Por Javier Sinay
“De algún modo, el Código de Derechos Humanos pone en marcha las cosas”, dice Daniel Herrendorf, especialista en filosofía del Derecho, contribuidor de las editoriales jurídicas La Ley y el Derecho, antiguo colaborador del ex ministro del Interior Carlos Corach y del juez Carlos Fayt, y autor y compilador del primer código de Derechos Humanos, en ocho tomos. “Este Código ordena un sistema educativo real, municipaliza todo poder político, elimina las fuerzas armadas, obliga al Estado pronunciarse por la paz ante todo conflicto, eleva el cupo femenino al 50 por ciento y lo extiende a todos los poderes del Estado, orienta al sistema penal a resarcir a las víctimas, prohíbe tomar medidas contra los migrantes; en suma, es un sistema que pone en funcionamiento derechos declarados de los que nadie disfruta, porque los Estados no los han reglamentado nunca”.
La semana pasada, el Código –en el que también trabajaron los juristas Diego Asproni y Franco Bindi, y que fue elaborado en conjunto con el Sistema Interamericano de Derechos Humanos y el Parlamento Europeo– fue presentado en la sede del Consejo para las Relaciones Internacionales (CARI). Con el objetivo de codificar en un solo texto abierto los derechos fundamentales de las personas, el Código de Derechos Humanos será presentado también en el Congreso, en la OEA y en las Naciones Unidas.
-¿Cómo surgió la idea de hacer el Código de Derechos Humanos?
-Fue la consecuencia natural de la redacción del “Tratado Internacional de Derechos Humanos”. La perspectiva de la actividad de un investigador suele ser confortable; predicamos derechos, los explicamos en los colegios y las universidades, y ocasionalmente damos discursos encendidos en algún foro internacional. Todo es probablemente necesario, y sin embargo carece de sentido si no ponemos en marcha los derechos explicados. El Código de Derechos Humanos prevé decisiones muy específicas. En la Argentina hay un caso paradigmático: la Constitución prevé en su famoso artículo 14 bis, sancionado hace más de medio siglo, que los trabajadores tienen derecho a participar en las ganancias de las empresas para las cuales trabajan, controlar la producción de las mismas, y colaborar en la dirección. La disposición esencial es la primera: participar en las ganancias; para hacerlo los trabajadores deben tener derecho a controlar la producción, para que no les mientan; y colaborar en la dirección para administrar esa ganancia que la Constitución les destina. Jamás se reglamentó ese derecho; jamás; el Congreso nunca intentó decir a los empresarios que van a ganar menos porque deben distribuir ganancias. Y es un mandato constitucional, no es un invento doctrinario. Si un trabajador, o un sindicato, interpusiera un amparo, el juez debería poner en marcha ese derecho, porque se trata de un derecho fundamental; el salario es un derecho fundamental. En el Código no sólo se pone en marcha, por ejemplo, este modelo de gestión empresarial conjunta: también se establece el derecho a la renta garantizada, asegurando la función social de la propiedad. Hay un gran universo de empresas cooperativas o mutuales, en Europa son muy respetadas, se le llama “el tercer sector de la economía”; pero en un país en desarrollo la propiedad colectiva parece una idea subversiva.
–¿Por qué no había otro en el mundo?
-Sin duda se creyó que no era preciso. Se le dio a los Estados tiempo suficiente para llevar a la práctica lo que declaraban, lo que firmaban solemnemente en organismos internacionales, lo que predicaban. El tiempo pasó y el siglo XXI nos está devastando a todos. Nunca antes hubo tantos problemas migratorios, el hambre en el mundo aumenta sensiblemente, el acceso a la cultura es cada vez más complicado, países que dan lecciones sobre la libertad ocupan y someten a naciones soberanas, hubo más muertos en guerras regionales desde la II Guerra que en las dos guerras mundiales juntas; parece que del siglo XX hubiéramos pasado al XIX. Le creímos al progreso de la libertad, pero la historia es como el arte: no hay progreso. Quiero decir que no se progresa automáticamente. El iluminismo, el industrialismo, el racionalismo nos engañó a todos. No hay abundancia, sabiduría y justicia por el mero imperio de la ley y el normal paso del tiempo. De algún modo fracasó el constitucionalismo social y nos mandó de vuelta a la caverna. Ese vacío lo sentimos ahora, cuando advertimos que la altura tecnológica del siglo es altísima, pero su calidad ética es deplorable. Navegamos por la red con artefactos complejísimos mientras Naciones Unidas crea el concepto de “miseria indescriptible” para calificar la pobreza de este siglo, un tipo de miseria que ni siquiera se puede describir. En un escenario de este tipo seguir declarando derechos es un burla, un escarnio. Es preciso ponerlos en marcha. Si no hay un Código de Derechos Humanos en ninguna parte del mundo será porque confiamos en los Estados, en su calidad ética. No fue un error, fue un acto de fe. Ahora hay que intentar otra cosa. Mi criterio es un Código de Derechos Humanos que puede ser sancionado por cualquier país, adecuándolo a las peculiaridades de cada cultura, pero siempre poniendo en marcha de inmediato lo que se propone. No sé si es el mejor criterio, pero no me parece interesante seguir explicando en las villas de emergencia que todos tienen derecho a una vivienda digna. Es un poco repugnante seguir haciendo eso.
-¿Cómo fue el proceso de trabajo recopilatorio?
