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Protesta policial: gremialización bizarra, fragmentada y operada

Por Esteban Rodríguez Alzueta

Es muy probable y entendible que la oposición esté fogoneando la protesta policial, de la misma manera que hay sectores del progresismo que se dedican a sobreactuarla para victimizarse, y por eso hablan de “acuartelamiento”, “sedición”, “levantamiento policial” o “desestabilización institucional”. Todos hacen política, no hay que poner el grito en el cielo por eso. Incluso el propio Berni hace política a costa de la Policía y lo hace con parte de la plata de la Policía, porque los spot publicitarios de la serie “Fuerza Buenos Aires” con los cuales se autopromociona en la interna del PJ, los financió con el presupuesto del Ministerio que conduce. Los policías tienen derecho a sentirse destratados por su Ministro. No basta con darles unas palmaditas en la espalda para remar el malestar salarial de largo aliento, o esas palmaditas –está visto- tenían fecha de vencimiento. Más aun en contexto de pandemia, cuando los policías tienen que exponer su salud trabajando en condiciones deplorables. Los policías no se conducen con arengas sino con escucha. Una escucha que no llegaba, que Berni desautorizaba porque para él, la función policial se organiza con la lógica de la obediencia debida. El policía está para obedecer, no tienen margen para cuestionar a sus jefes ni a las autoridades civiles que la conducen.

Berni sigue subestimando a los policías y sobreestimando su capacidad. A Berni se lo comió su propio personaje y, lo que es peor aún, también el gobernador compró semejante paquete. La cuestión es que Berni no solo le inventó un nuevo problema a su gobernador sino al resto de los gobernadores del país. Porque la protesta policial de los policías de la Bonaerense se vive en el interior como una ventana de oportunidades para que sus policías planteen los problemas laborales que también tenían y no encuentran un cauce institucional para tramitarse. Por eso la protesta está teniendo sus réplicas en Catamarca, Jujuy, Santa Fe, etc., generando climas que rápidamente se interpretan como desestabilizadores que alimentan un ciclo de descontento e insatisfacción. De allí que las palabras de Carlos Bianco, el jefe de gabinete de Kicillof, me parecen muy oportunas: “Se trata de un reclamo legítimo”. También las declaraciones de la ministra de Gobierno de la Provincia, Teresa García: “Es un reclamo netamente salarial que, en verdad, está justificado, porque venían con atraso en parches.” “El desacato no debería estar presente en esta situación.”

Pero el conflicto le saldrá muy caro a la Provincia, porque está visto que los conflictos se van a trasladar a las otras áreas del Estado. Si los policías logran un aumento, los penitenciarios querrán lo mismo, pero también los enfermeros, los médicos, los maestros y el resto de los estatales. En ese sentido, el conflicto con los policías hay que mirarlo al lado de los otros malestares laborales que surcan la administración provincial.

El propio ministro que estaba en todos lados, siempre hiperactivo, poniéndole el pecho a todas las protestas, no apareció, por lo menos no lo hizo hasta el miércoles a la mañana cuando estoy escribiendo este artículo. No se lo vio a Berni ni en Almirante Brown, ni en Lanús, Berazategui o Adrogué, no apareció por La Plata, no estuvo en La Matanza, Mar del Plata o Necochea. Berni eligió otra vez los set televisivos para responderles a los policías. Se acercaron algunos funcionarios menores, que no tienen capacidad de decisión. El único que puso la cara del ministerio fue su jefe, el Comisario Mayor Daniel García, que quedó superado por los manifestantes al no brindar ninguna respuesta concreta a los puntos que contenía el petitorio de los policías, situación que lo llevó a presentar su renuncia. Lo único que atinó a decir fue que no iban a ser sancionados los policías que estaban manifestándose, que no iban a tomar represalias, y se ganó otra vez el abucheo porque el Ministerio, a través de los distintos jefes departamentales, estaba mandando comunicaciones para que los policías que estaban de franco-servicio, sosteniendo la protesta junto a sus familiares y amigos, se presentasen a trabajar al día siguiente, bajo apercibimiento de ser objeto de un sumario interno.

Con estos desmanejos del ministro Berni, el peronismo le sigue regalando la policía a la oposición. Y Cambiemos lo sabe, porque de hecho gran parte de su electorado provino de estos sectores, y por eso se frota las manos otra vez.

