Los recientes casos de «justicia por mano propia» han llevado al centro del debate el desamparo que los ciudadanos sienten por la ineficacia del Estado: policías que no cuidan, fiscales que no investigan, jueces que no sancionan y cárceles que no rehabilitan. En los últimos meses distintas voces han interpretado que ante la ausencia del Estado los ciudadanos deciden defenderse con sus armas frente a las agresiones.
Hay bastante de cierto acerca de la ineficacia de policías, fiscales y jueces; sin embargo, el diagnóstico carece de foco y de precisión. El verdadero problema que genera esta reacción son los robos. La gente está harta de que le roben ante la mirada atónita de las autoridades, que hacen muy poco para desbaratar las redes que lucran con los productos robados. Los policías, en el mejor de los casos, registran las denuncias; los fiscales no investigan adónde van a parar esos bienes y los jueces desechan estos «casos menores» por la flaqueza de pruebas y la dificultad de resolverlos. Pero el problema sigue ahí: en la Argentina hay muchos robos.
La Argentina, que tiene una de las tasas de homicidio más bajas de la región, tiene tasas altísimas de robos. Y las autoridades hacen muy poco. Los robos alimentan mercados secundarios y una economía ilegal vibrante. Todos sabemos dónde se reciclan los celulares robados y dónde se pueden comprar a menos de la mitad de precio. La gran mayoría de los argentinos sabe dónde puede comprar mucho más baratos una caja de cambios o un radiador usado. Todos conocemos las ferias donde se comercializan productos de segunda y de sospechosa procedencia. Y si todos nosotros sabemos, también lo saben los policías, los fiscales, los jueces, los ministros, la AFIP. ¿Por qué nadie hace nada?
La «justicia por mano propia» no resuelve ningún problema. Tampoco el sistema de justicia penal que tenemos. La Justicia es por naturaleza reactiva y entra en acción cuando se produce un ilícito, generalmente flagrante; o sea, en el mejor de los casos se detiene al ladrón, que es rápidamente reemplazado por otro. Nos estamos mordiendo la cola. Es hora de que nos enfoquemos: el mayor problema no son los ladrones, sino la industria del robo.