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Scioli, 678 y el espíritu de Rodolfo Walsh

Por Ernesto Tenembaum

primera aparición televisiva de Daniel Scioli, ya convertido en candidato presidencial, se produjo el domingo por la noche, en el programa oficialista 678. Era todo un evento. En los últimos años, ese programa lo había caracterizado como un hombre de Clarín, de los grupos ruralistas, de la embajada norteamericana y, ya en los últimos meses, de los fondos buitres. Basta googlear cinco minutos para encontrar esos videos. Dos mundos, entonces, se encontraban: el antisciolismo militante de los más duros entre los duros con, justamente, Daniel Scioli. Hubiera sido interesante, y bastante obvio para cualquier productor televisivo, que el programa confrontara al candidato con aquellos informes. Sin embargo, el contenido de los tapes había cambiado: ahora Scioli era presentado como un militante antiliberal, defensor del modelo -signifique eso lo que fuere- casi como el cuerpo que alberga hoy los espíritus de Néstor Kirchner, Rodolfo Walsh y Juana Azurduy. Para colmo, la tribuna de asistentes lo aplaudía a cada rato, de manera errática, sin que esos aplausos tuvieran alguna relación con lo que él decía: simplemente, lo aplaudían, y él sonreía. Daba la impresión -aunque es imposible comprobarla- que alguien alentaba esas explosiones espontáneas de euforia incomprensible.

Basta mirar ese programa para tener, al menos, un indicio de quién ganó y quien perdió tras el acuerdo entre Scioli y la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Desde hace cuatro años, Scioli quiere lo mismo: ser candidato presidencial. Nunca le importaron quiénes eran los diputados o el vice que lo acompañará. El quería ser candidato. Lo logró. En el mismo período, Cristina quiso evitarlo. El resultado está a la vista. Las personas que atan su identidad al pretendido liderazgo presidencial -—que necesitan eterno e imbatible- tiene derecho a seguir proclamando que ella se ratificó como líder, y que lo seguirá siendo siempre. Pero hasta su jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, puso las cosas como son: ella será -dijo- la líder del peronismo mientras que Scioli será el de la Nación. En una organización, cuyo lema central reza ‘primero la Patria, después el movimiento’, está claro en qué nivel jerárquico ubica Fernández a cada uno.

Naturalmente, la propuesta peronista surge de una negociación entre varios sectores, pero eso hubiera sido así siempre. La disputa giraba alrededor de quién la encabezaba.

Y eso quedó claro, cuando Cristina se rindió a principios de la semana pasada a los deseos del gobernador bonaerense.

Hay algo curioso en esa decisión. Cristina podría haber dado batalla contra Scioli, como Mauricio Macri la dio contra Gabriela Michetti. La situación era simétrica. Michetti medía mucho más en las encuestas que el candidato del jefe de Gobierno. Sin embargo, Macri no la quería en la sucesión y salió a recorrer los barrios con Horacio Rodríguez Larreta. Ganó, como podía haber perdido. Pero, al menos, jugó. La decisión presidencial de no arriesgar es poco congruente con la historia de Cristina, a quien no se le puede reprochar que sea cobarde. Sin embargo, frente a Scioli, lo fue. ¿Por qué no impulsó, por ejemplo, a Axel Kicillof, o a algunas de las figuras tan populares que rodean al kirchnerismo? ¿No había un ministro, un gobernador, alguien en quien ella confiara para sostener su candidatura, transmitirle su halo e imponerse? «Es que perdía», explican algunos de sus defensores. ¿Era así? Y si era así, ¿no marca eso los límites de su liderazgo?

Estas preguntas son las que se hace la dirigencia peronista, y son ratificadas por los resultados electorales recientes. En Mendoza, perdió el peronismo pero, antes, en las PASO, dentro del peronismo fue derrotado el kirchnerismo más duro. En Santa Fe, al peronismo le fue mejor que hace cuatro años, pero al costo de elegir un candidato sciolista, alejado de Cristina, que no hizo campaña con él. En Capital, donde el kirchnerismo puro logró encabezar la lista, Recalde ostentará el record histórico de ser el primer peronista que entra tercero en una elección para cargos ejecutivos. En Río Negro, perdió el candidato de Cristina. Es lógico que, como parte de la alianza con Scioli, Cristina lograra ubicar a alguna de su gente -su hijo, entre ellos- en las listas de diputados. Pero, ¿dónde tienen un candidato vencedor?

El tiempo dirá cómo conviven la jefa del peronismo con el, enventual, Jefe de la Nación. Si uno recuerda la relación que hubo entre el poder central kirchnerista y los gobernadores que sucedieron a Kirchner en Santa Cruz, los augurios son un tanto tumultuosos: uno tras otro debió renunciar hasta que Daniel Peralta decidió enfrentar a Cristina. No siempre el pasado se repite, pero es oportuno observar esos antecedentes.

En el medio, aparece un rasgo muy curioso, un campo donde el kirchnerismo es imbatible y por lejos: su propensión a los barquinazos o, como decía Carlos Menem, a los giros copernicanos. La súbita y vertiginosa transformación en los informes de 678 sobre Scioli no es algo nuevo ni exclusivo de ese programa. En estos días, destacados referentes del así llamado periodismo militante empiezan a derramar elogios hacia el mismo Scioli que hace pocas semanas despreciaban. En política es muy habitual que dos viejos contendientes, luego de un tiempo, lleguen a acuerdos electorales. Lo que es raro es que, en diez minutos, una persona que era caracterizada como una cáscara vacía, un cómplice de Clarín, un traidor, se transforme en un líder, en la garantía de la continuidad del Proyecto.

Eso que ocurre con Scioli, sucedió antes, por ejemplo, con el arzobispo Jorge Bergoglio. La historia es conocida y repite el patrón. Con Bergoglio no había diferencias políticas coyunturales. Eran temas de principios. Se lo acusaba de haber entregado sacerdotes durante la dictadura militar. Apenas Bergoglio se transformó en Francisco, los mismos que lo acusaban de esas cosas terribles comenzaron a peregrinar hacia el Vaticano. Cualquier persona ajena a la galaxia oficialista puede percibir la contradicción: si esas atrocidades eran falsas, nunca debieron ser agitadas; si eran ciertas, nunca debieron ser perdonadas. Pero no es en el oficialismo rigen principios distintos a la ley de la gravedad. «Para los amigos todo, para los enemigos ni Justicia», decía Perón. Scioli y Bergoglio transitaron ya ese periplo en sentido inverso: primero fueron esto, y ahora son aquello. Qué más da.

La pregunta, tal vez incómoda para los militantes es dónde está el límite. Si Scioli que era empleado de Clarín, y Bergoglio que era cómplice de la dictadura, ya fueron aceptados en el redil, ¿cuál será el próximo? ¿aceptarían a Mauricio Macri, a Cecilia Pando, a Jorge Lanata, a Hector Magnetto? Sería ingenuo descartarlo ya que ninguno de ellos es acusado, por ejemplo, de conductas más graves de las que el CELS atribuye, por ejemplo, a César Milani. ¿Por qué no aceptarlos si el Proyecto, en algún momento, lo requiere? Además, la dirigencia está acostumbrada a que la militancia compre todo, una cosa y la contraria. El kirchnerismo ha reinventado el concepto de rebeldía: consiste en aplaudir todas las decisiones de un jefe.

Scioli es el candidato.
Es lo que quería.
Lo que tal vez nunca imaginó es que iba a ser retratado como un militante revolucionario.
Y esto recién empieza.

Fuente: El Cronista.


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