Por Rodolfo Palacios.
Los porteros creen saber vida y obra de sus vecinos. Se jactan de ver hasta los movimientos más imperceptibles en medio del caos de la calle. Tienen los ojos y los oídos entrenados. En su libro Honraras a tu padre, el célebre periodista Gay Talese escribió que son “testigos oculares de las situaciones poco decorosas de la vida o de la locura de la ciudad”. Cuando ocurre un accidente, un robo o un crimen, la policía suele acudir a ellos. Pero en el caso de Ángeles Rawson, la adolescente de 16 años asesinada el 10 de junio, el portero pasó a ocupar el otro rol: el de protagonista. De testigo a acusado.
Esa es una de las conclusiones que dejó la sorpresiva detención de Jorge Mangeri (45 años), el encargado del edificio de Colegiales donde vivía la víctima, en Ravignani 2360. En un principio, cuando se sospechó que a la chica la había matado un violador serial, se mencionó a Colegiales como una boca de lobo y hubo mujeres que evitaron pasar por la zona del supuesto ataque o que por temor a sufrir una violación fueron acompañadas por sus maridos. Esos temores siguieron aun después de que se cayera esa hipótesis y se apuntara al círculo íntimo. El padrastro de Ángeles, Sergio Opatowski, pasó a ser el sospechoso. Hasta hubo periodistas que informaron que fue detenido y un diario publicó esa información en tapa. Al final (¿al final?), arrestaron al portero y ahora surge otro tipo de histeria o temor que señala a los porteros como presuntos acosadores.
“Hay otro portero que es degenerado en el barrio. Mangeri no es el único”, dijo una vecina anónima que enfrentó las cámaras de un canal de noticias del cable. Otra mujer sentenció: “Acá hay algo raro. Dicen que a la nena la mataron porque sorprendió al padrastro manoseándose con el portero”.
Desde la caída en desgracia de Mangeri, surgieron voces a favor y en contra de este hombre que en las fotos aparece atormentado, confesando ser el presunto asesino y denunciando torturas por parte de la policía, como ocurría en los viejos casos policiales. Hubo vecinos que lo defendieron y protestaron por su detención. “Es un perejil”, dijeron casi a coro. Otros lo atacan. Y agregan historias truculentas: “Conozco el caso de un portero que descuartizó a la mujer porque lo había dejado”, comentó un vecino. Sin dar el nombre, obvio.
Mangeri sigue detenido en la cárcel de Ezeiza. “Estoy bien, acá me tratan bien”, dijo escuetamente. Su abogado, Marcelo Biondi, contó que está “temeroso y muy abatido”. En los próximos días, los análisis de ADN quizá pongan un poco de luz a los misterios que envuelven este caso.
Jueves 20 de junio, tres de la tarde. Las calles de Colegiales están casi desiertas por el feriado. En general, hay poco movimiento. Salvo en Maure y Ciudad de La Paz, donde chocaron dos autos y hay una mujer herida. Los curiosos rodean la escena, sacan fotos, llaman a sus familiares para contar lo ocurrido. A unas diez cuadras, cerca de donde vivía Ángeles, detectives de la Policía Federal buscan porteros de la zona. No es una caza de brujas. Buscan testigos, saber si conocían a Mangeri, corrobar si había trabajado una semana antes del homicidio en otro edificio del barrio. El portero suplente, llamado Fernando, lo desmintió ante la fiscal María Paula Asaro.
“Ahora nos miran con cara rara. Yo no voy a salir a defender a este hombre porque no lo conozco. Pero desde que pasó esto fui a la casa de una señora que me había llamado para arreglarle el horno, y se arrepintió. Muy raro, como si todos los porteros fuéramos delincuentes”, cuenta Juan Bermúdez a Cyr. Desde hace seis años trabaja como encargado de un edificio de Amenábar y Jorge Newbery.
“No voy a decir el apellido porque después quedo escrachado. Me llamo Julio y lo único que puedo decir es que Mangeri es un gran tipo, no creo que la haya matado. Es raro que haya dicho que la mató él, es raro que cuando a alguien lo acusan de un crimen termine confesando aunque lo haya hecho. ¿Y si lo picanearon?”, dijo el hombre, que hoy tomaba mate en la puerta pese a ser feriado. “Si prendo la tele, están hablando del caso. Y si salgo a la puerta, están las cámaras. Es una pesadilla”, dijo Julio, que trabaja a la vuelta del edificio donde trabaja el acusado.“La psicosis colectiva es peligrosa pero difícil de evitar. Si yo digo que en una esquina roban a toda persona que pasa por ahí, indubitablemente mucha gente no va a querer ni pasar por ahí. En 1888, la cacería de Jack el Destripador, el asesino serial que mataba prostitutas, también generó una histeria masiva. Las mujeres no querían salir de sus casas”, analizó Osvaldo Raffo, forense de reconocidos casos policiales, entre ellos los crímenes de Carlos Eduardo Robledo Puch, quien en 1972 mató a once personas.
