| Columnistas

Barreiro y Milani tienen un pasado en común

Por Norma Morandini

Como se le cree más al verdugo que a la víctima, los dichos del represor Ernesto Guillermo Barreiro,  alias “el Nabo”, impactan más que lo que a lo largo de todos estos treinta años de democratización han venido diciendo las víctimas, las sobrevivientes de La Perla, el más tenebroso de los campos de detención clandestina que hubo en Córdoba, ubicado casi a la vista de todos, al costado del camino que lleva a la festiva ciudad de  Carlos Paz. Lo mismo que sucedió con Scilingo.

Sólo se comenzó a aceptar que los presos desaparecidos en la tenebrosa ESMA fueron, como mis hermanos, arrojados desde los fatídicos “vuelos de la muerte”, después que ese oficial de la Marina confesó y detalló cómo se hacían esos traslados.

No niego ni rechazo la importancia de que finalmente un represor haya roto el pacto de sangre y silencio del terrorismo de Estado, menos aún que se haga ante un tribunal de la democracia que le dará a Barreiro todas las garantías de un justo proceso que se les negó a sus victimas. Pero esto ya se sabía. Resta saber cuánto de esa información es verdadera o especulación defensiva. En beneficio de los familiares y del Equipo de Antropología Forense, que lleva años poniéndoles nombres a los huesos hallados tanto en La Perla como en La Ribera, el otro tenebroso lugar de detención de Córdoba.

Porque he pasado la mayor parte de mi vida adulta entre los heridos, las víctimas del terrorismo de Estado a las que se había hecho desaparecer física o simbólicamente por el desprecio o el miedo de una sociedad que hasta no hace mucho tiempo conservó el “por algo será”, aprendí que la reconstrucción de la verdad sobre lo que pasó en nuestro país ha sido un mérito de las víctimas. Fueron primero las madres del pañuelo blanco las que increparon al poder cuando la sociedad todavía temblaba o se humillaba ante los uniformados; luego los sobrevivientes, sus parientes y amigos que recuperaron la identidad jurídica que les habían quitado y frente a los cinco jueces que juzgaron a las Juntas unieron los pedacitos de ese rompecabezas macabro que fue el terrorismo de Estado. Porque me pasé escuchando sus testimonios, narrando sus padeceres, reconstruyendo sus vidas y tormentos, porque vi cuántos murieron de tristeza porque al regresar del exilio eran evitados como si tuvieran lepra, instintivamente supe que para vivir debía alejarme de tanta muerte, convencida de que otros tomarían la posta y se sumarían a ese repertorio de historias que configuran la Historia. Pero cuando constato la falsificación y utilización política del pasado, como su glorificación, reconozco mi ingenuidad y la irresponsabilidad de los que utilizan esa tragedia para adoctrinar a los más jóvenes. Por eso, a treinta años de la democratización, importa más saber qué queremos hacer con ese pasado para domesticarlo y no quedarnos sólo con los dichos de ese oficial que actúo en La Perla, desafió a la democracia como carapintada, se fugó del país y hoy impacta más con lo que dice que con lo que hizo.

La historia contada. Escribo esta nota a más de tres mil kilómetros de altura, a muchos más de Córdoba, en Ollantaytambo, en Perú, adonde vine a participar del Parlamento Indígena de América, que integro en mi condición de presidenta de la Comisión de Población y Desarrollo del Senado. Seis horas de avión que no percibí por causa del libro de Miguel Bonasso, Lo que no dije en Recuerdo de la Muerte, que devoré tal como me sucedió con el primer libro que al inicio de la democracia nos reconstruyó el tenebroso mundo de la Escuela de Mecánica de la Armada, donde “los réprobos se confunden con sus demonios, el mártir con el que ha encendido la pira”, como escribió Borges en una crónica memorable después que asistió a una audiencia del Juicio a las Juntas en la que se reconstruyó esa promiscuidad entre los oficiales de la Armada de Massera y muchos dirigentes Montoneros que oficiaron de periodistas o delatores de sus propios compañeros. No se trata de hacer juicios personales sobre lo que cuesta imaginar, sino de evitar la falsificación de la historia que peligrosamente acecha sobre la democracia como el mismo Bonasso escribe. En ese libro, tan necesario como el primero, muestra, una vez más, el gran periodista y escritor que es, sino que en relación con “el Nabo” Barreiro, escribió antes de que el represor reconociera la existencia de los hornos crematorios de La Perla: “El capitán Ernesto Guillermo Barreiro, alias ‘el Nabo’, de actuación principal en el campo de concentración La Perla , dijo en alguna ocasión a los ex prisioneros que suministraron esa información que ‘sólo estarán limpios los subtenientes que salgan el año próximo del Colegio Militar, el resto tiene las manos manchadas de sangre’”. Estas expresiones de Barreiro datan de 1976 o 1977, y fueron extraídas del libro El Estado terrorista argentino, cuyo autor, Eduardo Luis Duhalde, fue secretario de Derechos Humanos de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Esas expresiones le sirven a Bonasso para contextualizarlas con la actualidad del gobierno de Cristina Kirchner, que nombró a César Santos del Corazón Milani como jefe del Ejército de la democracia, un oficial que “egresó del Colegio militar en 1975. “Tanto Barreiro como Milani, recuerda Bonasso, pertenecieron al Tercer Cuerpo de Ejército, comandado por el general Menéndez, reiteradamente juzgado y condenado como uno de los mayores genocidas de la dictadura militar”.  Confieso que me impresionó más lo que narra Bonasso en su libro sobre los represores de ayer que frecuentan la Casa Rosada, reconvertidos en espías de la democracia o empresarios del redituable negocio de meter miedo para vender seguridad o carpetas como la más abyecta forma que ha tomado la disputa política, que las declaraciones de un represor jubilado sobre situaciones que ya sabíamos gracias al coraje de las víctimas y de tantísimas personas comprometidas con la verdad y la democratización.

Revisar el legado. En la medida en que nos alejamos del pasado del terror nuevas generaciones recrean las preguntas sobre lo que sucedió en ese tiempo en el que todo fue oculto y mentiroso, desde las bombas, los secuestros a los campos de detención y el “somos derechos y humanos” de la propaganda oficial. Efectivamente, como ya había dicho Barreiro un cuarto de siglo atrás, las nuevas generaciones de oficiales que salieron del Colegio Militar en los últimos años no tienen “las manos con sangre” y por eso se las debe subordinar a la democracia.

Inquieta más un jefe del Ejercito, entrenado en la inteligencia de la “guerra sucia” que se dice soldado del Gobierno, no de la democracia,  que un represor jubilado o arrepentido. Alarma que sobreviva el espionaje como extorsión o corrupción, y que tanto las organizaciones de derechos humanos, como los intelectuales, periodistas y políticos nada digan sobre las violaciones de los derechos humanos del hoy, esas “acechanzas en los sótanos de la democracia”, en la descripción del libro de Bonasso. Pero sobre todo, inquieta que sobreviva la delación y los nuevos pactos de silencio en torno a la corrupción, los negociados escandalosos con los dineros de los argentinos, esa nueva obediencia debida al poder, incompatible con la transparencia y la división de poderes de la República.

Fuente: Perfil.


Compartir: 
Etiquetas:  ,