Miedo al padre de su hijo. Miedo al que fue su compañero alguna vez, pero que ahora quería seguir siéndolo, no por elección de ambos, sino por imposición.

¿Por qué es más fácil para estos hombres matar a una mujer que matar su deseo? ¿Por qué nadie les enseña que las compañías no se fuerzan? No es tan difícil aprender que alguien puede no quererte, o no quererte más, si el tiempo o las situaciones cambian.

La juzgué. No logré entenderla porque me prometí y comprometí a ayudarla pero su miedo la encerró y otra vez pasó a ser la desconocida. Y yo pasé a estar del lado de los que ayudándola podemos en realidad provocar su muerte, porque eso me dijo la última vez: “Tengo miedo de su reacción si vos intervenís”. Y volvió a desaparecer. Y en su fuga me dejó la posible culpa de pensar que puedo yo, con lo que haga, matar a mi amiga.

Todo esto lo analicé recién. Mientras caminaba por Palermo y por lo menos tres veces sentí mi libertad amenazada por distintos hombres. Todos desconocidos. Tampoco me animé a tomar un taxi de la calle (hace años que no lo hago y no saben que limitada me siento). Tampoco salgo en shorts si mi pareja no puede garantizarme su compañía, o el destino la luz del día, o las calles el movimiento, o la suerte la policía.

Si le tenemos miedo a los que hombres que no conocemos. ¿Se imaginan temerle al que alguna vez quisieron?

No queremos sentir más miedo, chicos. Queremos que nos acompañen, que nos dejen confiar en ustedes. Que quieran estar con nosotras si el deseo es compartido y no que quieran destruirnos si no los queremos más.

Por supuesto el combo está completo: Hay denuncia, hay audios, hay armas, hay restricción perimetral, botón antipánico, estampitas a San La Muerte y quizás cartas escritas por si pasa lo peor.

Yo te acompaño, “Laura”, pero necesito que te pases de este lado. Tengo miedo por vos y por mí, pero si no la peleamos, nos matamos nosotras, porque en definitiva, esta vida ya no es nuestra.