Por Gabriel Puricelli
Todos pierden. Los muertos, por supuesto. Y todos los estadounidenses. Esa es la admonición que emerge de los asesinatos cometidos por el francotirador de Dallas. La protesta por la muerte de otros dos ciudadanos afroamericanos fue la ocasión para otras seis ejecuciones: un círculo vicioso del que EE.UU. no puede salir. Que las víctimas, en este caso, sean oficiales de un cuerpo de policía que es visto como un modelo de reforma para minimizar el uso de fuerza letal y para evitar la discriminación racial en su accionar, no hace sino subrayar cuán extremadamente vicioso es.
La combinación de acceso casi sin regulaciones a armas de fuego y sociopatía u otro problema de salud mental volvió a tener un costo en vidas humanas, en la misma semana en que fue ejecutado Phil Castile en Minnesota. Esa muerte resultó del pánico con que reaccionó un policía a la portación legal de un arma por su víctima, a quien disparó apenas ésta le informó, como se sugiere a los civiles que lo hagan si tienen un arma consigo cuando son sometidos a algún chequeo de rutina.
Castile y los policías de Dallas no hacían más que lo que se espera que hagan cuando fueron asesinados. Víctimas de atacantes con nombre y apellido, también lo fueron de un estado de cosas que el Congreso se niega necia y obstinadamente a cambiar. El derecho a armarse a piacere no sólo pone juguetes letales en manos de millones de personas que así se transforman en células dormidas de un terrorismo hágalo-usted-mismo que estalla al azar, sangriento y casi rutinario: al hacerlo, crea la presunción de que todos pueden estar armados, empujando cada vez más a la policía a disparar primero y preguntar después.
De la mano de estos hechos viene un envenenamiento en dosis bajas pero sostenidas de la vida política del país: el movimiento Black Lives Matter, que organizó la marcha en Dallas que el francotirador eligió para matar, suma desde el jueves miles de calificaciones de “terrorista” en esa cloaca que son los foros de comentarios de los diarios online. Podemos contar con una mano las horas que han de pasar hasta que ese adjetivo esté en boca de algún comentarista de TV.
Fuente: diario Tiempo Argentino.

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