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País calesita

Por Ernesto Tenembaum

En el tercer mes de gestión del nuevo Presidente, el ministro de Trabajo se llama Jorge Triacca. El Gobierno camina por un desfiladero muy finito donde se enfrenta con el sindicalismo, con leyes clave que deberá aprobar un Senado con mayoría opositora y con la necesidad de definir la nueva composición de la Corte Suprema de Justicia. La deuda externa, su renegociación, es un elemento central que permitirá predecir el futuro de la economía, donde la inflación es –además– una amenaza dramática. Las encuestas de opinión, pese a la incertidumbre y la caída de su poder adquisitivo, reflejan que una mayoría social respalda a la nueva gestión y, por ahora, atribuye los problemas a la herencia recibida. Parece que el nuevo Presidente ha hecho pie pero la economía le sacude la alfombra. El dólar sube. Los diarios reproducen los indicios serios de corrupción que va encontrando y difundiendo el nuevo Gobierno, área por área, entre ellos, un monumental desfalco en el PAMI.

La descripción del párrafo anterior es una síntesis de la situación que atraviesa el presidente Mauricio Macri al arrancar su tercer mes de gestión. Sin embargo, está construida con elementos ciertos y destacados de los terceros meses de los mandatos que iniciaron –o, al menos, lo intentaron– ciclos políticos en la Argentina, desde 1983. Al tercer mes de Carlos Menem, el ministro de Trabajo se llamaba, como ahora, Jorge Triacca, solo que era el padre del actual. Macri comparte con Menem y Alfonsín la preocupación por la inflación en el arranque de su mandato. Con Alfonsín, Menem, De la Rúa y Kirchner la necesidad de acordar con cierta premura con los acreedores externos. Alfonsín y De la Rúa, al tercer mes de sus mandatos, debieron negociar con un Senado peronista. En ambos casos, el resultado marcó el ritmo de todo su mandato. Macri, al igual que Alfonsín, Menem y Kirchner nombró nuevos jueces en la Corte y, difunde contra el PAMI de gestiones anteriores como lo hicieron De la Rúa y Kirchner: en los diarios de agosto del 2003 y de febrero de 1999 se publican datos contra Víctor Alderete, igual que ahora contra Luciano Di Cessare.

Se sabe que el artista plástico Hermenegildo Sabat solo habla de política a través de sus dibujos. Sin embargo, hay una excepción. En un reportaje realizado en 1994, hace 22 años, Rodolfo Braceli le preguntó:
–Y si tuviera que retratar la realidad argentina en una sola imagen, ¿cual sería?

–Una calesita…yo veo una especie de calesita. A mi me atemoriza ver cómo cierta gente hace cosas que ya sabemos cómo van a terminar.

Basta un número para entender, ahora, a lo lejos, el desastre que heredó Raúl Alfonsín: 688% fue la inflación de 1984, su primer año de Gobierno. Los aumentos salariales se pautaban mensualmente. Por eso, en su tercer mes se anunció un 11% de aumento, que era superado por el 19 en las naftas y el 13 en el transporte. En palabras casi calcadas a las que el sábado pronunció Gabriela Michetti, el ministro del Interior Antonio Troccoli declaraba: «En lo económico, estamos atravesando la etapa más crítica». Era muy optimista: luego de bajar la inflación a ¡385%! en 1985 y a ¡81,9! en 1986, año tras año subiría hasta terminar en ¡¡¡¡¡3079!!!!! en 1989. Los precios crecían a casi el 10% diario. Como en estos días, se hablaba de recomponer las relaciones con Gran Bretaña y, curiosamente, había un temporal en Jujuy. Los diarios reflejaban los comienzos de un justo ajuste de cuentas con el pasado reciente: eran detenidos el represor Aníbal Gordon y el ex jefe montonero Mario Eduardo Firmenich. El precio de la carne atormentaba también a los argentinos en aquel febrero de 1984: el Gobierno imponía la veda. Pero lo más importante se producía en dos ámbitos: el sindical y el parlamentario, ambos dominados por la oposición peronista. Alfonsín, en su tercer mes de Gobierno, lograba sentar en la Casa Rosada a la CGT, pese a que se había propuesto aprobar una ley de democratización de los sindicatos, muy resistida por los gremios. Poco tiempo después esa sería su primera derrota: los sindicatos empezarían a movilizarse en contra del Gobierno y lograría que el peronismo, en el Senado rechazara el proyecto. Esa relación marcaría gran parte del ritmo político hasta 1989: cualquiera recuerda los 13 paros generales, de todo el sindicalismo contra Alfonsín, y el contraste contra la inexistencia de paros de esa magnitud contra Carlos Menem.

