| Panorama judicial

Ya hay quienes sueñan con un «mani pulite»

La citación del juez Lijo a Boudou se convirtió en un hito en el mundo judicial. La historia secreta de su encuentro con el Papa Francisco. ¿Un proceso «a la italiana»?

Vera, Francisco y Lijo, en el Vaticano.

Vera, Francisco y Lijo, en el Vaticano.

Por María Justina Anglada

En octubre de 2012 hubo un sordo cruce que pasó inadvertido para los medios o apenas mereció unas líneas: en Mendoza el gobernador neo-K Francisco «Paco» Pérez dejó prácticamente plantada a la “creme” de la Justicia nacional en la ceremonia de cierre de su encuentro nacional.

La advertencia sobre el contenido de diálogos entre bambalinas entre prominentes hombre del Derecho le llegó a Paco tanto de fuentes locales como desde Buenos Aires: esas fatídicas dos palabras «Mani Pulite» se habían mezclado entre paneles técnicos y engolados discursos de ocasión. El gobernador desapareció de escena como si lo hubiera tragado la tierra por temor a quedar pegado.

Esta semana, el subgerente celestial en Buenos Aires, el diputado porteño Gustavo Vera volvió a mencionar las palabras malditas y contó por radio al periodista Alfredo Leuco que Francisco le habló -sin mayores precisiones- sobre la necesidad de encarar un proceso a la italiana que devuelva a la ciudadanía credibilidad en sus dirigentes pero especialmente en sus instituciones.

Para rematar el cuadro en víspera de la indagatoria al vicepresidente Amado Budou, la prensa se sintió tentada de parangonar al ahora conocido juez federal Ariel Lijo con el mítico Antonio Di Pietro, quien condujo en Italia uno de los procesos anticorrupción más sonados y profundos que recuerde la historia político-judicial.

Desde allí hasta hoy

En octubre de 2012 llegaron a la ciudad de Mendoza los jueces integrantes de más de veinte provincias, encabezados por el presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Ricardo Lorenzetti, y la vicepresidenta Elena Highton. Más de 500 participantes entre jueces y fiscales deliberaron en la «Quinta Conferencia Nacional» bajo el lema «La responsabilidad y obligaciones de los jueces».

Un sector influyente de jueces y fiscales de distinta procedencia en charlas de café y conciliábulos más recoletos en el hotel Diplomatic echaron a correr voces sobre la necesidad de dar una señal de independencia judicial a la sociedad y aventar el riesgo de volver al desprestigio que puso a la familia judicial en uno de los más bajos escalones en la consideración pública en los 90.

Se instaló un olor a pólvora en el ambiente y advertido de ello Paco Pérez, siempre atento a las señales de la Rosada, no quiso dejar lugar a dudas o interpretaciones ambiguas. Hizo -verbigracia- mutis por el Foro y dejó que la Clausura del evento «se la hagan solos».

Gustavo Vera es un militante histórico de la Ciudad de Buenos Aires; cualquier dirigente político sabe que se mueve en los barrios y entre los sectores humildes y vulnerables con real predicamento. Ha encabezado gestas muy sonadas como su campaña contra la Trata de Personas pero quizá su mérito es perseguir el «trabajo esclavo», donde nunca dudó en denunciar especialmente las marchas «fashion» que gastan en frívolo marketing lo que le quitan en dignidad y salarios a sus trabajadores.

Esta tarea lo acercó hace ya muchos años a Jorge Bergoglio con quien ha compartido estas batallas, y enancado en el paso de Jorge a Francisco, Vera llegó a la Legislatura porteña y se convirtió -y lo seguirá siendo- en un dolor de cabeza para sus colegas, demasiado acostumbrados a conciliábulos de pasillo.

Vera usó una promocionada foto con el Papa y el juez de la causa de Amado, Ariel Lijo, para enarbolar al magistrado como cruzado anticorrupción y agitar el fantasma del Mani Pulite, el mismo que revoleteó en los días de Mendoza.

La foto de Bergoglio con el joven juez Lijo -días antes que el magistrado encare una de los trances más difíciles de su novel carrera- no deja de ser un dato político, dado que especialmente el Papa ha hecho de la comunicación pública una herramienta política.

Pero la referencia al proceso italiano en boca del Pontífice es un poco más vidriosa: las fuentes vaticanas son contundentes en señalar al profesor Aldo Carreras como el verdadero gestor del encuentro con Lijo y no a Vera.

Carreras es un viejo compañero de militancia política de Francisco, un hombre de vínculo histórico entre la Iglesia y el Justicialismo, de bajo perfil pero de canales probados, hoy cerca de Daniel Scioli y que conoce al Juez desde que estuvo involucrado en la famosa causa Siemens cuando era Secretario de Población al final del menemismo.

Cierto o no, el Juez acaba de producir un hecho inédito e histórico citando a declaración indagatoria a un vicepresidente argentino en ejercicio. Es un antes y un después y en algunos juzgados piensan que puede ser el prólogo de un proceso a la italiana que derrame hacia la Justicia ordinaria, especialmente en los tribunales federales, el mismo efecto reparador que la decisión de Nestor Kirchner, hace 11 años, de cambiar la vergonzosa “mayoría automática” por una Corte independiente y prestigiosa. Cualquier alquimia excluye a la presidenta Cristina Kirchner.

¿Hablaron Bergoglio y el ex juez Di Pietro sobre el Mani Pulite, vecinos como son ahora? Cuando el italiano estuvo en Buenos Aires meses atrás se mostró entusiasmado con Francisco pero lanzó una frase envenenada hablando con la prensa: «el Vaticano fue el límite que no pude franquear para poder avanzar en la «Tangentópolis» (de «tangente = coimas) hasta allí pude llegar».

Incienso aparte, quienes ponen las barbas a remojar en estos días son los empresarios. El fuerte rol del Estado en la actividad económica y las empresas se ha sentido como nunca en esta década: «pusimos directores hasta en fábricas de escobas», dice un hombre del 5to piso de Yrigoyen y Balcarce, refiriéndose a las acciones que estaban en los portafolios de las AFJP. Los muchachos se han sentado a las mesas de Directorio y han promovido decisiones de los hombres de negocios.

En su relato sobre el Mani Pulite Di Pietro explica el secreto del éxito del proceso: «nosotros descubrimos que el político es un hombre preparado para asumir contingencias, tiene formación, anticuerpos, la posibilidad de transformar todo en una persecución política e ideológica y a veces el entrenamiento para soportar hasta la cárcel y el escarnio público».

«El empresario no -dice el italiano-, el empresario tiene pavura por eso y no fue educado para el heroísmo y allí fuimos. Sabíamos que los empresarios nos iban a traer a los políticos y así fue». A juzgar por actitudes de algunos de los hombres de negocios involucrados en affaires recientes parece que algunas conductas son universales.

 

 

 


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