
Una directiva europea que entró en vigencia el mes pasado volvió a poner sobre la mesa de discusión la neutralidad de Internet, un tema cuyo debate se reanudará en la Argentina en poco tiempo.
¿Qué es la neutralidad de Internet? En términos simplificados, todos los servicios y contenidos deben recibir un trato equivalente. Ningún proveedor puede bloquear contenidos arbitrariamente ni aplicar un trato discriminatorio. No debe existir un trato preferencial a un intermediario y tampoco se puede permitir que una aplicación para compartir videos funcione más rápido que otra.
¿Por qué Internet debe ser neutral? Quienes defienden esta postura suelen recurrir a tres argumentos. El primero –y más importante- apela al derecho a la libertad de expresión: Internet es hoy el principal medio de comunicación y su neutralidad es indispensable para proteger esa libertad. El segundo es que la neutralidad es necesaria para asegurar la competencia en los distintos eslabones que forman la red; el tercero, que una política pública que establezca una obligación de neutralidad fomenta la innovación y da como resultado la creación de mejores productos y servicios.
A todos estos argumentos los une una preocupación. Para graficarla, algunos autores usan el concepto de gatekeeper, que no es fácil de traducir pero que sugiere la idea de un guardián que decide quién puede pasar y quién no, o qué información puede circular por Internet.
Quienes defienden la neutralidad sobre la base de argumentos vinculados con la competencia y la innovación comparten otra preocupación. Temen que los jugadores que tienen poder de mercado en un determinado eslabón de la red dañen la competencia y la innovación en otros eslabones. Veamos un ejemplo simple. Si un contrato entre un proveedor de acceso a Internet y el proveedor de un servicio que permite escuchar música online logra que esa aplicación funcione mejor que sus competidores, los usuarios podrían no elegir el mejor servicio, o el más barato, sino el que tiene contrato con su proveedor de acceso.
Desde esta perspectiva, uno de los riesgos de una Internet sin regulación está en la facultad que tienen algunos proveedores de asignar la capacidad para transmitir información. Es lo que permite que un sitio, una aplicación o un servicio funcionen más rápido. Aplicaciones o páginas podrían pagar a proveedores de servicios a cambio de un mejor funcionamiento. La neutralidad lo impide. Un prestador que tiene un producto inferior pero más recursos está en mejores condiciones de pagar a cambio de capacidad adicional que un jugador más chico cuyo producto es superior. Por ejemplo, Netflix podría pagar a un proveedor de acceso para que la conexión funcione mejor que un competidor con menos recursos. Los defensores de la idea de neutralidad aducen que la neutralidad iguala las condiciones en que productos o servicios nuevos o más baratos pueden competir con productos y servicios establecidos.
Entonces, ¿por qué el debate acerca de una Internet neutral genera tanta controversia y lleva en el mundo más de diez años? Porque muchas de las discusiones sobre una política de neutralidad terminan aquí pero no muestran la otra cara de estos problemas.
Las réplicas a estas preocupaciones descasan en una premisa principal. Con frecuencia las propuestas de neutralidad involucran aquellos eslabones de la red en los que existe más competencia, menos barreras de entrada y más innovación. En los mercados de aplicaciones y contenidos, como en la mayoría de los mercados de servicios de internet, la introducción constante de mejores productos y servicios abunda. En otras palabras, muchas propuestas de neutralidad se preocupan por los mercados equivocados. El objetivo de una política pública es identificar aquellos mercados en los que existen estos problemas y encontrar la mejor solución posible. Desde esta perspectiva, muchas propuestas de neutralidad fallan.
Una segunda réplica se basa en que aumentar la capacidad que tiene Internet para transmitir información es indispensable para promover la competencia y la innovación. Sin capacidad suficiente, muchos productos que ya existen, y otros que existirán muy pronto, no pueden funcionar. Permitir la prestación de servicios diferenciados también puede alentar la competencia y la innovación. Podría, por ejemplo, facilitar que proveedores especializados sobrevivan en un mercado en que los jugadores más fuertes compiten en base a tamaño y precio. En este contexto, un proveedor especializado en ciertas aplicaciones podría concebir un servicio diferenciado adaptado a ese mercado (por ejemplo asignando más capacidad para un funcionamiento más rápido de determinadas aplicaciones de video) y diferenciarse de ese modo. La neutralidad también podría impedirlo.
Una política de neutralidad demasiado rígida no soluciona estos problemas; por el contrario, los agravaría. La imposibilidad de dar un trato diferenciado a ciertas aplicaciones o servicios puede socavar los incentivos para construir capacidad adicional o para ofrecer productos o servicios innovadores. Si es ilegal que el proveedor de un servicio que requiere de capacidad adicional para funcionar pueda pagar a cambio de usarla, parece difícil que alguien esté dispuesto a hacer la inversión necesaria para construirla. La nueva directiva europea parece buscar un equilibrio en este punto, aunque su resultado es objeto de debate.
Quienes defienden la neutralidad en base a argumentos vinculados con la libertad de expresión creen que protege a pequeños sitios, blogs o agencias de noticias (independientes o no, parciales o imparciales) de prestadores poderosos con un interés en que no divulgue cierta información. Les preocupa, por ejemplo, que una empresa de telecomunicaciones que tenga ciertos intereses políticos bloqueen sitios que critican a esos intereses o saboteen su funcionamiento. También de las desventajas que tendrían que enfrentar para llegar al público si fuentes de información con más recursos pudieran pagar a esos proveedores a cambio de capacidad y un mejor funcionamiento.
A diferencia del resto, las réplicas contra estos argumentos no cuestionan su eficacia; cuestionan su eficiencia. Se preguntan si para defender la libertad de expresión hace falta una política de neutralidad. Sugieren que la mejor forma de defender la libertad de expresión es atacar amenazas que involucren restricciones específicas a esa libertad, con herramientas también específicas; no con una regulación de neutralidad rígida que puede tener efectos colaterales negativos.
Una frase de Groucho Marx dice que la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos en todos lados, evaluarlos en forma incorrecta y aplicar las soluciones equivocadas. Cuando la discusión sobre una Internet neutral llegue al congreso argentino, no sólo deberá considerar los diferentes puntos de vista a su mejor luz; también deberá analizar qué problemas es necesario resolver y cuál es la mejor forma de hacerlo. De lo contrario corre el riesgo de darle la razón.