-Al principio nos pusimos en contacto con expertos de organismos internacionales como la ONU, la OEA, el ACNUR, la Unión Europea, etcétera. Calificamos todos los tratados, pactos, convenios multilaterales, jurisprudencia de tribunales internacionales. Fue gracioso conocer en detalle la cantidad de derechos que, supuestamente, “tenemos”. Es evidente que hay un falla en la política progresista; hay una declamación que no avanza, como si la realidad fuera un problema. Después ordenamos todas las disposiciones según contenidos, temas, procedimientos; por el eso el Código de Derechos Humanos se divide en Partes, Libros, Capítulos y Artículos. Es una obra breve, apenas supera la cien páginas. Pero para sostener esas cien páginas redactamos un tratado de 8 tomos, que fundamenta cada cosa. Con esa estructura, dejamos de pensar en los obstáculos. Normalmente un jurista típico explicaría por qué no se puso en marcha tal derecho con muchos argumentos a lo mejor interesantes; un economista explicaría, de la misma manera, que un poquito de hambre no le hace mal a nadie mientras la economía ande bien y él esté del bando de los que comen todos los días; por mi parte, creo que es preferible que estemos todos en el escenario. Ya se demostró muchas veces que el mundo produce alimentos para dos mundos, que hay espacio para todos, que no es obligatorio que se muera más de un millón de chicos africanos por año… esa discusión ya la dimos en el siglo XX, y estuvimos todos de acuerdo. Pero no hubo consecuencias prácticas. Por eso como parte de nuestro trabajo, nos obligamos a dejar de pensar en obstáculos. Somos seis mil millones de seres humanos, y todos podemos comer, trabajar, educarnos, abrigarnos; no faltan recursos, en realidad sobran. Ese es otro argumento insustentable. El de los “condicionamientos fácticos”. Los Estados suelen decir que no tienen recursos. Cuando el Estado dice que no tiene recursos para pagar jubilaciones, ejerce su preferencia por ver padecer y morir a los viejos de enfermedades sencillas; es una violación de los derechos fundamentales de la tercera y la cuarta edad; otro Estado explica claramente que no tiene recursos para los hospitales … ¿entonces qué recursos puede tener la sociedad? Los individuos confían su trabajo al prójimo y sus impuestos al Estado, y esperan un salario por su trabajo y prestaciones por sus impuestos. Cuando el Estado dice “no tengo dinero para aspirinas” es como si un empresario dijera “este mes elijo no pagarte porque estoy con poca plata”. No es una metáfora: sucede todos los días en alguna parte del mundo. Si para muchos no hay asientos en el banquete de la vida será porque algunos ocupan en la mesa demasiado lugar.
–¿El Código está destinado a jueces en actividad o al ámbito universitario?
-Los jueces de cualquiera de los Estados que integran las Naciones Unidas podrían poner en marcha los derechos fundamentales de los tratados internacionales de la ONU, con sus sentencias. Los jueces son jueces mientras se comportan como jueces: poniendo el derecho en marcha. Si no lo hacen, deben dejar la magistratura; el juez tiene poder, poder público, es un poder del Estado que el pueblo le ha confiado; si no lo ejerce debería dejar su cargo. En este sentido la obra está destinada también a los jueces. Y por supuesto que a los universitarios también, porque están en una posición cultural y académica que les permite influir. La circulación de las ideas es importante. Pero como decía antes, creo más importante sanar al enfermo y saciar al sediento. Incluso desde nuestras convicciones religiosas; somos judeo-cristianos, o muchos son ateos pero nos desprecian por eso sus convicciones éticas; nadie está a favor del sufrimiento, de la intemperie; no conozco a nadie que milite de modo confeso a favor del hambre; y sin embargo nos hacemos todos los días alguna pregunta rara. Por ejemplo, ¿Por qué hay muchos chicos huérfanos sin una familia que los adopten, y muchas familias que quieren adoptar y no lo logran? El próximo Premio Nobel de la Paz debería ser para el tipo que responda esa pregunta sin echarle la culpa a nadie y logrando una solución. Las convicciones religiosas o morales o éticas que decimos ejercer, nos obligan; “tuve hambre y me diste de comer; tuve sed y me diste de beber; fui extranjero y me diste hospedaje; estuve preso y me viniste a visitar”. Eso está en el Testamento. Pasaron miles de años y el Papa tiene que ir a la frontera italiana del Mediterráneo –ocurrió el mes pasado- para que un guarda-costa no le descerraje un tiro de metralla a un pobre tipo, un migrante africano, que estaba ahogándose tratando de llegar a la orilla. Pensá en ese africano: no está de paseo; se quedó sin trabajo, o nunca lo tuvo, en su país tiene hambre, no tiene medicinas, ve morir a su gente, a su familia, ve como sufren sus hijos, ya no tiene a quién reclamarle nada ni aguanta un minuto más, y un día usa las pocas energías que le quedan para escapar de la miseria de la vida; no le resulta fácil, se sube a una balsa de madera que normalmente naufraga, se juega la vida, navega semanas a la deriva, tiene mucha sed, está al límite de su fuerzas, el sol le pega en cara y lo hace arder, pero de pronto… ve la orilla, es Europa, es la región más rica y civilizada del mundo; entonces se llena de esperanzas, de ilusiones, porque no previó que esa región tan culta,tan rica y tan civilizada le paga puntualmente un sueldo a un militar, y lo arma con una metralla sofisticadísima, para matar migrantes en la frontera. ¿Será verdad?