Esta protesta policial no era una novedad, no cayó del cielo, era un reclamo de largo aliento que todavía puede chequearse en las redes sociales. Hace tiempo que en los foros de policías se venía hablando y denunciando estos problemas. Porque el problema proviene de la gobierno anterior, de la gestión de Ritondo, una gestión muy desprolija, que miraba sistemáticamente para otro lado, que delegó en los propios jefes de la policía el manejo de estos malestares. Entre paréntesis: no es casual que el malestar haya salido a la luz ahora, con este gobierno. Eso no habla mal del gobierno sino, en cierta manera,  muy bien: este gobierno deja margen para que incluso los policías puedan presentar en el espacio público sus problemas. De la misma manera que lo hacen otros sectores y nadie es reprimido. Esto con el macrismo no pasaba porque tenía claramente otra actitud, muy antidemocrática, para con las policías y el resto de la sociedad que tomaba la calle para protestar.

El detonante de la protesta policial no sólo fue el reclamo exitoso de la policía de Misiones de la semana pasada, sino la inyección de dinero a seguridad que el gobierno nacional anunció a través del Programa de Fortalecimiento de la Seguridad para el Gran Buenos Aires. Dinero que no recibirán directamente los policías bonaerenses a través del aumento de sus salarios, aunque se traducirá en mejores condiciones laborales: nuevos patrulleros, y reparación del parque existente, arreglo de comisarías, construcción de alcaidías que va a permitir que no haya personas detenidas en las comisarías. Que conste, entonces, que no estamos apuntando a la gestión nacional. Al contrario, desde el comienzo la Ministra Sabina Frederic, y sobran sus declaraciones en distintas entrevistas, dijo que una de las áreas prioritarias, claves para su gestión, iba a ser Bienestar, dedicada especialmente a abordar los problemas vinculados no solo al retraso salarial sino la mejora de las condiciones laborales, para hacer frente a todos los problemas que derivan de las condiciones en que prestan sus tareas. Está claro que los estilos de conducción diferentes tienen impactos distintos: mientras unos crean un área de Bienestar, el ministro de seguridad de la provincia apela a las arengas militares creyendo que basta con masajear la “vocación policial” para encuadrar a los policías. Eso es no entender a los policías, seguir creyendo que los policías experimentan la actividad policial de la misma manera que lo hacían hasta la década de los 90 incluida, perdiendo de vista que una gran mayoría la vive como una estrategia de sobrevivencia y ya no como una vocación o estrategia de pertenencia. Los policías quieren formar parte de los asalariados y reclaman algún tipo de representación para vehiculizar sus reclamos.

Entre paréntesis también: he escuchado estos días a muchos periodistas oficialistas cuestionar en vivo y en directo la protesta policial, descalificando a sus protagonistas. No me parece mal, son opinadores como sus pares de TN, mal que les pese. Pero también los he visto destratar a los policías que entrevistaban, haciéndoles preguntas con una sonrisa en la boca, incluso, retándolos. Por momentos me daba la sensación de que les estaban tomando examen. En ese destrato se colaba el clasismo elitista que saben ocultar cuando hablan de economía. Quiero decir, es fácil pegarle a la policía porque la policía está integrada por “negros”. Cuando los negros no te hacen la venia, entonces merecen no solo la reprobación sino la burla, el desdén.

Dicho todo esto me gustaría volver ahora sobre el lugar que tiene la protesta en las policías. Hace rato que muchos sostenemos la necesidad de que los policías tengan alguna forma de tramitar sus problemas y demandas a través de canales institucionales democráticos. Y que conste también que no estoy pensando solamente en la sindicalización. Existen otras formas de representación en el mundo como por ejemplo la figura del ombudsman policial. Incluso, en algunos países donde se permiten los sindicatos existen algunas limitaciones: tienen limitado el derecho de huelga, tienen que manifestarse en el espacio público sin armas y uniformes, tienen que garantizar las guardias en las dependencias y el servicio de calle. Acá hay todo un abanico de posibilidades que se pueden debatir. Pero antes, me parece, hay que saldar otras discusiones.

Por ejemplo, hay que entender que la policía ya no es la corporación autónoma de la década de los ‘90, una institución separada y separable de la sociedad -como le gustaría pensar a muchos dirigentes políticos que le cuidan sus espaldas. Y eso no significa que no haya sectores de esta policía que desarrollen sus propios intereses y actúen en función de ello, con la complacencia y participación de algunos operadores judiciales. La institución policial es un gran cachivache, una institución con cuadros cada vez más precarios, sobreocupados, que se ha ido fragmentado, con niveles de coordinación debilitados.

