Hay una circunstancia que la «doctrina Chocobar» dejó librada a los azarosos caprichos del destino: su aplicación entre policías. ¿Acaso así podría ser leído el asesinato del comisario de la DDI Avellaneda-Lanús, Hernán David Martín, cometido por una patota de la Federal? Este es apenas el interrogante –diríase– técnico de un caso que, a tres semanas de ocurrir, ya acumula un mar de fondo proporcional al silencio de sus partes; a saber: nada menos que la Casa Rosada y el Poder Ejecutivo provincial, sus ministerios de Seguridad y las cúpulas de sus respectivas mazorcas. Una guerra que se extiende sin la estridente atención de la prensa.
Tanto es así que fue notable la escasa trascendencia pública del informe final de la autopsia, que habla de siete proyectiles direccionados sobre el blanco «de izquierda a derecha, de atrás hacia adelante y de arriba hacia abajo».En otras palabras, al tipo lo fusilaron por la espalda, sin que atinara a gatillar ni un solo tiro. ¿Y los federales heridos? Todo indicaría que el sargento Sergio Arán (con un impacto en la pierna) y el cabo Claudio De Carlo (con cuatro impactos en el tórax) fueron víctimas del «fuego amigo», según el abogado Edgardo García, que patrocina a la esposa del finado. Los fogonazos no dejan ninguna duda de la unilateralidad del «enfrentamiento». Pero la fiscal María Garibaldi se manifiesta cauta al respecto, hasta tanto no le llegue la demorada pericia balística de la Gendarmería.
Ella precisamente tuvo a bien ordenar aquel operativo (con efectivos sin identificación de la fuerza a la que pertenecen, y sin notificar a las autoridades bonaerenses), después de dar curso a una –por demás, infrecuente– denuncia efectuada por la pareja de un presunto dealer dominicano supuestamente chantajeado por su actividad comercial. Y ahora también investiga esa muerte provocada en circunstancias que ella misma desató. Una historia que apesta por donde se la mire.
Pero se trata de una podredumbre atenuada por otra pestilencia, la que emana tras haber quedado al descubierto una red de espionaje y extorsión articulada mediante la triple alianza entre ciertos grupos mediáticos, un vasto sector de la justicia federal y los servicios de inteligencia. Sólo que ahora se advierte un hilo que enlaza ambos asuntos.
En este punto bien vale retroceder a la soleada mañana del 21 de marzo, cuando el presidente Mauricio Macri, el alcalde Horacio Rodríguez Larreta y la gobernadora María Eugenia Vidal se fotografiaron con una tensa sonrisa, al recorrer las obras de conexión del Paseo del Bajo con la Autopista 25 de Mayo.
Ahora es un secreto a voces la furiosa discusión en la que dicho trío se enfrascó en esa ocasión a bordo de la camioneta presidencial, sin reparar en la presencia del chofer y los custodios; un altercado que hasta incluyó insultos de elevado tono. El motivo: la contrariedad de «Mariu» al haber sido fisgoneada por las orejas orgánicas e inorgánicas de la AFI, algo que también se extendió hacia la figura del ministro bonaerense de Seguridad, Cristian Ritondo, con el propósito de enlodarlo por presuntos nexos con el narcotráfico, tal como surge del expediente instruido en Dolores por el juez federal Alejo Ramos Padilla.
El enojo de la gobernadora es entendible, ya que el haber quedado bajo el radar de «La Casa» dejó a la intemperie su compra, con fondos reservados, de una parte del paquete accionario de la señal televisiva América. Lo cierto es que en el espionaje sobre ella aparecen invariablemente los ex comisarios y agentes (o ex) de la AFI, Norberto Degastaldi, Ricardo Bogoliuk y el ex jefe de la Bonaerense (en la etapa ministerial de Carlos Stornelli), Daniel Salcedo, quien comandó las bases instaladas por el organismo de la calle 25 de Mayo a través del territorio provincial, en línea directa con la denominada «Señora 8», Silvia Majdalani. De hecho, la inmediata desarticulación de aquellas bases fue una de las exigencias de Vidal.
Claro que en la dura puja que mantiene con Macri subyace su ambición presidencialista. Y es allí donde entra en escena Patricia Bullrich, quien a su vez mastica el deseo de secundar el 10 de octubre al primer mandatario en la fórmula de Cambiemos. Una ensoñación que tropieza con Vidal.
Exactamente al noveno día de la «cumbre» del Paseo del Bajo ocurrió el fatídico operativo de la Federal en Avellaneda.
«Hay un muerto, cuando acá tendría que haber un ex comisario corrupto preso», atinó a balbucear Ritondo.
Pero la gesta de Bullrich tampoco fue en vano. Y demuestra que Vidal nunca cortó los malos hábitos de La Bonaerense. Sus trapisondas más usuales continúan abarcando el chantaje a comerciantes, las zonas liberadas para cometer asaltos, el gerenciamiento zonal del narcotráfico y la protección a la piratería del asfalto. Y también demuestran la vigencia del viejo pacto de los uniformados con los ocasionales pasajeros del Poder Ejecutivo: demagogia punitiva a cambio de vista gorda con los negocios sucios. Total normalidad.
Fuente: Tiempo Argentino