Crease o no, en el tercer mes del gobierno de Menem los precios aumentaron un 37,9%. Sí, en un solo mes, el mismo en que el mundo estaba sacudido nada menos que por la caída del muro de Berlín. En ese contexto, Menem aceleraba la marcha privatista firmando la privatización de Entel y de los canales 11 y 13. Ambas medidas consolidarían a los dos principales actores mediáticos de la Argentina: Clarín y Telefónica. Luego se pelearía con Clarín. Kirchner recorrería el mismo derrotero. Macri, en lo poco que lleva, empezó como los otros dos: veremos como termina. Menem recibía un primer crédito puente de 400 millones de dólares, bastante menos que los 5000 que acaba de obtener Macri. Anunciaba que dólar y tarifas no se moverían hasta marzo, y fracasaría en ese objetivo. Congelaba por ¡un mes! los alquileres y repartía indultos para todos y todas, en el retroceso más grave que sufrió desde 1983 la lucha por la justicia respecto de los crímenes de la dictadura. El tema sindical era clave para el nuevo Gobierno, como para el anterior y los siguientes. Menem lo resolvió sencillo: alineó a casi todo el sindicalismo con él y partió la CGT, a cambio de dinero. En el tercer mes, se preparaba el Congreso sindical que terminó a cadenazos una semanas después. Los sindicatos más poderosos respaldarían a Menem y le tolerarían todo: despidos, bajas de salarios, privatizaciones masivas.

Fernando de la Rúa recibió un endeudamiento agobiante, una recesión ya prolongada en el tiempo y, sobre todo, indicadores sociales dramáticos, pero no tuvo inflación en su tercer mes. Por eso, tal vez, una recorrida por esos 30 días parece apacible. La primera prueba para el nuevo Gobierno consistió en aprobar una ley innecesaria e injusta que se llamo ‘de flexibilización laboral’. Para eso, debía sortear los mismos escollos que Alfonsín 16 años antes: el Senado y los sindicatos. De la Rua lo logró. El Senado aprobó la ley. Pero fue un desastre. Su propio vicepresidente renunció tras denunciar que se habían pagado sobornos. En ese tercer mes, otro peronista bonaerense cuyo apellido empezaba con R se reunía en público con el Presidente: se llamaba Ruckauf y era gobernador de Buenos Aires. Al igual que Randazzo con Macri, al día siguiente se distanciaba del gobierno: una de cal y otra de arena, el mismo zig zag, tanto tiempo después. De la Rúa no aumentaba tarifas pero sí, drásticamente, el impuesto a las ganancias, que sigue siendo un tema en el tercer mes de Macri. A partir de la asunción de Fernando de la Rúa, un tema se repite cuando se trata de juzgar el pasado reciente: el PAMI. «Lanzan acción para poner preso a Alderete», se lee, por ejemplo, en la tapa de Clarín. En ese mes, la centro derecha promovía a un candidato para ganar la ciudad de Buenos Aires. Era Domingo Cavallo. Fue derrotado. Tal vez, sin esa derrota, Mauricio Macri no sería hoy presidente de la Nación.

El tercer mes de Kirchner fue realmente atípico, en parte, porque desde mediados del año anterior, las noticias empezaron a ser buenas en el área económica. Ese agosto, por ejemplo, se conoció que en el semestre enero junio, la desocupación había caído fuertemente, de 17,8 a 15,6%, que el país crecía al 13% y que la inflación, bajaba del 25% de 2002 a apenas 10%. María Julia iba presa junto con la primera cincuentena de militares y se producía el primer corte de luz masivo, que Kirchner atribuía a una conspiración de las empresas eléctricas, disconformes con el congelamiento de tarifas. Ese no era el único anticipo de lo que se venía. En ese tercer mes, Kirchner echaba a todos los funcionarios cercanos al vicepresidente Daniel Scioli, luego de que este anunciara que las tarifas serían aumentadas. En ese conflicto, el Senado respaldaba a Kirchner, tal como antes había aplaudido a Menem y ahora, pareciera, a Mauricio Macri. Kirchner iniciaba por entonces las negociaciones con el FMI que terminarían con un desembolso, cash, de 10 mil millones de dólares –un 40% de las reservas– en 1985 y todavía no figuraba en la agenda la virtuosa negociación con los acreedores privados. Pero la deuda ocupaba la escena, como ocurrió con todos los gobiernos salvo el primero de Cristina Fernández. En su primera visita a la Rural, Kirchner anunciaba que no bajaría los impuestos ni las retenciones. Ese tercer mes, Mauricio Macri le ganaría la primera vuelta a Aníbal Ibarra en las elecciones para jefe de Gobierno: luego sería derrotado en el ballotagge, en la única vez que perdió una elección contra el kirchnerismo.

¿Hay moraleja en este breve historia? Sería demasiado pedir. Lo primero que se ve es que los problemas superan a cualquier nombre propio: ninguna persona seria puede creer que esto empezó cuando Domingo Cavallo tomó el ministerio de Economía o Cristina Kirchner se hizo cargo del país, por poner solo dos ejemplos, y que basta con remplazarlos para que todo vuelva a una supuesta normalidad que nunca existió. Lo segundo es que distintas teorías económicas se han puesto a prueba y los resultados no parecen demasiado alentadores, digan lo que digan los unos y los otros. Lo tercero es que más vale ser pesimista, así es la realidad la que sorprende. Lo cuarto es que la Argentina está marcada por gobiernos que se echan la culpa los unos a los otros de las oportunidades perdidas, mientras se siguen perdiendo oportunidades. Pero, claro, en cuestión de moralejas, cada uno puede elegir la que más le plazca.

Mientras tanto, todo Presidente debería tener presente, siempre, aquella frase genial de Sábat:
«A mi me atemoriza ver cómo cierta gente hace cosas que ya sabemos cómo van a terminar».
No sea cosa.

Fuente: El Cronista.


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