Pero los policías no son extraterrestres que viven en otro planeta y bajan todos los días a realizar sus tareas. El policía vive al lado de mi casa, nos encontramos todos los días en la feria comprando verduras, llevamos a nuestros hijos a la misma escuela, gritamos el mismo gol y los fines de semana lavamos nuestros coches juntos. Hay que reponer al ciudadano que hay en los policías y devolverle su estatus laboral. El policía, antes de ser un servidor público, como pueden serlo los enfermeros, los médicos o los recolectores de basura o barrenderos, son también trabajadores. No cuestiono que no exista la vocación policial, pero la vocación no es patrimonio de las policías, la podemos encontrar en otros trabajadores del Estado, por ejemplo, hay muchos maestros que siguen considerando a la enseñanza como una vocación. También los trabajadores camioneros o los obreros de la construcción, hicieron de Camioneros o la UOCRA una gran familia.

Si queremos una policía que no esté para cuidarles las espaldas a los funcionarios, que sea un mero garante del orden público; si queremos entonces una policía democrática que esté para cuidar a los ciudadanos en el ejercicio de sus derechos, entonces hay que postular a los policías como ciudadanos y trabajadores. El derecho a la protesta es uno de los derechos que tienen todos los ciudadanos y trabajadores, tal vez uno de los más importantes, porque el derecho a la protesta es el derecho a tener derechos, es decir, la posibilidad de manifestar un problema, de hacer evidentes sus puntos de vistas contradictorios, de hacer palpable que una decisión del Estado la viven como problema. En ese sentido, la sindicalización, pero también la figura del ombudsman, son formas de agregarle previsibilidad a los conflictos y evitar que estos escalen hacia los extremos.

Es lógico que si no existe una representación institucionalizada, cuando aflora el conflicto la representación se fragmente y se reparta, y con ello no solo no puede unificarse una negociación sino que, y a medida que se extiende el conflicto, van apareciendo nuevos grupos con otros intereses, algunos con “frondoso prontuario” o mano de obra desocupada, otros vinculados directamente a la oposición o dirigentes como Patricia Bullrich, como una de los voceros de los policías de Mar del Plata, que van corriendo el arco, impidiendo con ello la pronta solución con todos los riesgos que eso implica, a saber: la transformación de un conflicto gremial en un conflicto político.

Pero el malestar no solo es económico. El petitorio empieza con estas palabras: “Queremos trabajar para la ciudadanía y no para el jefe de turno”. Es decir, ¿de qué manera los policías tramitan el descontento cuando no quieren prenderse en la corrupción? Existen muchos policías que no se prenden y cuando eso sucede son acobachados en una oficina sin darles ninguna tarea. Son policías que están sentados en una oficina durante 8 horas sin hacer nada. Esto en el caso de ser policías con alta jerarquía, porque cuando no la tienen los sacan a la calle, a realizar sus tareas en los lugares con más riesgo o les niegan las horas CORE. En otras palabras: La imposibilidad de organizarse es la manera de blindar la corrupción policial, de evitar los cuestionamientos de sus trabajadores.

Salir a “bancar a Axel” contra los supuestos “golpistas policiales” no solo implica subirle el precio a la protesta sino tentar a los que fogonean la protesta, que quieren sacarle una tajada extra. Por suerte algunos comunicadores y funcionarios salieron a desmarcarse de las posiciones demagógicas, hechas de indignación y desconocimiento, y sostuvieron  que era un reclamo legítimo que hay que atender. De hecho el plan que se va anunciar en esta semana, que incluye un aumento del salario, para destrabar la protesta, va en esta dirección.

En definitiva, la representación es otro debate pendiente que la justicia tampoco ha sabido resolver, plegándose con sus votos mayoritarios a la posición mayoritaria de la clase política dirigente: negándoles la sindicalización, pensándolos a imagen y semejanza de las fuerzas militares. Hay que pensar la crisis policial sin contarse cuentos, dejando de lado las lecturas conspirativas, porque ponemos las cosas en un lugar donde no se encuentra. Los integrantes de la policía no empezaron su carrera en la última dictadura, en su gran mayoría son jóvenes que nacieron en democracia. Los policías vieron durante las últimas décadas cómo otros sectores de la sociedad ampliaban sus derechos, en cambio ellos se mantuvieron en el mismo lugar. Si los dirigentes políticos y los operadores judiciales no se ponen a la altura de la época, estas protestas policiales van a ser recurrentes.

Publicado en La tecla eñe revista