Desde tiempos remotos, en la crónica policial abundan los datos imprecisos, hasta improbables, los vecinos anónimos que hablan de todo, “la gente”, los rumores, los sospechosos perfectos, las estigmatizaciones. Y no es de extrañar que si un taxista es acusado de violar a una pasajera, al otro día haya mujeres que no quieran subirse a un taxi. Lo mismo cuando una empleada doméstica es acusada de robar joyas. ¿El culpable siempre es el mayordomo?
En los casos policiales, históricamente, se tiende a estigmatizar a los sospechosos. La prensa que no mide consecuencias y fuentes judiciales o policiales que venden pescado podrido son una combinación peligrosa.
En el asesinato de Nora Dalmasso, la empresaria asesinada el 26 de noviembre de 2006 en Río Cuarto, es un claro ejemplo. Por los medios desfiló información de todo tipo: amantes en la mira, fiestas swinger, el marido, móvil pasional, económico y mafioso. Se sospechó del hijo de la víctima, Facundo, de quien se publicó su vida íntima y su elección sexual, como si fueran indicios que pudieran aportar algo a una investigación policial.
También se acusó a Gastón Zárate, un albañil que trabajó en la casa de Nora, quien fue apoyado por la gente en una marcha contra el “perejilazo”. Cuando la acusación apuntaba al hijo de Nora, se habló de un ataque motivado por un incesto. A la hora de acomodar la imputación del obrero, se habló de un sátiro sexual, que reptó como un mono por un árbol y atacó a la víctima. “La miraba como un depravado, como suele ocurrir con los obreros que se vuelven locos con una linda mujer”, llegó a decir uno de los investigadores de la División Homicidios de la Policía de Córdoba. Hasta se mencionó a un sicario que habría viajado a Córdoba sólo para estrangular a Nora.
El misterioso crimen de Norma Mirta Penjerek (16 años), ocurrido en 1962, también llevó a que la sociedad quedara fascinada ante un caso policial. El diario Crónica pasó a vender 100 mil ejemplares cuando antes vendía 20 mil. Detuvieron al zapatero y concejal peronista Pedro Vecchio, a quien acusaron de organizar fiestas sexuales con vírgenes y traficar droga. La fiebre periodística también habló de sectas y de una insólita venganza nazi. Vecchio fue liberado y nunca se supo quién mató a la muchacha.
La cobertura periodística del homicidio de Ángeles brindó información falsa. Se dijo que había sido violada por un desconocido, luego que pudo haber sido el padrastro, se desmintió la violación, también que había sido asesinada en el basural, después se informó que el crimen fue en su casa, aunque eso no se confirmó. El ex editor de Policiales de Clarín, Ricardo Fevrier, opinó desde su muro de Facebook: “El asesinato de esta chica permite ver claramente, una vez más, lo miserable que puede ser el periodismo. He visto a un periodista decir «Hoy todos somos Angeles». He visto a otro, Doman hacer deducciones al estilo Holmes. Por no hablar de lo que vi apenas de costado y evité por asco. Y muchas de las especulaciones escritas me llevaron al borde mismo del vómito”.
Detrás de muchas de estos actos irresponsables, que no miden ninguna consecuencia, está la desesperación por el rating. Hay conductores que cuando miran a la cámara como si miraran a su madre y dicen “todos somos ángeles”, de reojo mira un aparatito que cabe en la palma de la mano y mide el minuto a minuto. No es ninguna novedad. Lo novedoso, en todo caso, es que hasta los programas de espectáculos hablen del tema, como si una autopsia fuera un chimento o una acusación un estreno de teatro.
Mientras tanto, las noticias policiales vuelven a ser el foco de atención, como a principios del siglo XX, cuando los sucesos truculentos se contaban por entregas de folletines o el diario Crítica enviaba poetas a la escena del crimen para contar el caso en un verso, o Caras y Caretas recreaba los robos en fotos o viñetas.