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Equipo que gana no se toca

Por Marcelo Zlotogwiazda

La buena elección que realizó el oficialismo el domingo pasado y la considerable probabilidad de que en octubre mejore el resultado, potenció el temor a que el gobierno se envalentone y lance tras el triunfo una serie de reformas y medidas de ajuste que estaban a la espera de un mayor respaldo político. El miedo, que fue agitado por la oposición durante la campaña hacia las PASO y lo será aún más de ahora hasta el 22 de octubre, es que una eventual victoria de Cambiemos despejaría el camino para flexibilizar las leyes laborales, para cambiar el sistema previsional, para acentuar el ritmo de reducción del déficit fiscal, para abrir mucho más la economía y para continuar con los tarifazos.

En síntesis, el triunfo sería usado por el oficialismo como puente para dejar atrás el gradualismo y pasar a la etapa de shock que buena parte del poder económico le reclama.

Pero el análisis y la información de lo que sucede puertas adentro de los despachos indican otra cosa.

El borrador del Presupuesto 2018 que elaboró el ministerio de Hacienda mantiene el objetivo de reducir el déficit fiscal primario (sin intereses) al equivalente al 3,2 por ciento del PBI. Para alcanzar esa meta cuentan con un recorte de alrededor de 0,5 por ciento en los subsidios a las tarifas, con un incremento en la recaudación por encima de la inflación, y con el efecto matemático del aumento pautado del 3,5 por ciento en el (denominador) PBI. Es decir, algo bastante parecido a este año.

En el ministerio de Trabajo descartan de plano cualquier cosa que se parezca a la brutal reforma laboral brasileña. No lo descartan por razones ideológicas, sino por la sencilla razón de que la consideran absolutamente inviable para la realidad sociopolítica argentina, con un Congreso en el que seguirán de todos modos sin tener mayoría y con un sindicalismo que lo resistiría. Lo que sí está avanzado y saldría pronto es un proyecto de blanqueo laboral muy generoso para el empresario que decida pasar a la legalidad.

Por su parte, en la secretaría de Comercio están convencidos de que la economía argentina es muy cerrada, pero aseguran que están pensando en una apertura gradual y niegan que el modelo a alcanzar sea el chileno. «No es viable para la Argentina, porque aquí hay un tejido industrial que cuidar y modernizar», dicen. Un ejemplo que ilustra lo que entienden por gradualismo en la secretaría de Miguel Braun es la idea de que con algo de mejora en el entorno macroeconómico, en diez años la industria local debería poder competir sin protección con la europea. Ese criterio general anima el acuerdo de libre comercio Mercosur-Unión Europea que está en fase primaria de negociación.

En lo inmediato, se viene una transformación gradual de las licencias o permisos de importación, que en algunos casos pasarán de no automáticas (hay alrededor de 1600 posiciones arancelarias) a automáticas, y en otros las licencias se reemplazarán por normas técnicas. Esto último ya se hizo con radiadores chinos, que no pudieron ser importados por incumplir con determinados estándares de calidad.

En cuanto a lo previsional, más allá de algún desliz verbal sobre el aumento de la edad jubilatoria por parte del titular de la ANSES, Emilio Basavilbaso, no hay en estudio ninguna reforma de fondo al sistema. Lo que sí acordaron Hacienda y Trabajo es incluir en el proyecto de reforma impositiva un cambio en los aportes personales y contribuciones patronales, que pasarían de tener alícuotas fijas a progresivas, y sin el actual e inentendible tope para sueldos altos.

La reforma impositiva va a ser uno de los principales ejes de la discusión política y legislativa que el gobierno prevé para el 2018. Aunque, nuevamente, el proyecto que elaboró la gente de Nicolás Dujovne no contempla ningún cambio brusco, por la sencilla razón de que todo está subordinado al cumplimiento de la meta fiscal y eso acota el margen para reducir o eliminar tributos.

Más allá de la información, el análisis previo de cómo quedaría la política argentina tras un eventual claro triunfo del gobierno en octubre no lleva a pensar que vaya a haber un golpe de timón. Porque así como en fútbol y política equipo que gana no se toca, tampoco se cambia una estrategia ganadora.

La gradualidad no es sólo de medios sino también de fines. Por más que Mauricio Macri diga que a la Argentina le espera los mejores veinte años de su historia, ningún funcionario cree que la economía va a crecer mucho ni que habrá un significativo progreso social.

No disimulan el triunfalismo electoral. Tampoco la moderación de expectativas.

Fuente: Ambito


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