Por Patricia Pérez
Días atrás, líderes argentinos de dispar relevancia, representación y procedencia, con idénticos objetivos de fortalecer su posición frente a los propios, los adversarios o la sociedad, nos han entregado imágenes de cómo actuar si no queremos arreglar un problema grave y delicado como el de la inseguridad. Hoy, la inseguridad nos aturde y nos angustia hasta convertirse en un dilema que puede resolverse a través de dos soluciones, ninguna de las cuales resulta completamente aceptable o, por el contrario, son igualmente aceptables.
Miramos y escuchamos ya casi resignados, atónitos a veces, otras desesperanzados, a políticos oficialistas u opositores, a sindicalistas «afines» o «desafinados» con el Gobierno, tratar el tema de la violencia y la inseguridad mirando las encuestas de opinión o las elecciones de 2015.
Visto así, no hay soluciones aceptables. El dilema funciona por la negativa: para resolverlo hacen falta políticas de Estado y estadistas que miren los próximos veinte años y no las próximas elecciones.
Pero sepamos que este dilema tiene soluciones. El tema está muy estudiado. Si logramos sacar de la coyuntura a nuestros líderes, tendremos cómo resolverlo.
En Chile, el año pasado, el por entonces secretario general adjunto de la ONU y en la actualidad canciller del gobierno de Michelle Bachelet, Heraldo Muñoz, presentó el informe «Seguridad Ciudadana con Rostro Humano», en la 2» Reunión sobre Seguridad Ciudadana en América Latina. Entre las personalidades convocadas se destacaron el ex presidente de Chile Ricardo Lagos, el actual secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), José Miguel Insulza, y la secretaria ejecutiva de la Cepal, Alicia Bárcena.
Un panel de expertos discutió sobre la inseguridad ciudadana en América latina, realizando un diagnóstico, identificando vulnerabilidades en la región y elaborando mapas de violencia.
Analizaron las amenazas a la seguridad de la región, los impactos de la violencia en el individuo y el rol de la sociedad civil, los ciudadanos y el Estado. Coincidieron en que es indispensable un fuerte liderazgo político que reconozca el problema y busque soluciones, no culpables.
En la Argentina, estamos a las puertas de una etapa de éxitos o fracasos según actuemos. Necesitamos salir de nuestras ajadas fotos superficiales, efímeras, perjudiciales para el cuerpo social, en las que funcionarios del gobierno nacional se hacen los desentendidos y sugieren ir a resolver el problema con los gobernadores e intendentes, cuando la ley específica señala al presidente de la Nación con tareas indelegables en la seguridad; en las que sindicalistas se movilizan tras la consigna con un ojo en esta agobiante realidad y otro en fortalecer su posición en la interna gremial; y en las que un gobernador que convoca a ciudadanos comunes que sepan leer y escribir para cargar en sus espaldas la responsabilidad de juzgar a personas acusadas de delitos graves, sin una política integral que los proteja y guíe.
Vemos a jóvenes líderes políticos en quienes la Argentina deposita parte de sus expectativas reunidos para «diseñar estrategias pacificadoras en las villas», pero que, selfie mediante, apuntan mensajes hacia sus espacios políticos en pugna, para ser privilegiados a la hora de los cargos.
Líderes que intentan llegar a la más alta magistratura con ciudades y pueblos de sus provincias dominados por el narcotráfico o la trata de personas.
Todos hablan y muestran preocupación. Ninguno encara el problema con las recomendaciones básicas que Naciones Unidas repite hasta el hartazgo: liderazgo político, convocatoria amplia y coordinada con participación ciudadana.
En febrero pasado, en la reunión que mantuve en la sede de ONU Mujeres, en Nueva York, convocada como miembro del grupo asesor de la sociedad civil a nivel mundial sobre paz y sida, la directora ejecutiva, ex vicepresidenta de Sudáfrica, Phumzile Mlambo-Ngcuka, reemplazante de Michelle Bachelet en el cargo, insistió frente a nosotros en la necesidad de ayudar a reconstruir liderazgos fuertes a nivel local, regional y mundial, en respuesta a la gravísima situación de violencia que sufren mujeres y niños en el mundo. Coincidimos, entonces, en que poner el problema bajo la alfombra lo agrava.
Pensé, sin decirlo: ¿Phumzile Mlambo-Ngcuka me hablaba de la Argentina? La respuesta, un verdadero dilema.
Fuente: La Nacion.